¿Cómo puedo agradeceros…? Veamos.
No hay palabras para expresar mi gratitud a mi viejo editor Michael Korda y su socio Chuck Adams. Una historia, como un hijo, se desarrolla mejor en un ambiente de sensatez y cariño cuando hay estímulo, ayuda y orientación. De nuevo y siempre, sine qua non, os quiero, chicos.
Gypsy da Silva, la correctora de muchos de mis manuscritos sigue siendo una candidata a la santidad por su ojo de águila y su paciencia. Muchas gracias, Gypsy.
Felicitaciones para mi compañera, la autora Judith Kelman, que ha entrado repetidamente en Internet, cuyos misterios aún no he desentrañado, para conseguirme información que necesitaba con urgencia.
Mil gracias a Catherine L. Forment, vicepresidenta de Merrill Lynch, por sus respuestas amables y expertas a muchas preguntas sobre inversiones en bolsa y procedimientos financieros.
Me quito el sombrero agradecida ante R. Patrick Thompson, presidente del New York Mercantile Exchange, que interrumpió una reunión para contestar a mis preguntas sobre órdenes judiciales de abstención.
Cuando decidí que sería interesante que las costumbres funerarias formaran parte de este relato, leí libros fascinantes sobre el tema. En especial, Consolatory Rhetoric de Donovan J. Octs, Down to Earth de Marian Barnes y Celebrations of Death de Metcalf Huntington.
El departamento de policía de Newport respondió con gran cortesía a todas mis llamadas telefónicas. Agradezco la amabilidad de todos los policías y espero que el procedimiento policial incluido en estas páginas pase la inspección.
Y por último, un agradecimiento cariñoso a mi hija Carol Higgins Clark por su infalible habilidad para captar mis manías inconscientes. «¿Sabes cuántas veces has usado la palabra "decente"?». «Ninguna persona de treinta y dos años diría que…».
Y ahora, felizmente, puedo citar las palabras escritas en la pared de un monasterio medieval: «El libro está terminado. Oigamos al escritor».