Janice Norton observó con cierto cinismo que la vida en Latham Manor seguía su curso a pesar del momentáneo trauma provocado por una muerte reciente. Estimulada por cómo la había halagado su sobrino por su inapreciable ayuda en suministrarle información sobre la situación económica de Cora Gebhart, estaba ansiosa por estudiar de nuevo el archivo de solicitudes que el doctor Lane guardaba en su despacho.
Tenía que cuidarse de que no la vieran acercarse al escritorio. Para evitar que la descubrieran, programaba sus visitas furtivas cuando estaba segura de que el médico se ausentaba de la residencia.
El lunes por la tarde era uno de esos momentos perfectos. Los Lane tenían que ir a Boston para asistir a un acontecimiento social, un cóctel y una cena de médicos. Janice sabía que el resto del personal administrativo aprovecharía la ausencia y se iría a las cinco en punto.
Ése sería el momento perfecto para sacar todo el archivo, llevárselo a su despacho y estudiarlo cuidadosamente.
Lane está de muy buen humor, pensó Janice a las tres y media, cuando el médico asomó la cabeza en su despacho para avisar que se marchaba. Le contó que la persona que había pasado el fin de semana a mirar el apartamento grande para unos clientes se los había recomendado, y ella enseguida comprendió la razón de su optimismo. Los Van Hilleary habían llamado para decir que vendrían el domingo próximo.
—Por lo que sé, son personas muy bien situadas que quieren que la residencia sea su base en el noroeste —dijo el doctor Lane con visible satisfacción—. Ojalá tuviéramos más huéspedes de este tipo.
Lo que significa menos servicio por todo ese dinero, pensó Janice. No creo que nos sirvan de mucho a Doug y a mí. Si les gusta este lugar, ya tienen un apartamento disponible. Pero aunque vayan a parar a la lista de espera, es demasiado arriesgado timar a un matrimonio con bienes importantes, razonó. Seguro que están rodeados de asesores financieros que vigilan sus inversiones con ojo de águila. Hasta a su encantador sobrino le costaría ganárselos.
—Bueno, espero que Odile y usted disfruten del viaje, doctor —dijo Janice mientras volvía sin más al ordenador. El médico habría sospechado si ella, de golpe, hubiera empezado a charlar animadamente.
El resto de la tarde transcurrió lentamente. Sabía que no era sólo por la ansiedad de registrar el archivo, sino también por la leve sospecha de que alguien había estado hurgando en su maletín.
Es ridículo, se dijo. ¿Quién va a hacerlo? Malcolm, que ni siquiera se acerca a mi cuarto, no se va a convertir ahora en un fisgón. Entonces se le ocurrió algo que la hizo son reír: Me estoy poniendo paranoica porque es exactamente lo que estoy haciendo con el doctor Lane: fisgonear. Además, a Malcolm no le da la cabeza para espiarme.
Pero por otro lado, tenía la sospecha de que estaba a punto de hacer algo. Resolvió que, en adelante, guardaría los extractos de su cuenta bancaria y las copias de los archivos en algún lugar al que él no tuviera posibilidad de acercarse.