74

Maggie sentía la sangre pegajosa en el pelo, sobre la sien que aún le dolía cuando se la tocaba.

—Tranquila —murmuraba—. No pierdas la calma. ¿Dónde estoy enterrada?, se preguntó. Probablemente en algún sitio solitario, en un bosque donde nadie podrá encontrarme. Cuando tiraba de la cuerda que tenía atada al dedo anular, sentía un peso en el otro extremo.

Ha atado la cuerda a una de las campanillas victorianas, se dijo. Deslizó el índice por el tubo por el que pasaba la cuerda. Parecía de metal, de dos centímetros de diámetro. Por ahí entraría suficiente aire para respirar, a menos que se obturara. Pero ¿para qué ha hecho todo esto?, se preguntó. Estaba segura de que la campanilla no tenía badajo, pues de lo contrario oiría al menos un débil tañido. Eso significaba que nadie la oiría.

¿Estaba en un cementerio auténtico? Si así era, ¿cabía la posibilidad de que alguien fuera de visita o asistiera a un entierro? ¿Oiría, aunque fuera débilmente, el ruido de los coches? Seguiría tirando de la cuerda hasta tener el dedo en carne viva, hasta que la abandonaran las fuerzas. Si estaba enterrada en algún sitio por el que pasara gente, entonces siempre cabía la esperanza de que el movimiento de la campanilla llamara la atención.

También trataría de gritar pidiendo ayuda a intervalos de diez minutos, según sus cálculos. Por supuesto que no había manera de saber si su voz saldría por el tubo, pero debía intentarlo. Sin embargo, no tenía que quedarse ronca, porque si no sería incapaz de llamar la atención si oía a alguien cerca.

¿Él volvería?, se preguntó. Estaba loco; de eso no cabía duda. Si oía que ella gritaba, taparía el tubo y dejaría que se asfixiara. Tenía que tener mucho cuidado… y suerte.

Pensó que tal vez todo eso no serviría para nada. Era muy probable que estuviera enterrada en un lugar aislado, y que él se imaginara cómo ella arañaba la tapa del ataúd y tiraba de la cuerda de la manera que supuestamente hacían los victorianos cuando comprendían que los habían enterrado vivos. Sólo que esa gente tenía alguien que vigilaba, y ella, dondequiera que estuviese, sabía que estaba completamente sola.