¿Cómo íbamos a sintetizar los datos que habíamos reunido? Gran parte de ellos eran convincentes y parecían atestiguar algo, alguna pauta, algún plan coherente. La lista de los supuestos grandes maestres de la orden de Sion, por improbable que nos hubiera parecido al principio, empezaba a mostrar una coherencia notable. Por ejemplo, la mayoría de las figuras que aparecían en ella estaban relacionadas, ya fuera por vía de sangre o por asociación personal, con las familias cuyas genealogías constaban en los «documentos Prieuré» y especialmente con la casa de Lorena. Casi todas ellas tuvieron que ver con órdenes de uno u otro tipo o con sociedades secretas. Virtualmente todas ellas, incluso cuando eran nominalmente católicas, albergaban creencias religiosas poco ortodoxas, y estaban sumergidas, por así decirlo, en el pensamiento y la tradición esotéricos. Y en casi todos los casos había existido algún contacto estrecho entre un supuesto Gran maestre, su predecesor y su sucesor.
Sin embargo, estos hechos, por convincentes que fueran, no probaban necesariamente nada. No probaban, por ejemplo, que la Prieuré de Sion, cuya existencia durante la Edad Media habíamos confirmado, hubiera realmente sobrevivido durante los siglos subsiguientes. Y menos aún probaban que los individuos que se citaban como grandes maestres ocupasen realmente tal cargo. Todavía nos costaba creer que algunos de ellos realmente fueran grandes maestres. En algunos casos la edad que tenían cuando supuestamente habían pasado a desempeñar el cargo era un argumento contrario a ellos. Era posible, por supuesto, que Edouard de Bar hubiese sido elegido Gran maestre cuando tenía cinco años de edad, o que René de Anjou lo hubiese sido a los ocho años, basándose en algún principio hereditario. Pero ningún principio de esa índole parecía aplicable a Robert Fludd o a Charles Nodier, los cuales, según se supone, pasaron a ser grandes maestres a la edad de veintiún años; ni era aplicable a Debussy, que se convirtió en Gran maestre a los veintitrés años. Estos individuos no habrían tenido tiempo de «abrirse camino hacia la cumbre desde una posición más modesta», como hubieran podido hacer, por ejemplo, en la francmasonería. Ni siquiera contaban con una sólida posición en sus esferas respectivas. Esta anomalía no parecía tener sentido. A no ser que supusiéramos que el cargo de Gran maestre de la Prieuré de Sion era con frecuencia puramente simbólico, una posición ritual ocupada por una figura decorativa, una figura que, quizá, ni siquiera era consciente de la categoría que se le otorgaba.
Sin embargo, las especulaciones resultaban fútiles, al menos si nos basábamos en la información que temamos. Así pues, volvimos a recurrir a la historia en busca de pruebas sobre la Prieuré de Sion en otras partes, en sitios ajenos a la lista de supuestos grandes maestres. Investigamos con especial atención las peripecias de la casa de Lorena y de algunas de las demás familias que se citan en los «documentos Prieuré». Procuramos verificar otras afirmaciones que se hacían en dichos documentos. Y buscamos más pruebas de la labor realizada por una sociedad secreta que actuase de forma más o menos encubierta, entre bastidores.
Si era auténticamente secreta, huelga decirlo, no esperábamos que la Prieuré de Sion fuese citada explícitamente por su nombre. Si había continuado funcionando a lo largo de los siglos, lo habría hecho bajo diversos disfraces y máscaras, «tapaderas» y fachadas, del mismo modo que, según se decía, durante un tiempo funcionó bajo el nombre de «Ormus», que más adelante desechó. Tampoco habría seguido una única y obvia política específica, ni una postura política y una actitud del mismo tenor. En realidad, cualquier información en este sentido nos habría parecido sumamente sospechosa. Si nos encontrábamos ante una organización que había sobrevivido durante unos nueve siglos, había que reconocer que su flexibilidad y su capacidad de adaptación eran considerables. Su supervivencia habría dependido de tales cualidades; y sin ellas habría degenerado en una forma vacía, tan desprovista de poder verdadero como, pongamos por caso, los alabarderos de palacio. En pocas palabras, la Prieuré de Sion no podía haber permanecido rígida e inmutable durante toda su historia. Al contrario, se habría visto obligada a cambiar periódicamente, a modificarse y a modificar sus actividades, a ajustarse y a ajustar sus objetivos al cambiante calidoscopio de los asuntos mundiales, del mismo modo que durante los últimos cien años las unidades de caballería han tenido que cambiar sus caballos por tanques o carros blindados. Por su capacidad para adaptarse a una era determinada, así como para explotar y dominar la tecnología y los recursos de la misma, la Prieuré de Sion hacía pensar en su rival exotérica, la Iglesia católica, o tal vez, para citar un ejemplo más bien siniestro, en la Mafia. Huelga decir que para nosotros la Prieuré de Sion no era una orden formada exclusivamente por seres malvados. Pero la Mafia era un ejemplo de cómo una sociedad secreta podía existir a lo largo de los siglos gracias a su capacidad de adaptación.