Le dolía la mano y la tenía cubierta de tierra. No había dejado de mover el cordel con la esperanza de mantener el tubo abierto, pero ahora ya no caía más tierra y el agua había parado de filtrarse.
Tampoco oía el repiqueteo de la lluvia. ¿Hacía más frío o era sólo la humedad helada del ataúd?, se preguntó. Aunque en realidad empezaba a sentir calor, demasiado calor. Tengo fiebre, pensó adormilada. La cabeza le daba vueltas. El tubo está obstruido, se dijo. No queda mucho aire.
—Uno… dos… tres… cuatro… —susurraba para obligarse a mantenerse despierta; pediría ayuda otra vez al llegar al quinientos.
¿Qué importaba si él volvía y la oía? ¿Qué más podía hacerle?
Seguía moviendo la mano.
—Muévela —se ordenaba en voz alta—. Muy bien, otra vez.
Lo mismo que le decían de pequeña las enfermeras cuando le sacaban sangre. «Muy bien, Maggie, ahora te pondrás mejor».
Cuando Nuala había ido a vivir con ellos, Maggie dejó de tener miedo de las agujas. «Primero nos quitaremos esto de encima, y después nos iremos al cine», solía decirle.
Maggie pensó en su equipo fotográfico. ¿Qué habría hecho él con las cámaras? Sus cámaras, sus amigas. Tenía pensado sacar muchas fotos con ellas. Tenía tantas ideas que quería probar, tantas cosas que quería retratar…
—Ciento cincuenta… ciento cincuenta y uno…
Sabía que aquel día en el cine Neil estaba sentado detrás. Había tosido un par de veces, y ella había reconocido esa inconfundible tosecilla seca. Estaba segura de que él la había visto, que había visto su tristeza. Fue una prueba: si me amas, te darás cuenta de que te necesito. Deseaba que él oyera el mensaje y obrara en consecuencia. Pero cuando terminó la película y se encendieron las luces, se había marchado.
—Te daré una segunda oportunidad, Neil —dijo en vozalta—. Si me amas, sabrás que te necesito y me encontrarás.
Empezó a pedir ayuda de nuevo. Esta vez gritó hasta quedarse ronca. Era inútil protegerse de la afonía. Se acababa el tiempo.
Aun así, empezó a contar otra vez.
—Uno… dos… tres… —La mano se movía al ritmo de los números.
Se esforzó con todo su ser para no quedarse dormida. Sabía que si se dormía, no volvería a despertar.