Maggie colgó el auricular al terminar de hablar con Neil y se dirigió a la cocina. Llenó la tetera para tomar algo caliente que le quitara el frío interior. Necesitaba algo que la ayudara a separar la estremecedora realidad de las notas necrológicas, de las ideas perturbadoras, demenciales incluso, que bullían en su mente.
Hizo un repaso mental de todo lo que se había enterado hasta el momento.
La semana anterior, cuando había llevado a Greta Shipley al cementerio, habían dejado flores en la tumba de Nuala y en la de cinco mujeres más. Alguien había puesto campanillas en tres de esas sepulturas y en la de Nuala.
En la tumba de la señora Rhinelander había una marca, como si hubiera habido una campanilla enterrada junto a la lápida, pero, por alguna razón, ya no estaba.
Greta Shipley había muerto al cabo de dos días mientras dormía, y apenas veinticuatro horas después del entierro, también habían puesto una campanilla en su tumba.
Maggie dejó las copias de los obituarios sobre la mesa y les echó otro vistazo. Confirmaban lo que se le había ocurrido el día anterior: Winifred Pierson, la única mujer de ese grupo que no tenía campanilla, poseía una familia grande y cariñosa. Había muerto bajo los cuidados de su médico de cabecera.
Salvo Nuala, que había sido asesinada en su casa, las de más habían muerto mientras dormían.
A todas las había atendido el doctor William Lane, director de Latham Manor. El doctor Lane. Maggie recordó que Sarah Cushing se había llevado a su madre rápidamente para que la viera un médico de fuera. ¿Lo sabía o quizá, inconscientemente, sospechaba que el doctor Lane no era buen médico? ¿O quizá era demasiado buen médico?, inquirió una fastidiosa vocecilla interna. Recuerda que a Nuala la asesinaron.
No pienses así, se riñó, pero se mirara como se mirase, Latham Manor había sido una maldición para mucha gente. Dos clientas del señor Stephens habían perdido todo su dinero mientras esperaban trasladarse a la residencia, y cinco mujeres, todas huéspedes del lugar, que no eran tan viejas ni estaban tan enfermas, habían muerto mientras dormían.
¿Por qué razón Nuala había decidido no vender la casa para irse a vivir allí?, volvió a preguntarse. ¿Y por qué había aparecido Douglas Hansen, el que les había vendido esas acciones a las mujeres que se habían arruinado, para comprar la casa? Sacudió la cabeza. Tenía que haber alguna relación. Pero ¿cuál?
La tetera hervía. En el momento en que se levantó para apagar el fuego, sonó el teléfono. Era el padre de Neil.
—Maggie, tengo los pestillos. Voy para allá. Si tienes que salir, dime dónde puedes dejarme la llave.
—No; estaré aquí.
Al cabo de veinte minutos llamaba al timbre.
—Me alegro de verte, Maggie —dij o—. Empezaré por arriba.
Mientras cambiaba los pestillos, ella se dedicó a ordenar los trastos que había en los cajones de la cocina. El sonido de sus pasos en el piso de arriba era tranquilizador y Maggie, mientras trabajaba, volvió a repasar mentalmente todo lo que sabía. Al poner en orden las piezas del rompecabezas, tomó una decisión: todavía no tenía derecho a expresar ninguna sospecha sobre el doctor Lane, pero no había razón para que no hablara de Douglas Hansen.
Robert Stephens bajó a la cocina.
—Bueno, ya está. Es gratis, pero acepto una taza de café. Me conformo con uno instantáneo. Soy una persona fácil de satisfacer.
Se sentó en una silla y Maggie se dio cuenta de que la estudiaba. Lo ha enviado Neil, pensó. Se dio cuenta de que estaba alterada.
—Señor Stephens, ¿sabe algo sobre Douglas Hansen?
—Lo suficiente para decir que ha arruinado a unas buenas personas, Maggie. Pero no lo conozco. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque las dos mujeres que se arruinaron por su culpa pensaban instalarse en Latham Manor, lo que significa que podían permitirse un gran desembolso de dinero. Mi madrastra también pensaba trasladarse allí, pero cambió de idea en el último momento. La semana pasada, Hansen apareció por aquí y me ofreció por la casa cincuenta mil dólares más del precio por el que Nuala estuvo a punto de venderla, y, por lo que sé, es mucho más de lo que vale.
—La cuestión es cómo consiguió ponerse en contacto con las mujeres que invirtieron en sus valores, y me pregunto cómo llegó hasta aquí. Tiene que ser algo más que una coincidencia.