72

Neil llegó a casa de Maggie sobre las nueve, mucho después de lo que había previsto. Sintió una terrible decepción al ver que no estaba su coche, pero tuvo un momento de esperanza cuando advirtió una luz encendida en el estudio.

Quizá había llevado el coche al mecánico, se dijo. Pero después de llamar al timbre con insistencia, comprobó que no había nadie y volvió al coche a esperar. A medianoche finalmente se dio por vencido y se dirigió a casa de sus padres en Portsmouth.

Encontró a su madre en la cocina preparando chocolate caliente.

—No sé por qué no podía dormir —le dijo ésta.

Neil sabía que lo esperaba desde hacía horas y se sintió culpable de haberla preocupado.

—Tendría que haberte llamado —dijo—. Pero ¿por qué no me llamaste al teléfono del coche?

Dolores Stephens sonrió.

—Porque ningún hombre de treinta y siete años quiere que su madre lo llame para saber por qué llega tarde. Pensé que a lo mejor habías pasado por casa de Maggie, así que no estaba tan preocupada.

Neil meneó la cabeza.

—Sí, pasé por su casa pero no estaba y la esperé hasta ahora.

Dolores Stephens estudió a su hijo.

—¿Has cenado? —preguntó cariñosamente.

—No, pero no te molestes.

La madre lo ignoró y abrió la nevera.

—A lo mejor tenía una cita —dijo ella.

—Ha salido en su coche, y es lunes por la noche —replicó Neil—. Mamá, estoy preocupado. Voy a llamarla cada media hora hasta que llegue a casa.

A pesar de sus protestas de que no tenía hambre, se comió el suculento bocadillo que su madre le preparó. A la una llamó a Maggie.

Su madre estaba sentada con él cuando volvió a intentarlo a la una y media, después a las dos, a las dos y media, y otra vez a las tres.

A las tres y media apareció el padre.

—¿Qué pasa? —preguntó con ojos de dormido. Mientras se lo explicaban, dijo bruscamente—: Por el amor de Dios, llama a la policía y pregunta si ha habido algún accidente.

El agente que atendió a Neil le aseguró que era una noche muy tranquila.

—Ningún accidente, señor.

—Dale una descripción de Maggie. Dile qué coche lleva. Déjale tu nombre y este número de teléfono —dijo Robert Stephens—. Dolores, ¿has estado despierta hasta ahora? Duerme un poco, yo me quedaré con Neil.

—Pero…

—Seguro que no habrá pasado nada —dijo su marido amablemente, pero cuando ella se alejó, añadió—: Tu madre se ha encariñado mucho con Maggie. —Miró a su hijo—. Sé que hace tiempo que sales con ella. ¿Por qué se muestra tan indiferente contigo, fría incluso?

—No lo sé —admitió Neil—. Ella siempre mantuvo las distancias, y supongo que yo también. Pero estoy seguro de que le pasa algo conmigo. —Meneó la cabeza—. No paro de darle vueltas al asunto. Seguro que no es sólo que no la haya llamado a tiempo para pedirle el número antes de que viniera aquí. Maggie no es tan quisquillosa. He pensado mucho en ello durante el viaje, y se me ha ocurrido algo que tal vez lo explique.

Le habló a su padre de la vez que la había visto llorar en el cine.

—Pensé que no debía entrometerme —dijo—. En aquel momento creía que simplemente tenía que darle tiempo. Pero ahora me pregunto si me vio y ahora está resentida porque no le dije ni una palabra. ¿Qué tendría que haber hecho?

—Te diré lo que habría hecho yo —le respondió su padre—. Si hubiera visto a tu madre en una situación semejante, me habría acercado a ella y le habría puesto la mano en el hombro. Quizá no habría dicho nada, pero le hubiera demostrado de alguna manera que estaba allí. —Miró a Neil con severidad—. Lo habría hecho estuviera o no enamorado de ella. Por otro lado, si hubiera tratado de negarme a mí mismo que la amaba, o tuviera miedo de comprometerme, entonces quizá habría huido. Ya conoces la metáfora bíblica de lavarse las manos.

—Venga, papá —murmuró Neil.

—Y si hubiera estado en lugar de Maggie, habría percibido que tú estabas allí, quizá hasta habría querido abrirme a ti, y te habría maldecido si huías de mí —concluyó Robert Stephens.

Sonó el teléfono. Neil lo cogió.

Era el agente de policía con el que había hablado poco antes.

—Señor, hemos encontrado el vehículo que nos describió aparcado en Marley Road. Es una zona desierta en la que no hay casas, así que no sabemos cuándo lo dejaron allí, ni quién, ni si fue la señora Holloway u otra persona.