El doctor William Lane tenía muy poco que decirle a su mujer ese martes por la mañana. El silencio de ésta le indicaba que hasta ella tenía sus límites.
Ojalá no hubiera vuelto a casa anoche y no me hubiera encontrado así, pensó. Hacía siglos que no bebía, o al menos eso le parecía; no había vuelto a hacerlo desde el incidente en su último trabajo. Lane sabía que le debía este empleo a Odile. Había conocido a los dueños de Residencias Prestigio en un cóctel y lo había recomendado para el puesto de director de Latham, que en aquel momento estaban renovando.
Latham Manor iba a ser una concesión de Prestigio, a diferencia de las residencias que ellos gestionaban directamente; no obstante, habían accedido a recibirlo y más adelante Lane le había enviado el currículum al concesionario.
Sorprendentemente, consiguió el puesto.
Todo gracias a Odile, como ella no paraba de recordarle, pensó con amargura.
Sabía que el error de la noche anterior era producto de la presión que soportaba: las órdenes de mantener esos apartamentos ocupados, de que no pasara un mes sin que se vendieran, con la amenaza implícita de que lo echarían si no lo conseguía. Echarme… ¿Adónde?
Después del último incidente, Odile le había dicho que si volvía a verlo borracho una vez más, lo abandonaría. Por muy atractiva que fuera la perspectiva, no podía dejar que pasara algo así. La verdad era que la necesitaba. ¿Por qué Odile no se había quedado en Boston a pasar la noche?, pensó. Porque sospechaba que él estaba aterrorizado, se respondió. Y tenía razón, naturalmente. Estaba aterrado desde que se había enterado que Maggie Holloway había estado buscando un dibujo de Nuala Moore que mostraba a la enfermera Markey escuchando a escondidas. Hacía tiempo que debía haber encontrado la manera de deshacerse de esa mujer, pero la había mandado Residencias Prestigio, y, en general, era una buena enfermera. Sin duda muchos huéspedes la valoraban. De hecho, a veces se preguntaba si no era demasiado buena enfermera. En muchas cosas parecía saber más que él.
En fin, pasara lo que pasara con Odile, el doctor Lane sabía que tenía que ir a la residencia y hacer su ronda de visitas matinales.
Encontró a su mujer tomando café en la cocina. Increíblemente, esa mañana no se había molestado en ponerse ni una gota de maquillaje. Parecía agotada.
Zelda Markey acaba de llamar le dijo con un destello de enfado en la mirada. La policía le ha dicho que quiere interrogarla y no sabe por qué.
—¿Interrogarla? —Lane sintió que la tensión le atenazaba cada músculo. Es el final, pensó.
—También me ha dicho que Sarah Cushing ha dado órdenes estrictas de que ni tú ni ella entréis en la habitación de su madre. Parece que la señora Bainbridge no está bien y la señora Cushing está haciendo los arreglos para que la trasladen al hospital. —Odile lo miró acusadoramente—. Pensaba que anoche habías salido corriendo para ver a la señora Bainbridge. No que te hubieran prohibido acercarte a ella. Pero me he enterado de que no apareciste en la residencia hasta casi las once. ¿Qué estuviste haciendo hasta esa hora?