Neil consultó el reloj a las ocho. Pasaba por la salida Mystic Seaport de la carretera 95. Le faltaba una hora para llegar a Newport. Pensó en volver a llamar a Maggie, pero desistió; no quería darle la oportunidad de que le dijera que no quería verlo esa noche. Si no está, aparcaré delante de su casa hasta que vuelva, se dijo.
Estaba enfadado por no haber salido antes. Si no tenía suficiente con coger todo el tráfico de la hora punta, encima se había quedado atascado por un maldito camión basculante que había colapsado todo el tráfico hacia el norte durante más de una hora.
Aunque no todo había sido tiempo perdido. Finalmente había tenido la ocasión de pensar en lo que le fastidiaba de la conversación con la señora Arlington, la clienta de su padre que había perdido casi todo su dinero con Hansen: la confirmación de la compra; había algo que no parecía muy correcto.
Al final se dio cuenta qué era. Laura Arlington le había dicho que «acababa» de recibir la confirmación de la compra de las acciones. Esos documentos se enviaban inmediatamente después de la transacción, por lo tanto tenía que haberlos recibido antes.
Después, esa mañana, se había enterado de que no constaba que Cora Gebhart poseyera las acciones que Hansen afirmaba haber comprado a nueve dólares cada una, y que aquel día ya habían bajado a dos. ¿El juego de Hansen consistía en hacer creer a la gente que había comprado las acciones a un precio —acciones que sabía que iban a bajar— y antes de hacer la transacción esperar a que descendiera bastante la cotización? De ese modo, Hansen podía embolsar se la diferencia.
Llevar a cabo una operación de ese tipo implicaba falsificar la orden de la cámara de compensación. No era sencillo, pero tampoco imposible, reflexionó Neil. A lo mejor he dado con lo que Hansen está haciendo, pensó mientras pasaba junto al cartel de BIENVENIDOS A RHODE ISLAND. ¿Pero por qué demonios le ha hecho esa oferta a Maggie por la casa? ¿Qué relación hay entre eso y robarles dinero a ancianas crédulas? Aquí tiene que haber algo más.