Lo único que quería era un poco de silencio, pero el doctor William Lane se dio cuenta de que eso no sucedería. Odile tenía tanto impulso como una peonza a todo girar. Lane estaba acostado con los ojos cerrados rogando a Dios que su mujer al menos apagara la maldita luz. Pero, en cambio, ella se sentó delante del tocador a cepillarse el pelo mientras de su boca escapaba un torrente de palabras.
—Estos días son muy duros, ¿no? Todo el mundo adoraba a Greta Shipley, y era una de nuestras residentes fundadoras. Qué desgracia que en pocas semanas mueran dos de las damas más agradables que teníamos. Claro que la señora Rhinelander tenía ochenta y tres años, pero estaba muy bien, y repentinamente empezó a debilitarse. Es lo que sucede a cierta edad, ¿no? Un parón. El cuerpo simplemente se para.
Odile parecía no darse cuenta de que su marido no respondía, y continuaba como si nada.
—Es natural que la enfermera Markey estuviera preocupada por el pequeño vahído que la señora Shipley tuvo el lunes por la noche. Esta mañana me dijo que ayer volvió a hablar contigo del tema.
—Examiné a la señora Shipley inmediatamente después del vahído —habló por fin el doctor Lane, fatigado—, y no encontré ningún motivo de alarma. La enfermera Markey mencionó el episodio sólo para justificar que entrara en el apartamentO de la señora Shipley sin llamar.
—Por supuesto, cariño, el médico eres tú.
El doctor Lane, al darse cuenta, abrió los ojos de repente.
—Odile, no quiero que hables con la enfermera Markey de mis pacientes —le espetó.
—La nueva médica forense es muy joven, ¿verdad? —Continuó ella sin hacer caso de su advertencia—. ¿Cómo se llama? ¿Lara Horgan? No sabía que el doctor Johnson se hubiera retirado.
—Se retiró el día uno, el martes.
—No comprendo que a alguien pueda gustarle ser médico forense. Especialmente a una chica tan atractiva. Pero parece que sabe lo que hace.
—Dudo que le hubieran dado el puesto si no supiera hacer su trabajo —respondió él con sequedad—. Vino con la policía porque estaba cerca y quería ver nuestras instalaciones. Hizo preguntas muy acertadas sobre la historia clínica de la señora Shipley. Ahora, Odile, si no te importa, necesitaría dormir un poco.
—Ay, cariño, lo siento. Sé que estás muy cansado y que has tenido un día muy duro. —Odile dejó el cepillo y se quitó la bata.
Siempre tan elegante, pensó William Lane mientras observaba los preparativos de su mujer para acostarse. En los dieciocho años que llevaban casados, nunca la había visto con un camisón que no tuviera volantes. En una época lo volvía loco, pero ya no… hacía años que no.
Odile se metió en la cama y por fin apagó la luz. Pero William Lane ya no tenía sueño. Como siempre, su mujer se las había arreglado para decir algo lacerante.
La joven forense no era el viejo doctor Johnson, que aprobaba los certificados de defunción con un garabato. Cuidado, se advirtió Lane. En el futuro tendrás que tener más cuidado.