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—¡Neil, mira eso!

Iban por una estrecha pista de tierra detrás del Jaguar. Al salir de la carretera principal, Neil había apagado las luces para que Liam Payne no se diera cuenta de que lo seguían. Pero ahora que el Jaguar giraba a la izquierda, los faros iluminaron por un instante un cartel que Robert Stephens se esforzó en distinguir.

—«Aquí se construirá el Museo Funerario Bateman al aire libre» —leyó—. De eso estaría hablando Bateman cuando dijo que el ataúd iba a ser parte de una importante exposición. ¿Será aquí?

Neil no contestó. Un miedo insoportable estalló dentro de él: ataúd, coche fúnebre, cementerio.

Si Liam Payne había ordenado que se asesinara a algunos huéspedes de Latham Manor y después había puesto campanillas simbólicas en sus tumbas, ¿qué no sería capaz de hacerle a alguien que lo había puesto en peligro?

¿Y si había ido al museo la noche anterior y había encontrado a Maggie allí? Él y alguien más, pensó Neil. Tenía que haber dos personas para conducir el coche fúnebre y el Volvo de Maggie. ¿La habían matado y después sacado el cuerpo en ese ataúd?

¡Dios mío, no! ¡No, por favor!

—Neil, creo que nos ha visto. Está dando la vuelta.

Neil tomó la decisión en el acto.

Síguelo y llama a la policía. Yo me quedo aquí.

Neil ya había saltado del coche antes de que su padre pudiera protestar.

El Jaguar pasó al lado de ellos a toda velocidad.

—¡Síguelo! —gritó Neil—. ¡Síguelo!

Robert Stephens realizó un cambio de sentido con torpeza y pisó el acelerador.

Neil echó a correr. Una sensación de urgencia en todo su cuerpo lo hizo correr hacia la zona en construcción.

La luna iluminaba el terreno embarrado y removido. Notó que habían talado árboles, quitado maleza, marcado los senderos y… cavado tumbas. Vio hoyos abiertos por todo el terreno, aparentemente sin orden, y, junto a algunos, grandes montículos de tierra.

La zona despejada parecía enorme y se extendía hasta donde le alcanzaba la vista. ¿Estaría Maggie en ese lugar? ¿Tan demente era Payne? ¿Había metido el ataúd con Maggie dentro en uno de esos hoyos y lo había cubierto de tierra?

Sí, evidentemente estaba loco.

Neil empezó a recorrer el terreno llamando a Maggie. Resbaló en una tumba abierta y cayó dentro. Perdió unos preciosos segundos para encontrar un punto de apoyo y salir a trompicones. Pero aun así no paró de gritar.

—¡Maggie! ¡Maggie!

*****

¿Soñaba? Maggie se obligó a abrir los ojos. Le costaba tanto, y estaba tan cansada… Sólo quería dormir. Ya no podía mover la mano. La tenía agarrotada e inflamada. Ya no podía gritar, pero daba igual. Nadie la oiría.

—¡Maggie! ¡Maggie!

Creyó oír su nombre. Parecía la voz de Neil. Pero era demasiado tarde.

Trató de gritar, pero no le salió sonido alguno de la garganta. Sólo podía hacer una cosa. Con doloroso esfuerzo se cogió la mano izquierda con la derecha y empezó a moverla arriba y abajo, arriba y abajo…

—¡Maggie! ¡Maggie!

Su nombre de nuevo, pero esta vez el sonido parecía más débil y lejano…

Neil sollozaba. ¡Maggie estaba allí! ¡Allí! ¡Lo sabía! Intuía su presencia. Pero ¿dónde? ¿Dónde? ¿Era demasiado tarde? Había recorrido casi toda la zona removida. Quizá estaba enterrada debajo de uno de aquellos montículos de tierra. Harían falta máquinas para cavar. Había tantos…

Se le acababa el tiempo, y a ella también. Lo percibía.

—¡Maggie! Maggie…

Se detuvo y miró alrededor con desesperación. De pronto notó algo. La noche estaba en calma. No había brisa ni para mover una brizna de hierba, pero en el otro extremo del terreno, casi oculto por los montículos de tierra, brillaba algo a la luz de la luna. ¡Y se movía!

¡Una campanilla! Una campanilla que subía y bajaba. Alguien trataba de avisar desde una tumba. ¡Maggie!

Neil corrió a trompicones sorteando fosas abiertas y llegó a la campana. Vio que estaba unida a un tubo casi completamente tapado de barro.

Empezó a cavar con las manos alrededor del tubo. Cavaba y sollozaba.

En ese momento la campana dejó de moverse.

*****

El comisario Brower y el detective Haggerty estaban en el coche patrulla cuando les informaron de la llamada de Robert Stephens.

—Tenemos dos hombres detrás de eseJaguar —dijo el operador—, pero Stephens cree que es posible que la mujer desaparecida esté enterrada en ese museo al aire libre.

—Estamos a punto de llegar —respondió Brower—. Mande una ambulancia y un equipo de urgencias inmediatamente. Con suerte, los necesitaremos. —Se inclinó hacia delante—. Pon la sirena.

Cuando llegaron, se encontraron a Neil cavando y arañando la tierra húmeda. Al cabo de un instante, Brower y Haggerty también cavaban afanosamente con sus manos.

La tierra, debajo de la superficie, era más blanda, menos apretada. Por fin llegaron a la madera lustrosa. Neil saltó dentro de la fosa y empezó a sacar la tierra de la tapa del ataúd Al fin consiguió arrancar el tubo y quitó la tierra del orificio.

Se deslizó a un lado de la tumba, metió los dedos en el borde de la tapa y, con un esfuerzo sobrehumano, logró abrirla. La sostuvo con el hombro izquierdo mientras cogía el cuerpo inerte de Maggie y lo levantaba hacia las manos ansiosas que aguardaban arriba.

En el momento en que la cara de ella rozaba la suya, vio que movía los labios y oyó un débil susurro.

—Neil… Neil…

—Estoy aquí, amor, y nunca te dejaré.