—Tómatelo con calma, Earl —le dijo Liam Moore Payne por décima vez en una hora.
—No, no pienso tomármelo con calma. Sé cómo se ha burlado toda la familia de los Bateman, y especialmente de mí.
—Nadie se ha burlado de ti, Earl —dijo Liam con tono tranquilizador.
Estaban sentados en la oficina del museo. Eran casi las cinco y la araña antigua del techo iluminaba la habitación con un tenue resplandor.
—Creo que necesitas una copa —dijo Liam.
—Querrás decir que la necesitas tú.
Liam, sin responder, se levantó y fue al armario que había sobre el fregadero. Sacó una botella de whisky y dos vasos, una cubitera y limón de la nevera.
—Un whisky doble con hielo con un chorrito de limón para los dos.
Earl, aplacado, esperó a que le sirviera la copa.
—Me alegro de que hayas venido, Liam.
—Cuando llamaste, me di cuenta de que estabas muy alterado. Yo, naturalmente, estoy más que alterado por la desaparición de Maggie. —Hizo una pausa—. Earl, nos hemos estado viendo este último año sin grandes compromisos Cuando iba a Nueva York, la llamaba y salíamos a cenar. Pero esa noche en el Four Seasons, cuando me di cuenta de que se había marchado sin decirme nada, algo pasó.
—Lo que pasó es que no le hacías caso porque no parabas de saludar a todo el mundo en la fiesta.
—No; fue que me di cuenta de que había sido un gilipollas, y que si ella me hubiera mandado a paseo, le habría pedido disculpas de rodillas. Pero además tomé conciencia de lo importante que Maggie era para mí. Lo que pasó esa noche me da esperanzas de que quizá ella esté bien.
—¿A qué te refieres?
—Al hecho de que no estaba a gusto y se fue sin decir nada. Dios sabe que, desde que llegó a Newport, ha tenido muchas razones para no sentirse bien. A lo mejor sólo necesitaba alejarse un poco.
—Pero te olvidas de que encontraron su coche abandonado.
—Es posible que se fuera en tren o en avión, dejara el coche aparcado y se lo robaran unos gamberros para irse de juerga.
—No me hables de gamberros —dijo Earl—. Mi teoría es que el robo de anoche es obra de ese mismo tipo de delincuentes juveniles.
El agudo sonido del timbre los sobresaltó.
—No espero a nadie —respondió Earl Bateman a la pregunta muda de su primo, y añadió con una sonrisa—: Bueno, a lo mejor es la policía que viene a decirme que han encontrado el ataud.
*****
Neil y su padre se encontraron con Brower en el aparcamiento del museo funerario. El comisario advirtió a Neil que tuviera cuidado con lo que decía y que dejara el interrogatorio en manos de la policía. El detective Haggerty llevaba discretamente debajo del brazo una caja de zapatos con las campanillas encontradas en casa de Maggie.
Earl los llevó a la oficina del museo y Neil se asombró de ver a Liam Payne allí sentado. Repentinamente incómodo por la presencia de su rival, lo saludó con formal cortesía, pero se tranquilizó al ver que ni él ni Earl estaban al tanto de su relación con Maggie. La policía los presentó, a él y a su padre, sencillamente como dos amigos de Maggie de Nueva York, preocupados por ella.
Bateman y Payne fueron a buscar sillas para los demás a la sala de enfrente, en la que se exponía la representación de un velatorio. Cuando regresaron, la irritación de Bateman era patente.
—Liam, tienes los zapatos embarrados y ésta es una alfombra muy cara. Antes de irme tendré que pasar la aspiradora por toda la sala. —Con gesto brusco, se volvió hacia los detectives—. ¿Alguna novedad sobre el ataúd?
—Todavía no, profesor Bateman —respondió Brower—, pero sí sobre otros objetos que creemos le pertenecen.
—Eso es ridículo. No falta nada más, salvo el catafalco. Lo he comprado. Lo que quiero son noticias del ataúd, es muy importante para mí. Pensaba exponerlo en la muestra al aire libre de la que le hablé. Hasta había encargado caballos de cera con plumas negras y una réplica de un carruaje funerario de la época victoriana. Será una exposición impresionante.
—Earl, tranquilízate —trató de calmarlo Liam Payne. Se volvió hacia Brower—. Comisario, ¿hay alguna novedad sobre Maggie Holloway?
—No, desgraciadamente no.
—¿Han considerado mi sugerencia de que Maggie quizá quisiera sencillamente alejarse de la terrible tensión de la última semana y media?
Neil miró a Liam con desdén.
—No conoces a Maggie —dijo—. No es una persona que escape de los problemas, los enfrenta.
Brower ignoró a los dos hombres y se dirigió a Bateman.
—Profesor, por el momento nos limitaremos a aclarar algunas cuestiones. No está obligado a responder nuestras preguntas. ¿Comprende?
—¿Por qué no voy a responder sus preguntas? No tengo nada que ocultar.
—De acuerdo. Por lo que sabemos, las campanillas que mandó forjar para la conferencia sobre las personas que temían ser enterradas vivas en la época victoriana están guardadas, ¿no es cierto?
El enfado de Earl Bateman era visible.
—No pienso volver a ese incidente de Latham Manor —repuso bruscamente—. Ya se lo he dicho.
—Comprendo. Pero puede contestar la pregunta, por favor.
—Sí, guardé las campanillas. Sí.
Brower hizo una seña a Haggerty, que abrió la caja de zapatos.
—Profesor, el señor Stephens encontró estas campanillas en casa de Maggie Holloway. ¿Son parecidas a las suyas?
Bateman palideció. Cogió una y la examinó minuciosamente.
—¡Esa mujer es una ladrona! —estalló—. Seguro que anoche volvió y las robó. Se puso de pie de un brinco y echó a correr escaleras arriba; los demás lo siguieron. Abrió de golpe la puerta del almacén del segundo piso, se abalanzó sobre un estante de la derecha y sacó una caja que estaba metida entre otras dos.
—Está demasiado ligera —murmuró—, sin duda faltan algunas.
Metió la mano en la caja y rebuscó entre el material de embalaje. Se volvió hacia los cinco hombres, con la cara roja y los ojos brillantes.
—¡Sólo hay cinco! ¡Faltan siete! Las ha robado esa mujer. No me extraña que ayer no parara de preguntar por las campanillas.
Neil sacudió la cabeza consternado. Este hombre está loco, pensó. De verdad cree lo que dice.
—Profesor Bateman, he de pedirle que me acompañe a la comisaría —dijo Brower con tono formal—. Debo informarle que es usted sospechoso de la desaparición de Maggie Holloway. Tiene derecho a guardar silencio…
—¡No necesito que me lea mis derechos! —Chilló Bateman—. Maggie Holloway se mete aquí, me roba las campanillas y quizá el ataúd, ¿y me echan la culpa a mí? ¡Es ridículo! Creo que debería estar buscando a su cómplice. No pudo hacerlo sola.
Neil cogió a Bateman de las solapas.
—¡Cállate! —gritó—. Sabes muy bien que Maggie no se ha llevado nada. No sé dónde encontró esas campanillas, pero significaban algo muy importante para ella. Y ahora contéstame una cosa. Unos chicos vieron a eso de las diez de anoche salir de aquí un coche fúnebre y el Volvo de Maggie. ¿Tú cuál conducías?
—Basta, Neil —ordenó Brower.
Neil vio el enfado en la cara del comisario mientras Robert Stephens lo apartaba de Earl Bateman.
Me importa un comino, pensó. No es momento de andarse con remilgos con este bastardo mentiroso.
—¿Se refiere a mi coche fúnebre? —Replicó Bateman—. Es imposible. Está en el garaje.
Bateman se precipitó escaleras abajo y salió hacia el garaje. Tiró de la puerta y entró corriendo seguido por los otros hombres.
—Alguien lo ha usado —exclamó mientras miraba por las ventanillas—. Miren, hay barro en la alfombra.
Neil quería estrangularlo, sacarle la verdad a golpes. ¿Cómo había hecho para que Maggie siguiera a ese coche fúnebre? ¿U otra persona conducía el Volvo?
Liam Payne cogió a su primo del brazo.
—Earl, no te preocupes. Te acompañaré a la comisaría y llamaré a un abogado.
*****
Neil y su padre se negaron a irse a casa. Se sentaron en la sala de espera de la comisaría. De vez en cuando, el detective Haggerty se acercaba a ellos.
—No ha querido llamar a un abogado y está contestando a todo. Insiste en que anoche estaba en Providence y puede demostrarlo por las llamadas telefónicas que hizo desde su apartamento. No podemos seguir reteniéndolo.
—Pero sabemos que le ha hecho algo a Maggie —protestó Neil—. ¡Tiene que ayudarnos a encontrarla!
Haggerty sacudió la cabeza.
Le preocupa más el ataúd y el barro del coche fúnebre que Maggie. Piensa que fue con alguien para robarle el ataúd y las campanas, alguien que se llevó el féretro en el coche fúnebre. La llave de contacto estaba a la vista en la oficina. Dentro de un rato el primo lo llevará de vuelta al museo para que recoja su coche.
—Pero no pueden dejarlo marchar —protestó Neil.
—No podemos retenerlo —repuso Haggerty. Vaciló, y añadió—: Voy a decirles algo que quizá les interese, porque de todas formas se enterarán. Como saben, también estamos investigando unas acusaciones de faltas en Latham Manor, gracias a la nota de suicidio de ese abogado que se mató. Mientras estábamos fuera, el comisario recibió un mensaje. Había encargado como prioridad averiguar quién era el auténtico propietario de Latham Manor. ¿Y adivinan quién es? Nada más y nada menos que el primo de Bateman, el señor Liam Moore Payne.
Haggerty miró con cautela alrededor, temeroso de que Payne apareciera por detrás.
—Creo que todavía está dentro. Insistió en acompañar a su primo durante el interrogatorio. Le preguntamos si era el dueño de Latham Manor y lo reconoció sin vacilar. Dice que es una inversión muy rentable, pero no quiere que se sepa que él es el propietario. Dice que si la gente se enterara, los huéspedes lo llamarían para quejarse o pedirle favores. Es lógico, ¿no creen?
*****
Eran casi las ocho cuando Robert Stephens se volvió hacia su hijo.
—Vamos, Neil, es mejor que nos vayamos a casa —le insistió.
Tenían el coche aparcado enfrente de la comisaría. En cuanto Robert puso el coche en marcha, sonó el teléfono.
Contestó Neil.
Era Dolores Stephens, que se había ido a casa cuando ellos salieron hacia el museo.
—¿Se sabe algo de Maggie? —preguntó con ansiedad.
—Nada, mamá. Ahora vamos para casa.
Neil, acaba de llamar la señora Sarah Cushing. Me ha dicho que su madre, la señora Bainbridge, vive en Latham Manor y que tú has hablado con ella hoy.
—Así es. —Neil sintió que su interés aumentaba.
—La señora Bainbridge ha recordado algo que consideró importante y llamó a su hija. Dice que Maggie mencionó algo acerca de una campanilla que había encontrado en la tumba de su madrastra. Le preguntó si poner una campanilla era alguna costumbre. A la señora Bainbridge se le ocurrió que quizá era una de esas campanillas victorianas del profesor Bateman. No sé qué significa todo esto, pero que ría que lo supieras. Nos vemos dentro de un rato.
Neil le explicó a su padre lo que le había contado Dolores Stephens.
—¿Qué piensas de todo esto, Neil? —preguntó Robert mientras ponía la primera.
—Espera un momento, papá, no arranques —dijo Neil con ansiedad—. ¿Qué pienso? Pues muchas cosas. Las campanillas que encontramos en el estudio de Maggie debió sacarlas de la tumba de su madrastra y de la de alguien más, probablemente de alguna mujer de la residencia. De lo contrario, ¿para qué iba a hacer esa pregunta? Si volvió anoche al museo, cosa que todavía dudo, fue para ver si faltaba alguna de las campanillas que Bateman afirmaba tener en esa caja.
—Aquí vienen —murmuró Robert Stephens mientras Bateman y Payne salían de la comisaría.
Los vieron entrar en el Jaguar de Payne y hablar animadamente durante unos minutos.
Había parado de llover y la luna llena iluminaba los aledaños de la comisaría.
—Payne habrá venido hoy de Boston por alguna pista de tierra —observó Robert—. Mira cómo están las ruedas. También tenía los zapatos bastante embarrados. ¿Has oído cómo le chilló Bateman por lo de la alfombra? También es una sorpresa que sea el dueño de esa residencia. Hay algo en ese tipo que no me gusta. ¿Maggie salía con él en serio?
—No lo creo —respondió Neil con voz apagada—. A mí tampoco me cae bien, pero evidentemente es un triunfador. Esa residencia cuesta una fortuna. He investigado sus operaciones financieras. Tiene su propia empresa y se llevó algunos de los mejores clientes de Randolph y Marshall. Obviamente es muy listo.
—Randolph y Marshall —repitió el padre—. ¿No trabajaba alli la mujer del doctor Lane?
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído, que la mujer de Lane trabajaba en Randolph y Marshall.
—¡Eso es! —Exclamó Neil—. ¿No te das cuenta? Liam Payne está relacionado con todo. Es el propietario de la residencia, por lo tanto él habrá dado la última palabra para contratar a Lane.
Doug Hansen, aunque muy poco tiempo, también trabajó en Randolph y Marshall, y además tiene alguna forma de que sus transacciones pasen por la cámara de compensaciones. Hoy dije que seguramente debía operar desde otra oficina, y que era demasiado estúpido para planear solo una estafa de ese calibre. Es sólo el testaferro. Alguien lo prepara. Pues bien, quizá ese alguien sea Liam Moore Payne.
—Pero hay algo que no cuadra —protestó Robert Stephens—. Si Payne era el propietario de la residencia, podía conseguir toda la información financiera que necesitaba sin tener que usar a Hansen ni a su tía Janice Norton.
—Pero es más seguro mantenerse al margen —señaló Neil—. Así, si algo sale mal, Hansen se convierte en el chivo expiatorio. ¿No te das cuenta, papá? Laura Arlington y Cora Gebhart sólo habían presentado solicitudes. Payne no les entregaba ningún apartamento. Estafaba a los que presentaban solicitudes cuando no había apartamentos libres. Es evidente que Payne es la caja de resonancia de Bateman. Si éste hubiera estado disgustado porque Maggie le había preguntado por el incidente de Latham Manor, ¿no se lo habría contado?
—Quizá, ¿pero qué quieres decir exactamente?
—Que Payne es la clave de todo esto. Es el dueño oculto de Latham Manor. Las mujeres de la residencia mueren en circunstancias aparentemente normales, pero cuando uno piensa en todas las que han muerto últimamente y tiene en cuenta las semejanzas (todas bastante solas y sin parientes cercanos que las atendieran) resulta muy sospechoso. ¿Y quién se beneficia de esas muertes? Latham Manor, que vende el apartamento vacío al siguiente de la lista.
—¿Quieres decir que Liam Payne mató a todas esas mujeres? —preguntó Robert Stephens con incredulidad.
—Todavía no lo sé —respondió su hijo—. La policía sospecha que el doctor Lane o la enfermera Markey quizá tengan algo que ver con esas muertes, pero cuando hablé con la señora Bainbridge, señaló que el doctor Lane era bondadosoy que Markey era buena enfermera. Tengo el presentimiento de que sabe lo que dice. Es una mujer aguda. No, no sé quién mató a esas mujeres, pero creo que Maggie había llegado a la misma conclusión sobre esas muertes y se estaba acercando peligrosamente al asesino.
—¿Pero dónde encajan las campanillas? ¿Y Bateman? No lo comprendo —repuso Robert Stephens.
—¿Las campanillas? Quién sabe. Quizá es la forma que tiene el asesino de llevar la cuenta. Pero como Maggie las encontró en las tumbas y leyó los obituarios de las mujeres, existía la posibilidad de que descubriera lo que sucedía. Quizá las campanillas significaban que esas mujeres habían sido asesinadas. —Neil hizo una pausa—. En cuanto a Bateman, es un bicho demasiado raro para algo tan calculado como esto. No; creo que Liam Moore Payne es nuestra conexión en todo esto. ¿No has oído la estupidez que dijo para explicar la desaparición de Maggie? —Resopló burlonamente—. Apuesto a que sabe lo que le ha pasado a Maggie y sólo está tratando de que no la busquen con tanto empeño.
Al ver que Payne ponía el coche en marcha, Robert Stephens se volvió hacia su hijo.
—Supongo que vamos a seguirlo —dijo.
—Sin duda. Quiero ver adónde va —respondió Neil, y añadió en silencio: Por favor, que me lleve hasta Maggie.