El estado civil de Jesús

No era nuestra intención desacreditar los evangelios. Lo único que pretendíamos era analizarlos, localizar ciertos fragmentos de veracidad posible o probable y extraerlos de la matriz de detalles ficticios que los rodease. Por otra parte, buscábamos fragmentos de un carácter muy preciso: fragmentos que pudieran atestiguar el matrimonio entre Jesús y la mujer conocida por «la Magdalena». Estos testimonios, huelga decirlo, no serían explícitos. Nos dimos cuenta de que para encontrarlos tendríamos que leer entre líneas, llenar ciertos huecos, explicar determinadas censuras y elipsis. Tendríamos que ocuparnos de omisiones, de indirectas, de alusiones que, en el mejor de los casos, serían oblicuas. Y no sólo tendríamos que buscar pruebas de un matrimonio, sino también de las circunstancias que hubieran conducido al mismo. Por consiguiente, nuestras pesquisas tendrían que abarcar cierto número de cuestiones distintas pero estrechamente relacionadas entre sí. Empezamos por la más obvia de ellas.

1) ¿Hay en los evangelios algún dato, directo o indirecto, que haga pensar que Jesús estuvo casado?

Naturalmente, no hay ninguna declaración explícita en el sentido de que lo estuviese. Por otro lado, tampoco la hay de que no lo estuviese. Y esto es a la vez más curioso y más significativo de lo que pueda parecer a primera vista. Tal como señala el doctor Geza Vermes, de la universidad de Oxford, «Hay en los evangelios un silencio total en lo que se refiere al estado civil de Jesús… Semejante estado de cosas es suficientemente insólito en la judería antigua como para propiciar nuevas investigaciones».[9]

Los evangelios afirman que muchos de los discípulos —Pedro, por ejemplo— estaban casados. Y el propio Jesús en ninguna parte aboga por el celibato. Al contrario, en el evangelio de Mateo declara: «¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo…? Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer: y los dos serán una sola carne» (19, 4-5). Difícilmente pueden estas palabras ser compatibles con la recomendación del celibato. Y si Jesús no predicó el celibato, tampoco hay motivo para suponer que lo practicase. Según la costumbre judaica de la época, que un hombre se casara no era únicamente normal, sino también casi obligatorio. Exceptuando entre ciertos esenios de ciertas comunidades, el celibato era condenado vigorosamente. Durante las postrimerías del siglo I un autor judío incluso comparó el celibato deliberado con el asesinato y, al parecer, su actitud no era única. Y para un padre judío encontrar esposa para su hijo era tan obligatorio como encargarse de que éste fuera circuncidado.

Si Jesús no estaba casado, el hecho hubiera sido sumamente conspicuo. Habría llamado la atención y se hubiese utilizado para caracterizarle e identificarle. Le hubiera apartado en un sentido significativo del resto de sus contemporáneos. De haber sido así, es de esperar que como mínimo una de las crónicas de los evangelios haría alguna referencia a tan marcada desviación de la costumbre. Si Jesús era en verdad tan célibe como afirma la tradición posterior, es extraordinario que no haya ninguna alusión a tal celibato. La falta de tal alusión decididamente sugiere que Jesús, en lo que se refería al asunto del celibato, se ajustaba a los convencionalismos de su época y su cultura, sugiere, en suma, que estaba casado. Sólo esto explicaría satisfactoriamente el silencio que sobre el asunto guardan los evangelios. El argumento lo resume del modo siguiente un respetado erudito moderno en cuestiones teológicas:

Dado el trasfondo cultural que indican los testimonios… es sumamente improbable que Jesús no se casara mucho antes del inicio de su ministerio público. Si hubiera insistido en su celibato, habría armado gran revuelo, una reacción que hubiese dejado algún rastro. Así pues, el hecho de que en los evangelios no se hable del matrimonio de Jesús es un buen argumento, no contra la hipótesis de tal matrimonio, sino a favor de ella, toda vez que, en el contexto judío de la época, la práctica o la defensa del celibato voluntario habría sido tan insólita que hubiese llamado la atención y atraído muchos comentarios.[10]

La hipótesis del matrimonio resulta aún más sostenible si se tiene en cuenta que en los evangelios con frecuencia se aplica a Jesús el título de «rabí». Desde luego, es posible que el citado término se utilice en su sentido más amplio, es decir, cuando significa sencillamente «maestro que se ha nombrado a sí mismo». Pero la cultura de Jesús —su alarde de conocimientos ante los ancianos del templo, por ejemplo— es un buen indicio de que era algo más que un maestro que se hubiera nombrado a sí mismo. Induce a pensar que se sometió a algún tipo de preparación rabínica oficial y que era reconocido oficialmente como rabí. Esto se ajustaría a la tradición, que presenta a Jesús como rabí en el sentido estricto de la palabra. Pero, si Jesús era un rabí en tal sentido estricto, su matrimonio no hubiera sido probable, sino virtualmente cierto. La ley misnaica de los judíos es bien explícita al respecto: «Un hombre soltero no puede ser maestro».[11]

En el cuarto evangelio hay un episodio relacionado con un matrimonio que, de hecho, puede ser el del propio Jesús. Este episodio, por supuesto, es el de las bodas de Caná, historia bastante conocida. Pero, a pesar de ser conocida, hay ciertas cuestiones sobresalientes del mismo que merecen tenerse en consideración.

A juzgar por la crónica del cuarto evangelio, las bodas de Caná fueron una ceremonia local y modesta, una típica boda de pueblo cuyos protagonistas, el novio y la novia, permanecen en el anonimato. A estas bodas Jesús es «llamado» específicamente, lo que es quizás un tanto curioso, porque en realidad aún no ha iniciado su ministerio. Sin embargo, todavía es más curioso el que su madre esté presente en ellas «por casualidad», por así decirlo. Y se diría que su presencia se considera como cosa natural. Ciertamente, no se explica de ninguna manera.

Lo que es más, es María quien ordena a Jesús que llene de nuevo los odres de vino, en vez de limitarse a sugerírselo. María se comporta como si fuera la anfitriona: «Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora» (Juan, 2, 3-4). Pero María, sin inmutarse lo más mínimo, hace caso omiso de la protesta de su hijo: «Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere» (5). Y los sirvientes se apresuran a cumplir las órdenes, como si estuvieran acostumbrados a recibirlas tanto de María como de Jesús.

A pesar del intento ostensible de desentenderse de ella que hace Jesús, María impone su voluntad y entonces Jesús lleva a cabo su primer milagro importante: la transmutación del agua en vino. En lo que se refiere a los evangelios, hasta ahora no ha demostrado sus poderes; y no hay razón por la cual María deba suponer siquiera que los posee. Pero aun en el caso de que la hubiere, ¿por qué unos dones tan singulares y santos se utilizarían con un fin tan banal? ¿Por qué María le haría tal petición a su hijo? Y lo que es aún más importante: ¿por qué dos «invitados» a una boda asumirían la responsabilidad de proporcionar el vino, responsabilidad que, de acuerdo con la costumbre, correspondía al anfitrión? A no ser, claro está, que las bodas de Caná fueran las del propio Jesús. En tal caso, en verdad sería Jesús el encargado de proporcionar más vino.

Hay más pruebas de que las bodas de Caná son en realidad las del propio Jesús. Inmediatamente después de hacerse el milagro, el «maestresala» —una especie de mayordomo o maestro de ceremonias— cata el vino recién producido: «Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; pero has reservado el buen vino hasta ahora» (Juan, 2, 9-10; el subrayado es nuestro). Estas palabras van claramente dirigidas a Jesús. Sin embargo, según el evangelio, van dirigidas al «esposo». Una conclusión obvia es que Jesús y el «esposo» son la misma persona.