El misterio elusivo

Poco a poco ciertas piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Si Godofredo llevaba sangre merovingia, diversos fragmentos que en apariencia eran inconexos dejaban de serlo y adquirían una continuidad coherente. De esta manera pudimos explicarnos la importancia que se daba a elementos aparentemente tan dispares como la dinastía merovingia y las cruzadas, Dagoberto II y Godofredo, Rennes-le-Château, los caballeros templarios, la casa de Lorena, la Prieuré de Sion. Incluso podíamos seguir las estirpes merovingias hasta nuestros días: hasta Alain Poner, hasta Henri de Montpézat (consorte de la reina de Dinamarca), hasta Pierre Plantard de Saint-Clair, hasta Otto von Habsburg, duque titular de Lorena y rey de Jerusalén.

Y, sin embargo, la cuestión verdaderamente crucial seguía eludiéndonos. Aún no acertábamos a ver por qué la estirpe merovingia tenía que ser tan inexplicablemente importante hoy día. No alcanzábamos a comprender por qué sus pretensiones tenían importancia en el mundo contemporáneo ni por qué habían contado con la lealtad de tantos hombres distinguidos a lo largo de los siglos. Seguíamos sin ver por qué una moderna monarquía merovingia, por muy legítima que pudiera ser desde el punto de vista teórico, justificaba un respaldo tan apremiante. Era obvio que algo se nos estaba pasando por alto.