Neil había tratado de llamar a Maggie varias veces: primero desde los vestuarios del club, y después desde su casa. O ha estado todo el día fuera, o ha estado entrando y saliendo, o no atiende el teléfono, pensó. Pero aun así, tenía que haber visto la nota.
Acompañó a sus padres a casa de unos vecinos a tomar unos cócteles, y volvió a llamar a Maggie a las siete. Decidió ir a cenar con su propio coche, por si la encontraba más tarde.
En la cena en casa de los Canfield había seis personas. Pero aunque la langosta estaba deliciosa y su compañera de cena, Vicky, la hija de los amigos de los padres, era una ejecutiva de banca de Boston muy atractiva, Neil estuvo terriblemente nervioso.
Como sabía que saltarse la copa de sobremesa era de mala educación, soportó como pudo la charla y a las diez y media, cuando al fin todos se pusieron de pie para marcharse, se las arregló para rechazar con elegancia la invitación de Vicky a jugar al tenis con sus amigos el domingo por la mañana. Por fin, con un suspiro de alivio, logró volver a su coche.
Miró la hora: once menos cuarto. Si Maggie estaba en casa y se había acostado temprano, no quería molestarla. Justificó su decisión de pasar por delante de la casa diciéndose que simplemente quería ver si el coche de Maggie estaba allí…sólo para asegurarse de que seguía en Newport.
Su entusiasmo inicial al ver el coche quedó atenuado cuando se dio cuenta de que había otro vehículo aparcado delante, un Jaguar con matrícula de Massachusetts. Neil pasó muy despacio y vio abierta la puerta de la casa. Vislumbró a un hombre alto junto a Maggie. Sintiéndose como un voyeur, aceleró y giró en la esquina de Ocean Drive. Enfiló hacia Portsmouth con el estómago encogido de arrepentimiento y celos.