El detective Jim Haggerty conocía a Greta Shipley de toda la vida. De niño, cuando repartía periódicos puerta a puerta, no recordaba ni una sola vez en que no hubiera sido amable y simpática con él. Además, pagaba puntualmente y daba buenas propinas cuando los sábados por la mañana pasaba a cobrar.
No era avara como los otros ricachones que debían facturas y después pagaban la cuenta de seis semanas con una propina de diez céntimos, pensó. Se acordaba especialmente de un día en que nevaba; la señora Shipley le había dicho que entrara a calentarse y, mientras él tomaba el vaso de leche caliente con cacao que le había preparado, le había puesto a secar los guantes y la gorra de lana sobre el radiador.
Aquella mañana, mientras el detective asistía al servicio en la iglesia Trinity, sabía que muchos miembros de la congregación compartían la misma idea que él no podía quitarse de la cabeza: la impresión por el asesinato de su amiga Nuala Moore había precipitado la muerte de Greta Shipley.
Si alguien tiene un ataque cardíaco mientras presencia un crimen, se puede juzgar al asesino por ambos delitos, pensó Haggerty, pero ¿qué pasa si la amiga muere mientras duerme al cabo de unos días?
Le sorprendió ver a Maggie Holloway, la hijastra de Nuala Moore, sentada junto a Liam Payne. Éste siempre le echaba el ojo a las mujeres bonitas, pensó, y Dios sabía que ellas también se lo echaban a él. Era uno de los solteros de oro de Newport.
En la iglesia también había visto a Earl Bateman. Vaya, ahí está ese tipo que, por muy educado y profesor que sea, esconde alguna baraja, había pensado. Ese museo que tiene parece sacado de la familia Addams. A Haggerty le daba escalofríos. Tendría que haber seguido con el negocio de la familia. Todo lo que posee se lo debe al pariente más cercano de alguien.
*****
Haggerty se marchó antes del himno del celebrante, pero antes de irse pensó que Maggie Holloway debía haberse encariñado mucho con la señora Shipley para asistir al servicio religioso. En aquel momento se le ocurrió que si había visitado a Greta Shipley en Latham Manor, quizá se había enterado de algo que podía ayudar a comprender por qué Nuala Moore había decidido no venderle la casa a Malcolm Norton.
Jim Haggerty creía que Norton era un tipo que sabía algo que no decía. Con esta idea en la cabeza, se presentó sin avisar en el número 1 de la avenida Garrison a las tres de esa tarde.
*****
Cuando sonó el timbre, Maggie estaba en el cuarto de Nuala separando la ropa plegada cuidadosamente en pilas: ropa buena y en condiciones, para beneficencia; ropa más vieja y gastada, para trapos; ropa cara y trajes de noche, para el mercadillo benéfico del hospital.
Ella pensaba guardarse el traje azul que llevaba Nuala la noche del Four Seasons, así como una de las batas que usaba para pintar. Un recuerdo, pensó.
En los armarios abarrotados había encontrado varios jerséis y algunas chaquetas de tweed. Ropa de Tim que Nuala guardaba por razones sentimentales.
Nuala y yo siempre fuimos muy parecidas en algunas cosas, se dijo pensando en la caja que tenía en el armario de su apartamento, que contenía el vestido que llevaba la noche que había conocido a Paul, así como uno de sus uniformes de aviador y un chándal.
Mientras ordenaba las prendas, su mente no paraba de buscar una explicación a la presencia de las campanillas en las tumbas. Tenía que ser Earl quien las había puesto allí, razonó. ¿Era una broma maliciosa a las mujeres de la residencia por el alboroto que habían armado a causa de que él sacara las campanillas durante la conferencia?
La explicación tenía lógica. Probablemente conocía a todas esas mujeres. Al fin y al cabo, casi todos los huéspedes de Latham Manor eran de Newport, o al menos pasaban allí el verano y la primavera.
Maggie levantó una bata, decidió que estaba muy vieja y la puso en la pila de trapos. Pero Nuala no vivía en Latham Manor, recordó. ¿Earl puso la campanilla en su tumba como un tributo a la amistad? Al parecer, le tenía mucho cariño.
Sin embargo, una de las tumbas no tenía campanilla. ¿Por qué? Tengo el nombre de todas esas mujeres. Mañana iré al cementerio a anotar las fechas de defunción de las lápidas. Seguramente habrá una necrológica de cada una de ellas en el periódico.
La llamada del timbre fue una interrupción no deseada. ¿Quién será?, se preguntó mientras bajaba la escalera. Rogó que no fuera otra visita inesperada de Earl Bateman; esa tarde no se consideraba en condiciones de soportar algo así.
Tardó un instante en darse cuenta de que el hombre de la puerta era uno de los policías de Newport que habían atendido su llamada después del asesinato de Nuala. Se presentó como el detective Jim Haggerty. Una vez en la casa, se instaló en el sillón con aires de quien no tiene más que hacer que intercambiar cortesías.
Maggie se sentó delante de él en el borde del sofá. Si el hombre comprendía el lenguaje gestual, vería que ella esperaba que la visita fuera lo más breve posible.
Comenzó por responder una pregunta que Maggie no había hecho.
—Me temo que aún no tenemos un auténtico sospechoso en mente. Pero el crimen no quedará impune. Se lo prometo —dijo.
Maggie esperó.
Haggerty se bajó las gafas hasta la punta de la nariz. Cruzó las piernas y se masajeó el tobillo.
—Me lo fracturé hace mucho tiempo esquiando —explicó—. Me duele cada vez que cambia el viento. Mañana por la noche lloverá.
No has venido a hablar del tiempo, pensó Maggie.
—Señora Holloway, hace más de una semana que está aquí. Éste es un sitio tranquilo, y me alegro de que la mayoría de nuestros visitantes no sufran las desgracias que la recibieron a usted. Hoy la he visto en la iglesia, en el funeral de la señora Shipley. Supongo que se hizo amiga de ella en estos últimos días.
—Sí, así es. En realidad fue una petición que me hizo Nuala en el testamento. Pero lo hice con mucho placer.
—Una gran mujer, la señora Shipley. La conocía de toda la vida. Una lástima que no haya tenido hijos; le gustaban mucho los niños. ¿Cree que era feliz en Latham Manor?
—Sí, creo que sí. Cené con ella la noche en que murió, y era evidente que disfrutaba de la compañía de sus amigos.
—¿Le dijo por qué su mejor amiga, Nuala, cambió de idea en el último momento respecto a trasladarse a la residencia?
—Creo que eso no lo sabe nadie —contestó—. El doctor Lane me dijo que estaba seguro de que Nuala volvería y terminaría trasladándose al apartamento. Nadie sabe lo que tenía en mente.
—Esperaba que la señora Moore le hubiera explicado a la señora Shipley las razones para cancelar la reserva. Por lo que sé, Greta Shipley estaba muy contenta de vivir en el mismo lugar que su vieja amiga.
Maggie recordó la caricatura hecha por Nuala de la enfermera Markey escuchando a escondidas. Se preguntó si seguiría en el apartamento de Greta.
—No sé si tiene algo que ver —dijo Maggie con cautela—, pero creo que las dos, Nuala y la señora Shipley, tenían mucho cuidado con lo que decían cuando estaba cerca una de las enfermeras. Solía aparecer sigilosamente.
Haggerty dejó de masajearse el tobillo.
—¿Qué enfermera? —preguntó con tono alerta.
Haggerty se distendió.
—¿Ha tomado alguna decisión con respecto a la casa, señora Holloway?
—Bueno, todavía hay que tramitar la sucesión, pero hasta entonces he decidido no venderla. Quizá tampoco la venda después. Newport es muy bonito y me gustaría venir a descansar de Manhattan de vez en cuando.
—¿Lo sabe Malcolm Norton?
—Desde esta mañana. En realidad no sólo le he dicho que no quería vender, sino que además había recibido una oferta mucho más ventajosa.
Haggerty levantó las cejas.
—Vaya, es una casa antigua muy bonita. Debe de haber algún tesoro escondido; espero que lo encuentre.
—Si hay algo que descubrir, lo haré —dijo Maggie—. No descansaré hasta que alguien pague por lo que le hizo a esa mujer maravillosa.
Haggerty se puso de pie para marcharse, y Maggie, impulsivamente, le hizo una pregunta.
—¿Sabe si es posible ir a buscar información esta tarde al periódico? ¿O los sábados está cerrado?
—Creo que tendrá que esperar hasta el lunes. Lo sé por que siempre tenemos visitantes que quieren echar un vistazo a las viejas páginas de sociedad. Se mueren por leer cosas sobre las fiestas de las buenas familias.
Maggie sonrió sin hacer comentarios.
Haggerty, mientras se alejaba en el coche, tomó nota mental de entrevistar el lunes al empleado del periódico y averiguar exactamente qué información buscaba la señora Holloway en el archivo.
Maggie regresó a la habitación de Nuala, dispuesta a ordenar los armarios y el tocador antes de irse. Voy a clasificar todo lo que hay en esta habitación, se dijo mientras arrastraba cajas llenas a un tercer dormitorio pequeño.
A Nuala siempre le había gustado conservar objetos que le recordaban momentos especiales. Mientras Maggie tiraba las caracolas del tocador, los animales disecados del alféizar de la ventana, una pila de menús de restaurante de la mesilla de noche y recuerdos baratos de diversos lugares, tomó conciencia de la belleza de los muebles de madera de arce maciza. Si pusiera la cama contra esa pared, quedaría mejor, decidió. Habría que tirar ese viejo chaise longe… Conservaré todos los cuadros que tenía enmarcados y los colgaré. Son una parte de Nuala de la que no pienso desprenderme.
A las seis, cuando estaba a punto de terminar con la ropa del armario grande, vio una gabardina dorada oscura en el suelo, la misma que había visto el día que volvió a colgar el traje de noche azul. Como con el resto de la ropa, palpó los bolsillos para asegurarse de que estaban vacíos.
El izquierdo lo estaba, pero en el derecho tocó una especie de arenilla.
Maggie sacó la mano y fue al tocador a encender la luz; la habitación ya estaba invadida por sombras alargadas. Abrió la mano y vio un terrón de tierra seca que se deshacía entre sus dedos. Seguro que Nuala no se lo había guardado en el bolsillo, pensó Maggie. Y tampoco trabajaba en el jardín con esa gabardina; estaba prácticamente nueva.
Creo que la vi en la tienda en que compré ropa el otro día, se dijo. Con aire vacilante dejó la prenda sobre la cama, e, instintivamente, decidió no quitar el resto de tierra del bolsillo.
Todavía le faltaba una cosa para terminar de arreglar el cuarto: clasificar los zapatos, las botas y las zapatillas que cubrían el suelo del armario. La mayoría irían a parar a la basura, pero algunos se podían regalar a alguna obra de beneficencia. Pero por esta noche ya está bien, decidió. Lo haré mañana.
Había llegado la hora del baño caliente que tanto le apetecía. Después se arreglaría para ir a cenar con Neil, algo en lo que no había pensado durante el día, pero que aun así tenía muchas ganas de hacer.