Earl Bateman, como parte del trabajo de investigación para sus conferencias, había empezado a hacer calcos de viejas lápidas, que usaba como tema de sus charlas.
«Hoy en día, se hace constar en las lápidas una información mínima: sólo fechas de nacimiento y muerte —explicaba—. Pero en otros siglos, en las lápidas se podían leer historias maravillosas. Había algunas conmovedoras, y otras bastante notables, como el caso del capitán de barco enterrado con sus cinco esposas, ninguna de las cuales, debo añadir, vivió más de siete años después de la boda. —A esa altura lo recompensaba el murmullo de risas de la audiencia—. Otras lápidas impresionan por la majestuosidad y la historia que entrañan. —En ese momento citaba la capilla de la abadía de Westminster, donde yacían los restos de la reina Isabel I, a pocos metros de la prima a la que había ordenado decapitar, María, Reina de Escocia—. Un dato curioso —agregaba— es el del cementerio de Ketchakan, Alaska. En el siglo XIX había una zona especial reservada para los entierros de las "palomas manchadas", como llamaban a las jóvenes que trabajaban en los burdeles».
Ese viernes por la mañana, Earl trabajaba en la sinopsis de los temas propuestos para la serie de programas de televisión. Cuando llegó al punto de los calcos de lápidas, recordó que quería buscar otras de interés. Y decidió, puestoque era un día muy bonito, perfecto para esa tarea, visitar la parte antigua de los cementerios de Saint Mary y Trinity.
Avanzaba por el camino que llevaba a los cementerios cuando vio un Volvo negro que salía por la puerta y giraba hacia el otro lado. Maggie Holloway tenía un coche de la misma marca y color, pensó. ¿Habría ido a visitar la tumba de Nuala?
Earl, en lugar de dirigirse hacia la parte antigua, giró a la izquierda y rodeó la colina. Pete Brown, un empleado del cementerio al que conocía de sus vagabundeos por las viejas tumbas, estaba quitando la hierba de un sendero de grava cerca de la tumba de Nuala.
Bateman se detuvo y bajó la ventanilla.
—Hoy está todo muy tranquilo, ¿verdad, Pete? —le dijo. Era un viejo chiste que se hacían.
—Así es, profesor.
—Me pareció ver el coche de la hijastra de la señora Moore. ¿Ha venido a visitar la tumba?
Estaba seguro de que todo el mundo conocía los detalles de la muerte de Nuala. No había tantos asesinatos en Newport.
—¿Una joven guapa, delgada y morena?
—Tiene que ser Maggie.
—Sí. Y seguro que conoce a muchos huéspedes nuestros —rió Pete—. Un compañero me ha dicho que la vio ir de tumba en tumba dejando flores. Es una muñeca, todos los muchachos la han visto.
Vaya, qué interesante, pensó Earl.
—Cuídate, Pete —dijo. Lo saludó con la mano y se alejó despacio. Consciente de que los vigilantes ojos de Pete Brown estaban fijos en él, continuó hacia la sección antigua de Trinity y empezó a pasearse por las lápidas del siglo XVII.