75

A las diez de la mañana, Neil y su padre estaban sentados terriblemente nerviosos en el despacho del comisario Brower, mientras éste les comunicaba el contenido de la nota de suicidio de Malcolm Norton.

—Norton era un hombre amargado y desengañado —dijo—. Por lo que explicó sobre el cambio de las leyes de protección del medio ambiente, la casa de la señora Holloway va a valer mucho dinero. Cuando le hizo la oferta de comprar la casa a Nuala Moore, era evidente que pensaba engañarla y no decirle lo que realmente valía, así que probablemente intuyó que ella había cambiado de idea y no iba a venderle la casa, y la mató. Quizá registró toda la casa en busca del nuevo testamento. —Hizo una pausa mientras releía un párrafo de la larga nota.

»Es evidente que culpaba a Maggie Holloway de que todo le hubiera salido mal, y, aunque no lo dice, tal vez se haya vengado. No hay duda de que se las arregló para causarle graves problemas a su esposa.

Esto no puede estar pasando, pensó Neil. Sintió la mano de su padre sobre el hombro y tuvo ganas de quitársela de encima. Tenía miedo de que la compasión socavara su determinación, y no lo permitiría. No iba a rendirse. Maggie no está muerta, pensó. No puede estar muerta.

—Hablé con la señora Norton —continuó Brower—. Su marido ayer regresó a la hora de costumbre, después salió y no volvió hasta medianoche. Esta mañana, cuando trató de averiguar dónde había estado, él no le contestó.

—¿Y hasta qué punto Maggie conocía a ese Norton? —preguntó Robert Stephens—. ¿Por qué razón iba a acceder a encontrarse con él? ¿Cree posible que la haya obligado a subir a su propio coche y conducir hasta el lugar donde encontraron el vehículo? Pero después, ¿qué hizo con Maggie? Y, puesto que dejó el coche allí, ¿cómo volvió a su casa?

Brower meneaba la cabeza mientras Stephens hablaba.

—Estoy de acuerdo, es muy poco probable que haya sido así, pero es una posibilidad que debemos investigar. Hemos llevado perros para seguir el rastro de la señora Holloway, de modo que si está en la zona, la encontraremos.

Pero está muy lejos de la casa de Norton. Tiene que haber actuado en complicidad con alguien, o haberle pedido a alguien que lo llevara a casa. Y, francamente, las dos posibilidades parecen muy poco verosímiles. Barbara Hoffman, la mujer de la que estaba enamorado, está en Colorado en casa de su hija. Ya lo hemos comprobado. No se ha movido de allí desde el fin de semana.

En aquel momento sonó el intercomunicador y Brower cogió el auricular.

—Sí, pásamelo —dijo al cabo de un momento.

Neil se llevó las manos a la cara. Que no hayan encontrado el cuerpo de Maggie, rogó en silencio.

La conversación de Brower duró sólo un minuto.

—Creo que tenemos buenas noticias —dijo tras colgar—. Malcolm Norton cenó anoche en el Log Cabin, un pequeño restaurante cerca de donde vivía Barbara Hoffman. Aparentemente, los dos cenaban allí a menudo. El dueño dice que Norton se marchó bastante después de las once, así que debió irse directamente a su casa.

Lo que significa, pensó Neil, que casi seguro no tuvo nada que ver con la desaparición de Maggie.

—¿Y ahora qué piensa hacer? —preguntó Robert Stephens.

—Interrogar a las personas que la señora Holloway nos señaló: Earl Bateman y la enfermera Markey —respondió Brower.

Volvió a sonar el intercomunicador. Después de oír sin hacer comentarios, Brower colgó y se puso de pie.

—No sé qué se trae Bateman entre manos, pero acaba de llamar para denunciar que anoche alguien robó un ataúd de su museo.