A las dos de la tarde, Brower llamó al detective Haggerty para que fuera a su oficina. Le dijeron que había salido hacía unos minutos, pero que volvería enseguida. Cuando apareció, llevaba en la mano los mismos papeles que Brower tenía sobre el escritorio, las copias de los obituarios que Maggie Holloway había consultado en el Newport Sentinel. Haggerty sabía que Lara Horgan había recibido por fax otro juego de copias en el despacho forense de Providence.
—¿Qué has visto, Jim? —preguntó Brower.
Haggerty se dejó caer en la silla.
—Probablemente lo mismo que usted, comisario: que cinco de las seis difuntas vivían en esa elegante residencia.
—Correcto.
—Que ninguna de las cinco tenía parientes cercanos.
Brower lo miró con benevolencia.
—Muy bien.
—Todas murieron mientras dormían.
—Vaya.
—Y el doctor William Lane, director de Latham Manor, era el médico de todas, lo que significa que firmó todos los certificados de defunción.
Brower sonrió aprobadoramente.
—Eres rápido, ¿eh?
—Además —continuó Haggerty—, lo que los artículos no dicen es que cuando muere un huésped de Latham Manor, el estudio o el apartamento que compró revierte a manos de la sociedad propietaria de la residencia, lo que significa que puede venderlos de nuevo.
Brower frunció el entrecejo.
—No lo había considerado desde ese ángulo —admitió—. Acabo de hablar con la forense. Ella también lo vio enseguida. Ha ordenado que investiguen al doctor William Lane. Ya estaba investigando a una enfermera de allí, Zelda Markey. Quiere ir conmigo esta tarde a hablar con Maggie Holloway.
Haggerty se quedó pensativo.
—Yo conocía a la señora Shipley, la mujer que murió la semana pasada en Latham Manor, y le tenía mucho cariño. Pensé que sus familiares quizá aún estaban en la ciudad, así que pregunté por ahí. Me enteré de que se alojaban en el hotel Harbordside y fui a verlos.
Brower esperó. Haggerty tenía su expresión más inocente, lo que significaba que había averiguado algo.
—Les di el pésame y hablé con ellos un rato. Resulta que ayer fue a verlos a Latham Manor nada menos que Maggie Holloway.
—¿Y por qué estaba allí? —soltó Brower.
—La había invitado la anciana señora Bainbridge y su hija. Pero después subió a hablar con los parientes de la señora Shipley mientras ordenaban sus efectos personales. —Suspiró—. La señora Holloway les hizo una petición extraña. Dijo que su madrastra, Nuala Moore, que enseñaba pintura en Latham, había ayudado a la señora Shipley a hacer un dibujo. Les preguntó si les importaba que se lo llevara. Lo curioso es que no estaba.
—Quizá la señora Shipley lo rompió.
—No creo. De todos modos, más tarde fueron unos huéspedes a hablar con los familiares de la señora Shipley y éstos les preguntaron por el dibujo. Una de las ancianas dijo que lo había visto. Era un dibujo de un cartel de la Segunda Guerra Mundial que mostraba a un espía escuchando a escondidas a dos obreros de la industria militar.
—¿Y para qué lo quería Maggie Holloway?
—Porque Nuala Moore había dibujado la cara de Greta Shipley encima de la de uno de los obreros, y, en el lugar de la del espía, adivine la de quién estaba.
Brower miró a Haggerty con los ojos entrecerrados.
—La de la enfermera Markey —respondió el detective—. Y una cosa más, comisario. En Latham Manor, como norma, cuando muere alguien se cierra con llave la habitación o el apartamento hasta que llegue la familia para retirar los objetos de valor. En otras palabras, nadie tenía por qué haber entrado allí a llevarse ese dibujo. —Hizo una pausa—. Da que pensar, ¿no cree?