Aunque hacía rato que había pasado la hora de la cena, Brower todavía estaba en la comisaría. Había sido una tarde frenética y absurdamente trágica, con dos incidentes terribles. Un coche lleno de adolescentes de juerga había atropellado a un matrimonio de ancianos que estaban muy graves. Y un marido enfadado había transgredido una orden judicial que le prohibía acercarse a su mujer, de la que estaba separado, y le había pegado un tiro.
—Por fortuna la mujer está fuera de peligro; tiene tres hijos —dijo Brower a Haggerty.
Haggerty asintió.
—¿Dónde has estado? —Preguntó Brower—. Lara Horgan quiere saber a qué hora puede recibirnos Maggie Holloway mañana.
—Me dijo que estaría en casa toda la mañana —respondió Haggerty—. Pero antes de que llame a la doctora Horgan, quiero hablarle de la visita que hice a Sarah Cushing. Su madre, la señora Bainbridge, vive en Latham Manor. De niño yo era compañero del hijo de Sarah Cushing en los bov scouts. La conozco muy bien; es una mujer muy agradable. Impresionante, muy inteligente.
Brower sabía que era inútil dar prisas a Haggerty cuando se embarcaba en uno de esos relatos. Además, parecía bastante satisfecho de sí mismo. Para acelerar un poco las cosas, el comisario le hizo la pregunta que esperaba.
—¿Y por qué has ido a verla?
—Por algo que me dijo Maggie Holloway cuando la llamé. Mencionó a Earl Bateman. Créame, comisario, esa señorita tiene olfato para las cosas raras. Estuvimos un rato de palique.
Como ahora, pensó Brower.
—Y creo que Maggie Holloway está muy nerviosa por Bateman, diría que hasta tiene miedo.
—¿De Bateman? Es inofensivo —repuso Brower.
—Eso es exactamente lo que habría pensado yo, pero quizá Maggie Holloway tiene buen ojo para juzgar a la gente. Es fotógrafa, ¿sabe? En fin, mencionó un pequeño problema que tuvo Bateman en Latham Manor, un pequeño incidente ocurrido no hace mucho tiempo. Así que llamé a un amigo cuya prima es asistenta en la residencia. Charlé un poco con la chica y al final me contó que una tarde Bateman había dado una conferencia que casi mató de susto a una de las viejas. Sarah Cushing estaba presente por casualidad, y le montó un número.
Haggerty vio que el comisario torcía la boca; era su señal de que había llegado el momento de ir al grano.
—Por eso fui a ver a la señora Cushing, y me contó que el motivo por el que echó a Bateman era que había trastornado a los huéspedes con una conferencia sobre gente que temía que la enterraran viva. Después sacó unas réplicas de campanillas que ponían en las tumbas de la época victoriana. Parece que les ataban una cuerda o un alambre y el otro extremo al dedo del finado. La cuerda estaba dentro de un tubo que pasaba por un agujero del ataúd hasta la superficie de la tumba. Así, si uno se despertaba dentro del ataúd, con sólo mover el dedo la campana sonaba. El vigilante lo oía y empezaba a cavar.
»Bateman les dijo a las ancianas que pasaran el dedo anular por el lazo que había en el extremo de la cuerda, que se imaginaran que estaban enterradas vivas y que intentaran hacer sonar la campanilla.
—¡Estás bromeando!
—No, señor. Ahí empezó todo el desaguisado. Una anciana octogenaria y claustrofóbica comenzó a gritar y se desmayó. La señora Cushing dijo que recogió las campanillas, interrumpió la conferencia y puso a Bateman de patitas en la calle. Después se ocupó de averiguar quién había recomendado que Bateman diera esa conferencia. —Haggerty hizo una pausa para conseguir un efecto teatral—. Nada más y nada menos que Zelda Markey, la enfermera que acostumbra a entrar sin autorización a las habitaciones. Sarah Cushing se ha enterado por cotilleos que, hace años, Markey se ocupaba de cuidar a una tía de Bateman en un geriátrico, y así se hizo amiga de la familia. También sabe que los Bateman fueron muy generosos con ella por la atención especial que le brindaba a la anciana tía.
»Las mujeres siempre saben cómo enterarse de las cosas, ¿no le parece, comisario? —Meneó la cabeza—. Ahora la pregunta es si hubo algún problema con todas esas mujeres que murieron mientras dormían en la residencia. La señora Cushing recuerda que algunas estaban presentes en la conferencia, y, no está muy segura, pero cree que todas las que han muerto últimamente estaban allí.
Antes de que Haggerty terminara, Brower estaba llamando a la forense Lara Horgan. Tras hablar con ella, colgó y se volvió hacia el detective.
—Lara va a iniciar el procedimiento para que se exhumen los cuerpos de las señoras Shipley y Rhinelander, las dos muertes más recientes en Latham Manor. Y eso sólo para empezar.