Cuando su padre bajaba para llamar a la comisaría, Neil vaciló un instante y se detuvo a examinar la foto del tablero.
La inscripción al dorso rezaba: «Aniversario del nacimiento de Squire Moore, 20 de septiembre. Earl Moore Bateman, Nuala Moore, Liam Moore Payne». Neil estudió el rostro de Bateman. La cara de un mentiroso, pensó. El último que vio a Maggie con vida.
Horrorizado por lo que pudiera decirle su subconsciente, dejó la foto junto a las campanillas y se apresuró a reunirse con su padre.
—El comisario Brower está al teléfono —dijo Robert Stephens—. Quiere hablar contigo. Le conté lo de las campanillas.
Brower fue al grano.
—Si esas dos campanillas forman parte del lote que Bateman afirma tener guardado en el almacén del museo, podemos traerlo a la comisaría para interrogarlo. El problema es que puede negarse a responder y llamar a un abogado, lo que demoraría bastante las cosas. Lo mejor es ir a verlo con las campanillas y esperar que diga algo que lo delate. Esta mañana, cuando hablamos con él sobre el tema, se puso hecho una furia.
—Quiero estar presente cuando hable con él —dijo Neil.
—Tengo un coche patrulla vigilando el museo desde el aparcamiento de la funeraria. Si Bateman sale, lo seguirán.
—Ahora mismo vamos para allá —dijo Neil, y añadió—: Una cosa más, comisario. Sé que han interrogado a unos chicos, ¿han averiguado algo?
Notó que el comisario dudaba antes de responder.
—Algo que no sé si creer o no. Ya se lo explicaré después.
—No, dígamelo ahora —replicó Neil con brusquedad.
—Entonces tenga en cuenta que no necesariamente damos por cierta esa historia. Uno de los chicos admitió que anoche estaba cerca del museo, concretamente en la acera de enfrente, y que a eso de las diez vio dos vehículos, un coche fúnebre y detrás una berlina, que salían del aparcamiento del museo.
—¿Qué tipo de berlina? —preguntó Neil con ansiedad.
—El chico no está seguro de la marca, pero jura que era negra.