Neil canceló la comida que tenía y decidió tomar un bocadillo y un café en su despacho. Había dado instrucciones a Trish de que sólo le pasara las llamadas más urgentes, mientras trabajaba febrilmente para adelantar su calendario de trabajo de los próximos días.
A las tres, cuando Trish volvió con otro fajo de papeles, llamó a su padre.
—Papá, esta noche voy para allá —dijo—. He tratado de hablar con ese Hansen por teléfono, pero siempre me dicen que ha salido. Así que voy a ver si puedo localizarlo yo mismo. Creo que está metido en algo más gordo que dar malos consejos financieros a ancianas.
—Eso ha dicho Maggie; estoy seguro de que está tras la pista de algo.
—¡Maggie!
—Al parecer, cree que tiene que haber alguna relación entre Hansen y las mujeres que presentaron solicitudes en Latham Manor. He hablado con Laura Arlington y Cora Gebhart Resulta que ese Hansen apareció como por arte de magia.
—¿Por qué no lo mandaron a paseo? La mayoría de la gente no hace caso a agentes de bolsa desconocidos que ofrecen su mercancía por teléfono.
—Aparentemente utilizaba como garantía el nombre de Alberta Downing. Les dijo que ella les daría referencias. Pero después, y aquí viene lo interesante, les hablaba de la pérdida de poder adquisitivo de algunas acciones por culpa de la inflación y, «por casualidad», les daba como ejemplo las mlsmas acciones y bonos que tenían ellas.
—Sí —dijo Neil—, recuerdo que la señora Gebhart me comentó algo. Tengo que hablar con la señora Downing. Aquí hay algo que no cuadra. Por cierto, esperaba que me llamaras en cuanto hubieras visto a Maggie —añadió con tono de fastidio—. Estaba preocupado por ella. ¿Cómo está?
—Pensaba llamarte en cuanto hubiera terminado de comprobar las sospechas de Maggie sobre Hansen —respondió Robert Stephens—. Pensé que era más importante que presentarte un informe —añadió mordazmente.
Neil miró al cielo.
—Lo siento —dijo—, y gracias por ir a verla.
—Quiero que sepas que fui inmediatamente. Da la casualidad que esa muchacha me cae muy bien. Una cosa más: Hansen pasó a verla la semana pasada y le hizo una oferta por la casa. He hablado con agentes inmobiliarios para recabar opiniones sobre el valor de esa propiedad. Maggie pensaba que la oferta era demasiado alta, teniendo en cuenta las condiciones en que está la casa, y tenía razón. Trata de descubrir qué juego se trae entre manos Hansen con ella.
Neil recordó el sobresalto de Maggie cuando mencionó el nombre de Hansen, lo evasiva que había sido su respueta cuando le había preguntado si lo conocía. Pero en una cosa yo tenía razón: Maggie se sinceró con papá, pensó. Cuando llegue a Newport iré directamente a su casa y no pienso marcharme hasta que me diga qué he hecho mal.
Al colgar, levantó la mirada y vio a Trish con los papeles en la mano.
—Tendrá que ocuparse usted, Trish, porque me voy ahora mismo.
—Vaya, vaya —replicó su secretaria con cariñosa burla—. Así que se llama Maggie y está usted preocupado por ella. Esta experiencia le enseñará mucho, Neil. —Frunció el entrecejo—. ¿Tan preocupado está?
—No lo dude.
¿A qué espera entonces? Muévase.