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Earl Bateman pasó delante de la casa de Maggie dos veces. La tercera, vio que el coche con matrícula de Rhode Island se había marchado. El Volvo de Maggie, sin embargo, seguía en el sendero.

Se detuvo lentamente y cogió el retrato enmarcado que había llevado.

Estaba seguro de que si la hubiera llamado para decirle que quería verla, Maggie habría puesto alguna excusa. Pero ahora no había alternativa. No tenía más remedio que invitarlo a entrar.

Llamó al timbre dos veces antes de que le abrieran la puerta. Era evidente que se sorprendía de verlo. Sorprendida y nerviosa, pensó.

Earl sacó rápidamente el paquete.

—Un regalo para ti —dijo con entusiasmo—. Una foto maravillosa de Nuala tomada en el restaurante Four Seasons. La hice enmarcar para ti.

—Qué amable —respondió Maggie tratando de sonreír pero con una expresión de incertidumbre en la cara, y alargó la mano.

Earl retiró el paquete y lo retuvo.

—¿No me vas a invitar a entrar? —preguntó con tono gracioso.

—Claro, pasa.

Maggie se apartó y lo dejó entrar, pero para fastidio de Earl, dejó la puerta completamente abierta.

—Yo en tu lugar la cerraría. No sé si has salido, pero sopla un viento helado. —Volvió a ver incertidumbre en la cara de Maggie y sonrió forzadamente—. No sé qué te habrá dicho mi querido primo, pero no muerdo —bromeó mientras le daba al fin el paquete.

Caminó delante de ella hasta la sala y se sentó en el sillón.

—Imagino que Tim se instalaba aquí cómodamente con sus libros y periódicos, mientras Nuala revoloteaba alrededor de él. ¡Eran un par de tortolitos! De vez en cuando me invitaban a cenar, y a mí me gustaba mucho venir. Nuala no era muy ama de casa que digamos, pero sí una cocinera excelente. Tim me contó que cuando estaban solos viendo la televisión hasta tarde, Nuala a menudo se acurrucaba en el sillón con él. Era una mujer tan menuda… —Echó una mirada alrededor—. Veo que ya has dejado tu marca en la casa. Me gusta. Tiene una atmósfera más acogedora. ¿Ese confidente no te incomoda?

—Voy a cambiar algunos muebles —respondió Maggie con precaución.

Bateman la observó mientras abría el paquete y se felicitó por haber pensado en la foto. Ver la expresión de alegría de Maggie le confirmó su acierto.

—Vaya, ¡qué foto más bonita de Nuala! —Exclamó con etusiasmo—. Esa noche estaba muy guapa. Gracias. Me alegra mucho tenerla. —Su sonrisa era auténtica.

—Lamento que Liam y yo también estemos en la foto —dijo Bateman—. Quizá puedas borrarnos con un aerógrafo.

—No haré algo así —replicó Maggie—. Te agradezco que te hayas tomado la molestia de traérmela.

—No hay de qué —respondió mientras se apoltronaba cómodamente en el sillón.

No piensa irse, pensó consternada. Su mirada escrutadora la ponía incómoda. Se sentía como debajo de un foco. Los ojos de Bateman, demasiado grandes detrás de las gafas redondas, estaban fijos en ella. A pesar del esfuerzo evidente que hacía por parecer relajado, tenía el cuerpo rígido y alerta. No me lo imagino acurrucado en ninguna parte, ni cómodo en su propia piel, se dijo Maggie. Es como un alambre tensado a punto de romperse.

«Nuala era una mujer tan menuda… No era muy ama de casa… una cocinera excelente…».

¿Venía a esta casa con mucha frecuencia?, se preguntó Maggie. ¿La conocía bien? Quizá sabía por qué Nuala había decidido no trasladarse a Latham Manor, pensó, a punto de hacer la pregunta. Pero otra idea la sobresaltó: o quizá sospechaba por qué… ¡y la mató!

Dio un respingo cuando sonó el teléfono. Se disculpó y fue a la cocina a contestar. Era el comisario Brower.

—Señora Holloway, me gustaría pasar a verla esta tarde.

—De acuerdo. ¿Hay alguna novedad sobre Nuala?

—No, nada especial. Sólo quiero hablar con usted. Quizá vaya con alguien. ¿Le parece bien? La llamaré antes.

—Muy bien —respondió, y, sospechando que Earl Bateman estaba oyéndola, levantó ligeramente la voz—. Comisario, ahora mismo estoy con Earl Bateman, que me ha traído una fotografía muy bonita de Nuala. Lo espero.

Cuando volvió a la sala, vio que la butaca delante del sillón de Earl estaba apartada, lo que significaba que se había levantado. Así que me estaba escuchando. Perfecto.

—Era el comisario Brower —dijo con una sonrisa. Algo que ya sabes, añadió para sus adentros—. Va a pasar esta tarde. Le dije que estabas aquí de visita.

Bateman asintió con gesto solemne.

—Es un buen jefe de policía. Respeta a la gente. No como en ciertas culturas. ¿Sabes lo que pasa en algunos lugares cuando muere un rey? Durante el período de luto, la policía toma el control del gobierno y a veces asesinan a la familia real. En realidad, en algunas culturas era algo habitual. Podría darte muchos ejemplos. ¿Sabes que doy conferencias sobre ritos funerarios?

Maggie se sentó, extrañamente fascinada por aquel hombre. Él había adoptado una expresión ensimismada casi religiosa Se había transformado de profesor torpe y distraído en una criatura mesiánica de voz grave. Hasta su forma de sentarse era diferente. El colegial de postura rígida había dado paso a un hombre seguro de sí mismo. Se inclinó ligeramente hacia ella, con el codo sobre el apoyabrazos del sillón y la cabeza un poco ladeada. Ya no la miraba, tenía los ojos fijos en algún punto a su izquierda.

A Maggie se le secó la boca. Se había sentado involuntariamente en el confidente, y se dio cuenta de que Earl tenía la vista fija en el sitio donde había estado el cuerpo de Nuala.

—¿Sabes que doy conferencias sobre ritos funerarios? —repitió, y Maggie advirtió sobresaltada que no había respondido.

—Sí —dijo rápidamente—. ¿Recuerdas que me lo contaste la noche que nos conocimos?

—Me gustaría hablar del tema contigo —dijo Bateman con seriedad—. Una cadena de televisión por cable está muy interesada en que presente una serie de programas, en concreto trece programas de media hora. Tengo material de sobra, pero quisiera incluir algunas imágenes.

Maggie esperó.

Earl entrelazó las manos. Su voz era ahora apremiante.

—No puedo demorar la respuesta a una oferta de este tipo. Tengo que actuar rápido. Tú eres muy buena fotógrafa. Las imágenes son lo tuyo. Si pudieras visitar hoy mismo mi museo, me harías un gran favor. Está en el centro, al lado de la funeraria que tenía mi familia. ¿Te importaría si te robara una hora? Te enseñaré el material en exhibición, te explicaré qué significa, y quizá puedas ayudarme a escoger qué objetos debo sugerir a los productores. —Hizo una pausa—. Por favor, Maggie.

Liam le había hablado de las réplicas de las campanillas victorianas. Tiene que tener doce. Supón que están en exhibición, y que ahora tiene sólo seis. Si es así, entonces cabría pensar que él puso el resto en las tumbas.

—Me encantaría ir —dijo al cabo de un momento—. Le dejaré una nota al comisario diciendo que estoy contigo en el museo, por si llega antes, y que volveré a las cuatro.

Earl sonrió.

—Me parece muy bien. Tendremos tiempo de sobra.