En los Dossiers Secrets[1] aparece una lista de los siguientes individuos como sucesivos grandes maestres de la Prieuré de Sion o, para utilizar la designación oficial, «Nautonnier», antigua palabra francesa que quiere decir «navegante» o «timonel»:
La primera vez que la vimos, esta lista provocó inmediatamente nuestro escepticismo. Por un lado, incluye varios nombres que esperamos automáticamente encontrar en una lista semejante, nombres de individuos famosos a los que se relaciona con lo «oculto» y lo «esotérico». Por otro lado, incluye una serie de nombres ilustres e improbables, individuos a los que, en ciertos casos, no podíamos imaginarnos presidiendo una sociedad secreta. Al mismo tiempo, muchos de estos nombres son precisamente los que algunas organizaciones del siglo XX han tratado de apropiarse para sí, creando así una especie de «genealogía» espuria. Hay, por ejemplo, listas publicadas por AMORC, los «rosacruces» modernos, cuya base está en California, que incluyen virtualmente todas las figuras importantes de la historia y la cultura occidentales cuyos valores, aunque fuera sólo de modo tangencial, coincidieran casualmente con los de la propia orden. Y a menudo una coincidencia o convergencia fortuita de actitudes se falsifica deliberadamente para que dichas figuras parezcan «miembros iniciados». Así, por ejemplo, nos dicen que Dante, Shakespeare, Goethe y muchos más personajes célebres eran «rosacruces», dando a entender con ello que eran «miembros con carnet» que pagaban regularmente su cuota.
Nuestra actitud inicial ante la citada lista fue igualmente cínica. Por un lado, vemos en ella los nombres que eran de esperar, nombres relacionados con lo «oculto» y lo «esotérico». Nicolás Flamel, por ejemplo, es quizás el más famoso y el mejor documentado de los alquimistas medievales. Robert Fludd, el filósofo del siglo XVII, era un exponente del pensamiento hermético y de otras disciplinas arcanas. Johann Valentín Andrea, contemporáneo alemán de Fludd, compuso, entre otras cosas, algunas de las obras de las que nació el mito del fabuloso Christian Rosenkreuz. Y aparecen también nombres como Leonardo da Vinci o Sandro Filipepi, a quien se conoce mejor por Botticelli. Hay nombres de científicos distinguidos como Robert Boyle y sir Isaac Newton. Se pretende que durante los dos últimos siglos entre los grandes maestres de la Prieuré de Sion se han contado figuras literarias y culturales tan importantes como Víctor Hugo, Claude Debussy y Jean Cocteau.
Dado que incluía semejantes nombres, era inevitable que la lista de los Dossiers Secrets pareciera sospechosa. Era casi inconcebible que algunos de los individuos citados presidiese una sociedad secreta dedicada al cultivo de inquietudes «ocultas» y «esotéricas». Boyle y Newton, por ejemplo, no son precisamente nombres que las gentes del siglo XX relacionen con lo «oculto» y lo «esotérico». Y, aunque Hugo, Debussy y Cocteau sentían gran interés por estas cosas, diríase que son figuras demasiado conocidas, estudiadas y documentadas para haber sido «grandes maestres» de una orden secreta. AJ menos para haberlo sido sin que el hecho llegara a conocimiento del público.
Por otro lado, los nombres distinguidos no son los únicos que aparecen en la lista. La mayoría de los demás nombres pertenecen a nobles europeos de alto rango, muchos de los cuales son extremadamente oscuros, desconocidos, no sólo para el lector corriente, sino incluso para el historiador profesional. Tenemos a Guillaume de Gisors, por ejemplo, que, según se dice, en 1306 organizó la Prieuré de Sion como una «francmasonería hermética». Y tenemos al abuelo de Guillaume, Jean de Gisors, al que se presenta como el primer Gran maestre independiente de la orden de Sion, cargo que pasó a ocupar después de la «tala del olmo» y la separación del Temple en 1188. No hay ninguna duda de que Jean de Gisors existió históricamente. Nació en 1133 y murió en 1220. Se le menciona en cartas y fue cuando menos señor nominal de la famosa fortaleza de Normandía donde tradicionalmente tenían lugar las entrevistas entre los reyes de Inglaterra y Francia y donde, además, tuvo efecto la tala del olmo en 1188. Al parecer, Jean de Gisors fue un terrateniente sumamente poderoso y rico y, hasta 1193, vasallo del rey de Inglaterra. También se sabe que tenía propiedades en Inglaterra: en Sussex y en el manor de Titchñeld en Hampshire.[2] Según los Dossiers Secrets, en 1169 se entrevistó con Thomas Becket en Gisors, aunque no se da ninguna indicación del motivo de la entrevista. Podemos confirmar que, efectivamente, Becket estuvo en Gisors en 1169[3] y, por consiguiente, es probable que tuviera algún contacto con el señor de la fortaleza, pero no logramos dar con ningún testimonio de un encuentro entre los dos.
En pocas palabras, Jean de Gisors, aparte de algunos detalles poco firmes, resultó virtualmente imposible de localizar. Parecía no haber dejado la menor huella en la historia, exceptuando su existencia y su título. No encontramos ninguna indicación de lo que hizo, de lo que pudo constituir la fuente de su fama, ni de algo que justificase el que desempeñara el cargo de Gran maestre de la orden de Sion. Si la lista de los supuestos grandes maestres de esta orden era auténtica, ¿qué hizo Jean de Gisors para merecer un puesto en ella? Y si la lista era una invención posterior, ¿por qué se había incluido en ella a un personaje tan oscuro?
A nuestro modo de ver, sólo había una explicación posible y que, de hecho, no explicaba muchas cosas. Al igual que los demás nombres aristocráticos de la lista de grandes maestres de la orden de Sion, el de Jean de Gisors aparecía en las complicadas genealogías que figuraban en otras partes de los «documentos Prieuré». Junto con los otros nobles escurridizos, al parecer pertenecía al mismo bosque denso de árboles genealógicos, descendiendo en esencia, supuestamente, de la dinastía merovingia. Por tanto, nos pareció evidente que la Prieuré de Sion —al menos en cierta medida significativa— era un asunto doméstico. De algún modo la orden parecía estar íntimamente asociada a una estirpe y un linaje. Y era su conexión con dicha estirpe o linaje lo que tal vez explicaba los diversos nobles con título que aparecían en la lista de grandes maestres.
A juzgar por la lista que hemos citado antes, diríase que el cargo de Gran maestre de la orden de Sion lo han compartido dos grupos esencialmente diferenciados de individuos. Por un lado tenemos las figuras de estatura monumental que —a través del esoterismo, las artes o las ciencias— han tenido cierta repercusión en la tradición, la historia y la cultura de Occidente. En el otro lado están los miembros de una red específica e interrelacionada de familias nobles y a veces reales. En cierto modo, esta curiosa yuxtaposición daba verosimilitud a la lista. Si lo único que se deseaba era «inventar» una genealogía, de nada serviría incluir tantos aristócratas desconocidos y olvidados desde hacía mucho tiempo. De nada serviría, por ejemplo, incluir un hombre como Charles de Lorena: mariscal de campo austriaco en el siglo XVIII., cuñado de la emperatriz María Teresa, hombre que demostró ser singularmente inepto en el campo de batalla y al que Federico el Grande de Prusia zurró en un combate tras otro.
La Prieuré de Sion parecía, al menos en este sentido, tan modesta como realista. No pretende haber funcionado bajo los auspicios de grandes genios, de «maestres» sobrehumanos, de «iniciados» iluminados, de santos, sabios o inmortales. Por el contrario, reconoce que sus grandes maestres fueron seres humanos y falibles y que constituyen una muestra representativa de la humanidad: unos cuantos genios, un puñado de notables, unos cuantos «ejemplares corrientes», algunos seres vulgares e incluso un puñado de imbéciles.
Inevitablemente, nos preguntamos por qué una lista falsificada iba a incluir un espectro como éste. Si uno desea inventar una lista de grandes maestres, ¿por qué no incluir en ella únicamente nombres ilustres? Si uno pretende «fabricar una genealogía» que incluya a Leonardo, a Newton y a Víctor Hugo, ¿por qué no incluir también a Dante, a Miguel Ángel, a Goethe y a Tolstoi, en vez de recurrir a gente poco conocida como Edouard de Bar y Maximilien de Lorena? ¿Por qué, además, había tantas «lumbreras menores» en la lista? ¿Por qué se incluye a un escritor relativamente segundón como Charles Nodier en lugar de a coetáneos suyos como Byron o Pushkin? ¿Por qué se incluye a un excéntrico aparente como Cocteau y no a hombres de prestigio internacional como André Gide o Albert Camus? ¿Y por qué se omite a individuos como Poussin, cuya relación con el misterio ya estaba comprobada? Esas y otras preguntas parecidas nos atosigaban y señalaban que estaba justificado tener presente la lista antes de descartarla como una patraña descarada.
En vista de ello, emprendimos un estudio largo y detallado de los supuestos grandes maestres: sus biografías, actividades y realizaciones. Durante dicho estudio hicimos todo lo posible para someter a cada uno de los nombres de la lista a ciertas preguntas críticas:
1) ¿Hubo algún contacto personal, directo o indirecto, entre cada maestre y su predecesor y su sucesor inmediatos?
2) ¿Había alguna afiliación, por vía de sangre o de otro tipo, entre cada supuesto Gran maestre y las familias que figuraban en las genealogías de los «documentos Prieuré», con alguna de las familias a las que se suponía descendientes de los merovingios y, especialmente, de la casa ducal de Lorena?
3) ¿Tenían todos los supuestos grandes maestres alguna relación con Rennes-le-Château, Gisors, Stenay, Saint Sulpice o cualquiera de los otros lugares cuyos nombres habían figurado de forma repetida en nuestra investigación anterior?
4) Si la orden de Sion se definía a sí misma como francmasoneríahermética, ¿mostraban todos los supuestos grandes maestres alguna predisposición al pensamiento hermético o a la relación con sociedades secretas?
Aunque era difícil y a veces imposible obtener información sobre los supuestos grandes maestres de antes de 1400, al investigar las figuras posteriores obtuvimos algunos resultados asombrosos y congruentes. De una u otra manera, muchas de dichas figuras estaban relacionadas con uno o varios de los sitios que parecían venir al caso: Rennes-le-Château, Gisors, Stenay o Saint Sulpice. La mayoría de los nombres de la lista tenían parentesco de sangre con la casa de Lorena o tenían alguna otra clase de relación con ella; hasta Robert Fludd, por ejemplo, prestó servicios en calidad de preceptor de los hijos del duque de Lorena. De Nicolás Flamel en adelante, cada uno de los nombres de la lista, sin excepción alguna, estaba impregnado de pensamiento hermético y a menudo relacionado también con las sociedades secretas: incluso hombres a los que no se suele relacionar con estas cosas, como, por ejemplo, Boyle y Newton. Y con una sola excepción cada supuesto Gran maestre tenía algún contacto —a veces directo, otras veces a través de mutuos amigos íntimos— con los que le precedieron y sucedieron. Que nosotros pudiéramos ver, había una única «ruptura en la cadena». E incluso ésta —que, al parecer, ocurrió alrededor de la época de la revolución francesa, entre Maximilien de Lorena y Charles Nodier—, en modo alguno es concluyente.
En el contexto del presente capítulo no podemos comentar detalladamente cada uno de los supuestos grandes maestres. Algunas de las figuras menos conocidas sólo adquieren importancia si se examinan sobre el fondo de una época determinada, y explicar esta importancia de modo satisfactorio nos obligaría a desviarnos por los caminos olvidados de la historia. En el caso de los nombres más famosos, sería imposible hacerles justicia en unas cuantas páginas. Por consiguiente, el material biográfico relativo a los supuestos grandes maestres y las relaciones entre ellos lo hemos incluido en un apéndice (véase pp. 380-400). En este capítulo nos ocuparemos de fenómenos sociales y culturales de índole más general en los que una sucesión de supuestos grandes maestres desempeñó un papel colectivo. En esta clase de fenómenos sociales y culturales fue donde nuestras investigaciones nos permitieron detectar con claridad la intervención de la Prieure de Sion.