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El lunes por la mañana, Lara Horgan le pidió a un ayudante de la oficina del forense que investigara a Zelda Markey, la enfermera de la Residencia Latham Manor de Newport que había encontrado el cuerpo de Greta Shipley.

El informe preliminar le llegó a última hora de la mañana.

Indicaba que tenía buenos antecedentes laborales y no constaba ninguna queja contra ella. Había vivido toda su vida en Rhode Island. A lo largo de veinte años de dedicación profesional había trabajado en tres hospitales y cuatro geriátricos, todo en el mismo estado. Formaba parte de la plantilla de Latham Manor desde la inauguración.

Sin contar la residencia, había cambiado bastante de trabajo, pensó la doctora Horgan. «Consulte a la gente con la que trabajó —le había dicho al ayudante—. Hay algo en esa mujer que no me gusta».

Después llamó a la policía de Newport y pidió hablar con el comisario Brower. En la breve temporada que llevaba como forense, habían llegado a apreciarse y respetarse. Le preguntó a Brower por la investigación del asesinato de Nuala Moore y éste le explicó que no tenían pistas concretas pero que estaban investigando algunas cosas y trataban de enfocar el crimen desde todos los ángulos lógicos posibles. Mientras hablaban, el detective Jim Haggerty asomó la cabeza en la oficina.

—Espere un momento, Lara —dijo Brower—. Haggerty ha hecho una pequeña investigación sobre la hijastra de Nuala Moore y tiene cara de haber descubierto algo.

—Quizá —dijo Haggerty mientras sacaba su bloc de notas—. A las diez cuarenta y cinco de esta mañana, Maggie Holloway, la hijastra de Nuala Moore, fue a los archivos del Newport Sentinel y pidió ver los obituarios de cinco mujeres. Como eran personas de Newport de toda la vida, había largos artículos sobre cada una. La señora Holloway se llevó fotocopias y se marchó.

Brower le repitió a Lara Horgan lo que le había explicado Haggerty y añadió:

—La señora Holloway llegó hace diez días, y es la primera vez que está en Newport; sin duda no conocía a ninguna de esas mujeres salvo a Greta Shipley. Vamos a estudiar esos artículos para ver por qué le interesan tanto y la vuelvo a llamar.

—Comisario, hágame un favor —pidió la doctora Horgan—. Mándeme copias por fax, ¿de acuerdo?