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Después de que su madre se mudara a Florida y vendiera la casa que había sido el regalo de bodas del viejo Squire a la abuela de Liam, Liam Moore Payne había comprado un apartamento en una urbanización de la calle Willow. Lo usaba habitualmente durante el verano, pero incluso fuera de temporada, cuando el velero ya estaba guardado, solía venir de Boston los fines de semana para escaparse del frenético mundo de las finanzas internacionales.

La casa, una espaciosa vivienda de cuatro habitaciones, techos altos y una terraza que daba a la bahía Narragansett, tenía los selectos muebles del hogar familiar. Cuando su madre se había trasladado a Florida, le había dicho: «Estas cosas no pegan en Florida; además, a mí nunca me importaron. Quédatelas. Eres igual a tu padre, te encantan todas estas antiguedades».

Mientras Liam salía de la ducha y cogía una toalla, pensó en su padre. ¿De veras se parecía tanto?, se preguntó. Su padre, cuando llegaba a casa tras un día de trabajo en el voluble mundo de las finanzas, iba al bar de su despacho y se preparaba un martini muy seco y muy frío. Se lo bebía lentamente, y después, relajado, subía a bañarse y vestirse para la noche.

Liam se secó vigorosamente mientras sonreía a medias pensando en lo mucho que se parecía a su padre, aunque diferían en los detalles. A él lo ponían nervioso los baños de inmersión casi rituales de su padre; prefería una ducha fortalecedora. Además, le gustaba el martini después de ducharse, no antes.

Al cabo de diez minutos, Liam estaba en el bar del estudio vertiendo vodka finlandés en una coctelera llena de hielo y agitándola. Se sirvió la bebida en una delicada copa de cristal traslúcido, le puso una oliva, dudó y suspiró aprobadoramente al probar el primer sorbo.

—Amén —dijo.

Eran las ocho menos diez. En diez minutos lo esperaban en casa de Nuala, y, aunque sabía que tardaría al menos nueve minutos en llegar, no le preocupaba llegar a la hora exacta. Cualquiera que conociera a Nuala sabía que el aperitivo duraba por lo menos hasta las nueve, o más.

Liam decidió permitirse un pequeño respiro. Se sentó en el agradable sofá tapizado de piel marrón y puso los pies sobre una mesilla de café antigua, que tenía forma de pila de viejos libros de contabilidad.

Cerró los ojos. Había sido una semana larga y estresante, pero el fin de semana prometía ser interesante.

La cara de Maggie flotaba en su mente. Era una coincidencia notable que tuviera lazos con Newport, y un lazo muy fuerte por lo visto. Se había quedado muy asombrado al enterarse de su relación con Nuala.

Recordó cómo le había fastidiado ver que Maggie se marchaba de la fiesta del Four Seasons sin decírselo. Estaba enfadado consigo mismo por haberla descuidado. Cuando se enteró de que se había ido con Nuala antes de la cena, tuvo el pálpito de que estaban en Il Tinello. Para ser una mujer joven, Maggie tenía costumbres fijas.

Maggie. Se la imaginó durante un momento, su hermosa cara, la inteligencia y energía que irradiaba.

Liam se acabó el martini y, con un suspiro, se levantó del cómodo sofá. Es hora de irse, pensó. Se miró en el espejo de la entrada. Vio que la corbata Hermes roja y azul que su madre le había mandado por su cumpleaños combinaba bastante bien con la chaqueta azul marino, aunque una rayada clásica iría mejor. Se encogió de hombros y decidió dejarlo como estaba.

Cogió el llavero, cerró la puerta a sus espaldas y partió hacia la cena de Nuala.