Mientras reflexionábamos sobre estas conclusiones nos acordábamos constantemente de las leyendas que relacionaban a los cátaros con el Santo Grial.[8] No estábamos dispuestos a considerar el Grial como algo más que un mito. Ciertamente, no estábamos dispuestos a afirmar que hubiera existido alguna vez. Aunque hubiera existido, no podíamos imaginarnos que una copa o escudilla, hubiese o no contenido la sangre de Jesús, fuera algo tan precioso para los cátaros, para los cuales Jesús era en gran medida una figura de importancia secundaría. Sin embargo, las leyendas siguieron obsesionándonos y llenándonos de perplejidad.
Aunque elusivo, parece que sí existe algún vínculo entre los cátaros y todo el culto del Grial tal como evolucionó durante los siglos XII y XIII. Algunos autores han argüido que los romances sobre el Grial —los de Chrétien de Troyes y de Wolfram von Eschenbach, por ejemplo— son una interpolación del pensamiento cátaro, oculto en un simbolismo complejo, en el corazón del cristianismo ortodoxo. Puede que esa afirmación sea un poco exagerada, pero también hay en ella cierta verdad. Durante la cruzada contra los albigenses los eclesiásticos tronaron contra los romances referentes al Grial, tildándolos de perniciosos, si no de heréticos. Y en algunos de estos romances hay pasajes aislados que no sólo son muy heterodoxos, sino inconfundiblemente dualistas; dicho de otro modo: cátaros.
Es más, Wolfram von Eschenbach, en uno de tales romances, declara que el castillo del Grial estaba situado en los Pirineos, afirmación que, en todo caso, parece que Richard Wagner interpretó literalmente. Según Wolfram, el nombre del castillo del Grial era Munsalvaesche, que, al parecer, era una versión germanizada de Montsalvat, un término cátaro. Y en uno de los poemas de Wolfram el señor del castillo del Grial se llama Perilla. Lo cual es interesante, porque el señor de Montségur era Raimon de Pereille, cuyo nombre, en su forma latina, aparece como Perilla en documentos de la época.[9]
Sacamos la conclusión de que si unas coincidencias tan notables seguían obsesionándonos, también habrían obsesionado a Sauniére, quien, después de todo, estaba empapado en las leyendas y tradiciones de la región. Y al igual que cualquier otro nativo de la región, Sauniére debía de ser constantemente consciente de la proximidad de Montségur, cuyo destino conmovedor y trágico domina todavía la conciencia local. Pero, en el caso de Sauniére, la proximidad misma de la fortaleza es muy posible que entrañase ciertas implicaciones prácticas.
Algo había sido sacado en secreto de Montségur poco después de que expirase la tregua. Según la tradición, los cuatro hombres que escaparon de la ciudadela condenada llevaban consigo el tesoro de los cátaros. Pero el tesoro monetario había sido sacado de allí tres meses antes. ¿Es posible que el «tesoro» cátaro, al igual que el «tesoro» descubierto por Sauniére, consistiera principalmente en un secreto? ¿Es posible que este secreto estuviera relacionado, de una forma inimaginable, con algo que daría en llamarse el «Santo Grial»? A nosotros nos pareció inconcebible que los romances sobre el Grial pudieran interpretarse literalmente.
En todo caso, lo que se sacó de Montségur, fuera lo que fuese, hubo que llevarlo a alguna parte. Dice la tradición que fue llevado a las cuevas fortificadas de Ornolac, en Ariége, donde una banda de cátaros fue exterminada poco después. Pero en Ornolac nunca se ha encontrado nada salvo esqueletos. Por otro lado, Rennes-le-Château está sólo a medio día de viaje a caballo desde Montségur. Es posible que lo que se sacó de Montségur fuera llevado a Rennes-le-Château o, más probablemente, a una de las cuevas que abundan en las montañas de los alrededores. Y si el «secreto» de Montségur era lo que Sauniére iba a descubrir más adelante, obviamente el hecho explicaría muchas cosas.
En el caso de los cátaros, al igual que en el de Sauniére, la palabra «tesoro» parece esconder otra cosa, alguna clase de conocimiento o información. Dada la tenacidad con que los cátaros permanecían fieles a su credo y la gran antipatía que les inspiraba Roma, nos preguntamos si dicho conocimiento o información (suponiendo que existiese) estaba relacionado de alguna forma con el cristianismo, con las doctrinas y la teología del cristianismo, quizá con la historia y los orígenes del mismo. ¿Era posible, en pocas palabras, que los cátaros (o al menos algunos de ellos) supieran algo, algo que contribuyó al fervor enloquecido con que Roma procuró exterminarlos? El clérigo que nos había escrito hablaba de «pruebas incontrovertibles». ¿Conocerían los cátaros tales «pruebas»?
En aquellos momentos lo único que podíamos hacer era especular vanamente. Y en general, la información sobre los cátaros era tan escasa que incluso impedía forjar una hipótesis que nos sirviera de guía. Por otra parte, al investigar a los cátaros habíamos tropezado una y otra vez con otro tema, un tema aún más enigmático, misterioso y envuelto en leyendas evocadoras. Este tema era el de los caballeros templarios.
Así pues, dirigimos nuestra investigación hacia los templarios. Y fue entonces cuando nuestras indagaciones empezaron a proporcionarnos documentación concreta, al mismo tiempo que el misterio adquiría proporciones muy superiores a las que habíamos imaginado.