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Mientras Maggie se vestía para su cita con Neil Stephens, notó que la brisa marina que entraba por la ventana del cuarto parecía más húmeda que lo habitual. Rizos y ondas, pensó con resignación. Decidió que se limitaría a arreglarse el pelo con los dedos después de cepillárselo. En una noche así, era inevitable que sus rizos naturales hicieran acto de presencia.

Pensó en Neil. Durante los últimos tres meses cada vez esperaba más sus llamadas y se decepcionaba cuando no las recibía. Pero era evidente que, para Neil, ella no era más que una chica con la que salía de vez en cuando; él se lo había dejado muy claro. Aun así, Maggie realmente esperaba que la llamara antes de su viaje a Newport, de modo que ahora no pensaba darle demasiada importancia a esa cita. Sabía que los hijos adultos —especialmente los varones solteros—, cuando visitaban a sus padres buscaban con frecuencia alguna excusa para salir un rato.

Y también estaba Liam, pensó Maggie de pronto. No sabía qué hacer con esa súbita muestra de interés de su parte.

—En fin —dijo, y se encogió de hombros.

Toda emperifollada, pensó con ironía después de ponerse sombra de ojos, rímel, un toque de colorete y pintarse los labios cuidadosamente con un suave tono coral.

Estudió las prendas que tenía y eligió el conjunto que pensaba ponerse para la cena de Nuala: una blusa de seda de un estampado azul vivo con una falda larga haciendo juego. Las únicas joyas que llevaba eran una cadena fina y unos pendientes de oro, además de un anillo ovalado de zafiro de su madre.

Al pasar delante de la habitación de Nuala, camino de la planta baja, entró un momento y encendió la luz de la mesilla de noche. Miró alrededor y decidió definitivamente que dormiría allí. Se trasladaría al día siguiente, después de desayunar con la señora Bainbridge y su hija. Puedo cambiar los muebles de lugar, y lo único que me falta arreglar son los zapatos y lo que haya en el suelo del armario, que no me llevará mucho tiempo.

Cuando cruzó la sala, vio que las rosas que le había regalado Liam necesitaban un cambio de agua. Llenó el florero en el grifo de la cocina, buscó las tijeras en un cajón repleto, cortó los tallos de las rosas, las reacomodó y regresó a la sala. Estuvo dando vueltas, ocupada en pequeños detalles como colocar la otomana delante del butacón, quitar algunos de los muchos retratos que había sobre la repisa de la chimenea y dejar sólo aquellos en que Nuala y su marido estaban mejor, mullir los cojines del sofá.

Al cabo de unos minutos la habitación tenía un aspecto más tranquilo y ordenado. Maggie estudió el espacio y reubicó mentalmente los muebles. Sabía que el confidente detrás del cual había caído el cuerpo de Nuala tenía que desaparecer. El sólo hecho de verlo le provocaba escalofríos.

Estoy preparándome un nido. Es la primera vez que lo hago desde que Paul y yo cogimos aquel apartamentito en Texas. Estaba sorprendida y satisfecha de sí misma al mismo tiempo.

El timbre sonó a las siete menos diez. Neil llegaba temprano. Esperó un minuto antes de atender, consciente de la ambivalencia que sentía ante la noche que tenía por delante. Cuando abrió la puerta, se cuidó de impostar una voz y una sonrisa amistosas pero impersonales.

—Neil, me alegro de verte.

Neil no respondió; la miró y examinó su rostro con expresión seria y turbada.

Maggie terminó de abrir la puerta.

—Como diría mi padre, ¿te ha comido la lengua el gato? Vamos, pasa.

Neil entró, esperó a que cerrara la puerta y la siguió a la sala.

—Estás muy hermosa —dijo al fin.

Maggie levantó las cejas.

—¿Te sorprende?

—Claro que no. Pero me sentí muy mal cuando me enteré de lo que le había pasado a tu madrastra. Sé que tenías muchas ganas de pasar unos días con ella.

—Sí, muchas —coincidió Maggie—. Bueno, ¿adónde vamos a cenar?

Neil, con embarazo, le preguntó si quería ir a cenar con sus padres para celebrar el cumpleaños de su madre.

—Preferiría dejarlo para otro día —repuso Maggie amablemente—. Estoy segura de que tus padres no necesitan una perfecta desconocida en medio en una celebración familiar.

—Quieren conocerte, Maggie. No te eches atrás —rogó Neil—. Pensarán que no has querido ir por ellos.

—Bueno, supongo que en alguna parte hay que comer —suspiró Maggie.

Mientras se dirigían al restaurante, dejó que Neil se ocupara de la conversación y respondió a sus preguntas lo más directa y sucintamente posible. No obstante, notó divertida que él estaba especialmente atento y encantador, y necesitó toda su determinación para mantenerse distante.

Tenía intenciones de seguir tratando a Neil con reserva durante toda la noche, pero la amabilidad de la acogida de sus padres y su sincera consternación por lo ocurrido a Nuala, la obligaron a ceder.

—Querida, aquí no conocías a nadie —dijo Dolores Stephens—. Qué horror haber tenido que pasar por todo eso sola.

—En realidad conozco bastante bien a una persona… al hombre que me llevó a la fiesta del restaurante Four Seasons donde me reencontré con Nuala. —Maggie miró a Neil—. A lo mejor lo conoces: Liam Payne. También está en el mundo de las finanzas. Tiene su propia empresa en Boston, pero suele ir habitualmente a Nueva York.

—Liam Payne… —repitió Neil, pensativo—. Lo conozco un poco. Es muy buen asesor financiero. Demasiado bueno para la empresa donde estaba, Randolph y Marshall, si no me equivoco. Se llevó a algunos de los mejores clientes cuando se instaló por su cuenta.

Maggie no pudo evitar cierta satisfacción al ver el ceño de Neil. Que piense que es alguien importante en mi vida, se dijo. Él ya dejó claro lo poco que le importo.

Sin embargo, en el transcurso de una relajada cena con langosta y champán, disfrutó de verdad de la compañía de los padres de Neil y la halagó que Dolores Stephens conociera sus fotos de modas.

—Cuando leí en el periódico lo de la muerte de tu madrastra —dijo la señora Stephens— y después, cuando Neil nos habló de ti, no relacioné el nombre con el de la fotógrafa. Pero esta tarde, mientras leía Vogue, vi tu nombre debajo de las fotos de la colección de Armani. Hace mil años, cuando era soltera, trabajé en una pequeña agencia de publicidad de la que Givenchy era cliente, antes de que se hiciera famoso. Solía ir a todas las sesiones fotográficas.

—Entonces debe saber mucho sobre… —empezó Maggie.

Al cabo de un rato, estaba contando anécdotas sobre diseñadores temperamentales y modelos difíciles, hasta acabar con su último trabajo, el que había hecho antes de ir a Newport. Todos coincidieron en que no había nada peor para un fotógrafo que un director artístico nervioso e indeciso.

Al entrar en confianza, Maggie les contó que pensaba conservar la casa.

—Todavía no estoy muy segura, por eso de momento no haré nada. Aunque el hecho de vivir esta semana en la casa, en cierto modo me ha hecho comprender por qué Nuala se resistía a dejarla.

Respondiendo a una pregunta de Neil, les explicó que Nuala había cancelado su reserva en Latham Manor.

—Había solicitado el apartamento más grande, que era el que realmente le interesaba. Y comprendo que se les acaben rápido.

—Neil y yo hemos estado allí esta mañana —comentó Robert Stephens—. Mi hijo está informándose para uno de sus clientes.

—Me parece que nos ofrecieron el apartamento que rechazó tu madrastra —dijo Neil.

—Y el mismo que quería Laura Arlington —añadió el padre—. Esos apartamentos están muy solicitados.

—¿Alguien más lo quería? —preguntó Maggie—. ¿La mujer cambió de idea?

—No; la convencieron de invertir el grueso de su capital en unas acciones volátiles y por desgracia lo perdió todo —dijo Neil.

La conversación se desvió hacia otros temas y la madre la hizo hablar poco a poco de su infancia. Mientras Neil y su padre conversaban sobre los pasos que el primero podía seguir para investigar la fallida inversión de la señora Arlington, Maggie se sorprendió contándole a Dolores Stephens que su madre había muerto en un accidente cuando ella era muy pequeña y lo felices que habían sido los cinco años con Nuala.

—Bueno, basta de nostalgia y de vino, que me estoy poniendo sentimental —dijo; se sentía al borde de las lágrimas.

*****

Neil la llevó a casa, la acompañó hasta la puerta y le cogió la llave de la mano.

—Me quedaré un minuto —le dijo mientras abría—. Sólo quiero ver una cosa. ¿Dónde está la cocina?

—Al fondo del comedor. —Maggie, intrigada, lo siguió.

Neil fue directamente a la puerta y examinó la cerradura.

—Por lo que he leído, la policía cree que el intruso encontró esta puerta sin llave o que tu madrastra le abrió.

—Así es.

—Yo tengo una tercera hipótesis: esta cerradura es tan floja que cualquiera podría abrirla con una tarjeta de crédito. —Y procedió a demostrarlo.

—Ya he llamado a un cerrajero —dijo Maggie—. Supongo que vendrá el lunes.

—No me parece muy seguro. Mi padre es un manitas en estas cosas, y yo, a mi pesar, me crié ayudándole. Mañana pasaré, o mejor dicho, pasaremos los dos para instalar una buena cerradura y comprobar las ventanas.

No se le ocurre decir «si quieres» o «si te parece bien», pensó Maggie con súbita cólera. No, sólo «así será y punto».

—He quedado para desayunar —le dijo.

—Bueno, a las dos ya habrás terminado. Quedamos a partir de esa hora, o, si prefieres, dime dónde dejas la llave.

—No; estaré aquí.

Neil cogió una silla de la cocina y apalancó el pomo de la puerta.

—Por lo menos hará ruido si alguien trata de entrar —le dijo. Miró alrededor y se volvió hacia ella—. Maggie, no quiero asustarte, pero, por lo que sé, todo el mundo piensa que el asesino de tu madrastra buscaba algo; nadie sabe qué ni si lo encontró.

—Suponiendo que fuera un asesino y no una asesina —señaló Maggie—. Pero tienes razón; eso es exactamente lo que cree la policía.

—No me agrada que te quedes aquí sola —comentó mientras se dirigían a la puerta.

—No te preocupes, Neil. Hace mucho tiempo que me cuido sola.

—Y si estuvieras preocupada nunca lo reconocerías, ¿no?

Maggie levantó la mirada y observó su expresión seria e inquisitiva.

—Así es —respondió sin más.

Neil suspiró mientras se volvía para abrir la puerta.

—Lo he pasado muy bien esta noche —dijo—. Hasta mañana.

*****

Más tarde, mientras daba vueltas en la cama, se dio cuenta de que no había disfrutado hiriendo a Neil, y era evidente que lo había herido. Ojo por ojo, se dijo, pero eso tampoco la hizo sentir mejor. Los jueguecitos en las relaciones emocionales no eran su pasatiempo preferido.

Los últimos pensamientos que tuvo antes de dormirse fueron inconexos, en apariencia irrelevantes, surgidos directamente del subconsciente.

Nuala había presentado la solicitud para un apartamento en Latham Manor, y moría poco después de retirarla. La amiga de los Stephens, Laura Arlington, había solicitado el mismo apartamento, y poco después perdía todo su dinero. ¿Estaba gafado ese apartamento? Y si era así, ¿por qué?