El tiempo estaba cambiando y empezaba a hacer frío. El sol de la mañana había dado paso a las nubes, y a las once el cielo estaba gris y oscuro.
Neil y su padre se sentaron en sendas sillas de madera que, junto con la silla y el escritorio de la secretaria, eran los únicos muebles de la sala de espera de la oficina de Douglas Hansen.
La única empleada era una chica lacónica de unos veinte años, que sin gran interés les informó que el señor Hansen estaba fuera desde el jueves por la tarde y que le había dicho que estaría en la oficina a eso de las diez.
La puerta que daba al despacho estaba abierta, y vieron que había tan pocos muebles como en la sala de espera. Una silla, un escritorio, un archivador y un ordenador personal era lo único que se veía.
—No parece una agencia financiera muy boyante —comentó Robert Stephens—. Diría que más bien parece un garito preparado para ser desmontado en un santiamén si alguien da el soplo.
A Neil le resultaba espantoso quedarse allí sentado sin hacer nada. No paraba de preguntarse dónde estaba Maggie.
Está viva, se repetía con decisión, y voy a encontrarla. Trató de concentrarse en lo que su padre decía y respondió:
—No creo que le enseñe este lugar a sus potenciales clientas.
—En absoluto —respondió Robert Stephens—. Las lleva a buenos restaurantes. Según Cora Gebhart y Laura Arlington tiene mucho encanto, pero al mismo tiempo da la impresión de que sabe mucho de inversiones.
—Habrá hecho un curso intensivo en alguna parte. El detective con el que trabajamos, y que lo ha investigado, me ha dicho que lo echaron de dos agencias de bolsa por inepto.
Los dos giraron la cabeza rápidamente en cuanto se abrió la puerta, a tiempo de ver la expresión de susto de Douglas Hansen cuando los vio.
Cree que somos policías, dijo Neil. Ya se habrá enterado del suicidio de su tío.
Se pusieron de pie y Robert Stephens tomó la palabra.
—Represento a las señoras Cora Gebhart y Laura Arlington —dijo con formalidad—. Estoy aquí en calidad de contable para hablar sobre unas recientes inversiones que usted afirma haber hecho para ellas.
—Y yo represento a Maggie Holloway —dijo Neil, enfadado—. ¿Dónde estuvo usted anoche y qué sabe de su desaparición?