El viernes por la mañana, Maggie despertó y entrecerró los ojos para ver el reloj; eran sólo las seis. Sabía que probablernente había dormido lo suficiente, pero aún no estaba preparada para levantarse, por lo que volvió a cerrar los ojos. Al cabo de media hora cayó en un sueño intranquilo surcado por vagas pesadillas. A las siete y media despertó de nuevo.
Se levantó con modorra y dolor de cabeza, y decidió que un paseo por Ocean Drive después del desayuno la ayudaría a despejarse. Lo necesito, sobre todo porque esta mañana tengo que volver a los cementerios, pensó.
Y mañana volverás a Trinity, al sepelio de la señora Shipley, le recordó una voz interior. Maggie se dio cuenta de que la señora Bainbridge le había dicho que enterrarían a Greta Shipley en ese cementerio. Daba igual; ese día iría a los dos cementerios. Después de pasar tanto rato la noche anterior con las fotos, estaba ansiosa por ver la causa del extraño brillo que había detectado en la tumba de Nuala.
Se duchó, se puso unos tejanos y un jersey, y tomó un zumo y un café antes de salir. Se alegró de haber decidido dar un paseo. Era un día espléndido de principios de otoño. El sol brillaba a medida que se elevaba en el cielo, aunque una brisa oceánica le hizo agradecer haber cogido la chaqueta. También era maravilloso el ruido de las olas que rompían; y el aroma a sal y mar que llenaba el aire, único.
Podría enamorarme de este lugar, pensó. De pequeña solía pasar los veranos en Newport. Seguramente lo echaba mucho de menos cuando nos marchábamos, se dijo.
Al cabo de un kilómetro, dio la vuelta y regresó sobre sus pasos. Al levantar la vista, advirtió que desde la calle apenas se veía un ténue destello en el segundo piso de la casa de Nuala. Mi casa, pensó. Hay demasiados árboles alrededor. Habría que talar algunos o al menos podarlos. Me pregunto por qué nunca construyeron al fondo del terreno, donde hay unas maravillosas vistas del mar. ¿Habrá restricciones para edificar?
La pregunta le dio vueltas en la cabeza mientras acababa el paseo. Tengo que averiguarlo, pensó. Por lo que Nuala me contó, Tim Moore compró esta propiedad hace al menos cincuenta años. ¿Desde entonces no habrá habido cambios en las restricciones para edificar?
De regreso en la casa, se detuvo el tiempo suficiente para tomar otra taza de café y se marchó deprisa, a las nueve. Quería acabar lo antes posible con la visita al cementerio.