Neil y Robert Stephens se dirigieron a la lejana carretera donde el Volvo de Maggie seguía aparcado, rodeado ahora por una cinta policial. Al bajar del coche, oyeron los ladridos de los sabuesos en el bosque de los alrededores.
Desde que habían salido de la comisaría, ninguno de los dos había hablado. Neil aprovechó el tiempo para repasar todo lo que sabía. Se dio cuenta de que era muy poco, y cuanto más perdido se sentía, mayor era su frustración.
Comprendió que la presencia comprensiva de su padre le hacía bien, que le resultaba esencial. Algo que yo no le of recí a Maggie, se reprochó con amargura.
A través del espeso follaje del bosque divisó la silueta de un grupo de personas. ¿Policías o voluntarios?, se preguntó. Sabía que hasta el momento no habían encontrado nada, por lo tanto la búsqueda se había extendido a una zona más amplia. Notó, desesperado, que esperaban encontrar el cuerpo de Maggie.
Se metió las manos en los bolsillos y bajó la cabeza.
—No puede estar muerta. —Rompió por fin el silencio—. Si estuviera muerta, lo sabría.
—Neil, vamos —dijo su padre en voz baja—. No sé por qué hemos venido. Nuestra presencia aquí no va a ayudar a Maggie.
—¿Y qué sugieres que haga? —preguntó Neil; la ira y la frustración enronquecían su voz.
—Por lo que ha dicho el comisario, la policía aún no ha hablado con ese Hansen, pero han averiguado que tiene que ir a su oficina en Providence al mediodía. En este momento, lo de él no es muy importante. Pasarán la información que dejó Norton sobre sus estafas al fiscal. Pero creo que no estaría de más que estuviéramos en el despacho de Hansen cuando llegue.
—Papá, ¿esperas que en este momento me preocupe por unas transacciones bursátiles? —dijo Neil enfadado.
—No, y en este momento a mí tampoco me preocupan. Pero ha autorizado la venta de cincuenta mil acciones que Cora Gebhart no posee, y sin duda tienes derecho a ir a la oficina de Hansen a exigir una explicación —le insistió Robert Stephens. Miró a su hijo a los ojos—. ¿No ves adónde quiero llegar? Algo que tiene que ver con Hansen intranquilizó mucho a Maggie. No creo que sea una coincidencia que fuera él precisamente el que le hiciera una oferta por la casa. Lo más probable es que se ponga a la defensiva por lo de las acciones, pero la auténtica razón por la que quiero verlo ahora mismo es intentar averiguar si sabe algo sobre la desaparición de Maggie.
Como Neil seguía negando con la cabeza, Robert Stephens señaló el bosque.
—Si crees que el cuerpo de Maggie está por allí, entonces ve a buscarlo con los demás. Pero yo espero… creo que aún está viva, y, si es así, apuesto a que el secuestrador no la dejó cerca del coche. —Se volvió para marcharse—. Pídele a alguien que te lleve. Yo voy a ver a Hansen.
Subió al vehículo y cerró de un portazo. Mientras ponía el motor en marcha, Neil se sentó en el asiento del pasajero.
—Tienes razón —admitió—. No sé dónde la encontraremos, pero seguro que aquí no.