Ya habíamos trazado una hipótesis provisional que proponía una estirpe descendiente de Jesús. Ahora empezamos a ampliar dicha hipótesis y —pese a que seguía siendo provisional— a rellenar cierto número de detalles cruciales. Al hacerlo, el panorama global empezó a adquirir coherencia y verosimilitud.
Cada vez nos parecía más claro que Jesús era un rey-sacerdote —un aristócrata y pretendiente legítimo al trono— que llevó a cabo un intento de recuperar su patrimonio legítimo. Jesús sería nativo de Galilea, tradicional semillero de oposición al régimen romano. Al mismo tiempo, tendría numerosos partidarios nobles, ricos e influyentes en toda Palestina, incluyendo Jerusalén, la capital; y puede que uno de tales partidarios, poderoso miembro del sanedrín, fuese también pariente suyo. Asimismo, en el barrio de Jerusalén llamado Betania, estaba el hogar de su esposa o bien de la familia de su esposa; y aquí, en vísperas de su entrada triunfal en la capital, residía el aspirante a rey-sacerdote. Aquí estableció el centro de su culto mistérico. Aquí aumentó el número de sus seguidores por medio de iniciaciones rituales, incluyendo la de su cuñado.
Semejante aspirante a rey-sacerdote engendraría una oposición poderosa en ciertos círculos, inevitablemente en la administración romana y quizá en los intereses creados judíos, cuyos representantes eran los saduceos. Al parecer, uno de estos intereses, o ambos, se propuso frustrar sus aspiraciones al trono. Pero su intento de exterminarle no obtuvo el éxito que esperaban. Porque, al parecer, el rey-sacerdote tenía amigos en las altas esferas; y estos amigos, trabajando en colusión con un procurador romano corrupto, fácil de sobornar, montaron una crucifixión ficticia: en terreno privado, inaccesible a todos salvo a un puñado de elegidos. Manteniendo al populacho a una distancia conveniente, montaron una ejecución en la que un sustituto ocupó el lugar del rey-sacerdote en la cruz o en la que el propio rey-sacerdote no murió realmente. Hacia el atardecer —nuevo obstáculo a la visibilidad— se trasladó «un cuerpo» a un sepulcro situado oportunamente cerca, sepulcro del que, al cabo de uno o dos días, desapareció «milagrosamente».
Si nuestro «guión» era correcto, ¿adonde fue Jesús entonces? En lo que se refería a nuestra hipótesis sobre una estirpe, la respuesta a esta pregunta no revestía especial importancia. Según ciertas leyendas islámicas o indias, finalmente murió a una edad madura, en alguna parte de Oriente: Cachemira es la que se señala con mayor frecuencia. Por otro lado, un periodista australiano ha propuesto un argumento intrigante y persuasivo: que Jesús murió en Masada cuando la fortaleza cayó en poder de los romanos en 74 dC. En aquel tiempo estaría a punto de cumplir los ochenta años.[30]
Según la carta que recibimos, los documentos que Bérenger Sauniére encontró en Rennes-le-Château contenían «pruebas irrefutables» de que Jesús vivía en 45 dC pero no hay ninguna indicación de dónde vivía. Una posibilidad sería Egipto y en concreto Alejandría, donde, más o menos por aquel entonces, según se dice, el sabio Ormus creó la Rose-Croix amalgamando el cristianismo con misterios más antiguos y precristianos. Incluso se ha insinuado que el cuerpo momificado de Jesús puede estar escondido en alguna parte de los alrededores de Rennes-le-Château, lo cual explicaría el mensaje cifrado que aparece en los pergaminos de Sauniére: «IL EST LA MORT» («Él está allí muerto»).
No pretendemos afirmar que Jesús acompañó a su familia a Marsella. De hecho, las circunstancias son un argumento contrario a semejante afirmación. Puede que no estuviera en condiciones de viajar y, además, su presencia hubiera constituido una amenaza para la seguridad de sus parientes. Tal vez consideró que era más importante permanecer en Tierra Santa —al igual que su hermano, san Jaime— y seguir trabajando por sus objetivos allí. En resumen, no podemos ofrecer ninguna sugerencia real sobre lo que fue de él, no más de lo que pueden ofrecerla los evangelios.
Sin embargo, a efectos de nuestra hipótesis, el destino de Jesús era menos importante que la suerte que corrió la sagrada familia, y especialmente su cuñado, su esposa y sus hijos. Si nuestro «guión» era correcto, ellos, junto con José de Arimatea y ciertas personas más, fueron sacados en secreto de Tierra Santa y llevados en barco a Marsella. Y cuando desembarcaron allí la Magdalena llevaría en verdad el Sangraal —la «sangre real», el vástago de la casa de David— a Francia.