MARTES 8 DE OCTUBRE

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El martes a las ocho y media de la mañana, Malcolm Norton bajó de su cuarto y entró en la cocina. Janice ya estaba sentada a la mesa leyendo el periódico y tomando café.

Le hizo el ofrecimiento sin precedentes de servirle un café.

—¿Tostadas? —le preguntó a continuación.

Malcolm dudó.

—¿Por qué no? —respondió y se sentó frente a ella.

—Hoy sales muy temprano, ¿no?

Vio que su mujer estaba nerviosa. Sin duda sabía que él estaba a punto de hacer algo.

—Terminarías de cenar muy tarde anoche —continuó Janice mientras dejaba la taza de café humeante delante de él.

—Mmmm —respondió Malcolm disfrutando de su intranquilidad. Sabía que ella estaba despierta cuando él había vuelto a medianoche.

Bebió un par de sorbos de café y empujó la silla hacia atrás.

—Pensándomelo mejor, creo que me saltaré las tostadas. Adiós, Janice.

*****

Malcolm Norton, cuando llegó a la oficina, se sentó durante unos minutos en el escritorio de Barbara. Ojalá pudiera escribirle unas líneas, algo que le recordara lo que había significado para él, pero era injusto. No quería mezclar su nombre con todo aquello.

Entró en su despacho y volvió a mirar las fotocopias que había hecho de los papeles encontrados en el maletín de Janice, así como la de su extracto bancario.

Se había imaginado lo que se traía entre manos. Y la otra noche, al ver al bribón de su sobrino darle un sobre en el restaurante al que la había seguido, lo había adivinado. El extracto bancario sólo había confirmado lo que ya sospechaba.

Janice le estaba pasando a Doug Hansen información privilegiada sobre las solicitudes de Latham Manor, para que él engañara a las viejas ricas. Quizá un cargo de «tentativa de defraudación» contra Janice no sería muy grave, pero sin duda no la ayudarían en aquella ciudad. Y, por su puesto, perdería su trabajo.

Perfecto, pensó.

Hansen era el que le había hecho la oferta a Maggie Holloway por la casa. Norton estaba seguro. Janice le había dado el soplo del inminente cambio de legislación. Probablemente pensaban subir la oferta hasta que Holloway vendiera.

Ojalá Maggie Holloway no hubiera entrado en escena para echarlo todo a perder, pensó con amargura. Él habría sacado una buena tajada con esa casa y encontrado la manera de conservar a Barbara.

Sacar una buena tajada, pensó con tristeza. ¡Hacerse rico!

Ahora ya no importaba. Jamás compraría esa casa. Jamás compartiría su vida con Barbara. Ya no le quedaba más vida. Todo había acabado. Pero por lo menos se darían cuenta de que no era ese cabeza de chorlito que Janice había despreciado durante años.

Puso el sobre marrón dirigido al comisario Brower en la esquina del escritorio. No quería mancharlo. Abrió el cajón de debajo, sacó la pistola y la estudió cuidadosamente. Marcó el número de la comisaría y pidió para hablar con el comisario Brower.

—Soy Malcolm Norton —dijo mientras levantaba la pistola con la mano derecha y se la apoyaba contra la sien—. Creo que estoy a punto de matarme.

Mientras apretaba el gatillo, oyó una única palabra final:

—¡Noooo!