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Mientras seguían a John, el maître, por el restaurante del club Náutico, Robert Stephens se detuvo y se volvió hacia su mujer.

—Mira, Dolores, ahí está Cora Gebhart. Pasemos por la mesa a saludarla. La última vez que hablamos, me temo que estuve un poco duro con ella. Quería comprar bonos de una de esas empresas absurdas, me enfadé tanto que ni siquiera le pregunté cuál y le dije que lo olvidara.

Siempre diplomático, pensó Neil, mientras seguía a sus padres por el restaurante, pese a que notó que su padre no se había molestado en avisar al maître del rodeo, por lo que éste siguió despreocupado hacia la mesa de la ventana ignorando que había perdido a la familia Stephens.

—Cora, te debo una disculpa —empezó Robert Stephens alegremente—, pero primero quiero presentarte a mi hijo Neil.

—Hola, Robert. ¿Cómo estás, Dolores? —Cora Gebhart miró a Neil con ojos amables y vivaces—. Tu padre no para de presumir de ti. Tengo entendido que eres director de la of icina de Nueva York de Carson & Parker. Encantada de conocerte.

—Sí, así es, y gracias, el gusto es mío. Me alegra saber que mi padre presume de mí. Casi toda la vida ha dejado claro que es más listo que yo.

—Te comprendo perfectamente; también ha dejado claro que es más listo que yo. Pero no me debes ninguna disculpa. Te pedí tu opinión y me la diste.

—Bueno, me alegro. Lamentaría enterarme de que otra clienta mía ha perdido hasta la camisa en valores de alto riesgo.

—No te preocupes por mí —respondió Cora Gebhart.

—Robert, el pobre John nos está esperando con la carta en la mesa —le dijo la madre.

Mientras reemprendían la marcha a través del salón, Neil se preguntó si su padre había notado con qué tono la señora Gebhart le dijo que no se preocupara por ella. Apuesto cualquier cosa a que no siguió su consejo, pensó.

*****

Cuando los Scott se detuvieron junto a la mesa, ya habían terminado de cenar y estaban tomando café tranquilamente.

—Neil, estás en deuda con Harry —dijo el padre a modo de presentación— por habernos cambiado la hora de la partida de golf.

—No tiene importancia —respondió Harry Scott—. Lynn había ido a pasar el día a Boston, así que de todos modos pensábamos comer tarde.

La esposa, una mujer baja, fornida y de cara agradable, preguntó:

—Dolores, ¿recuerdas a Greta Shipley? La conociste aquí, en una comida de la Sociedad de Conservación, hace tres o cuatro años. Estaba sentada en nuestra mesa.

—Sí, me cayó muy bien. ¿Por qué?

—Murió anoche, aparentemente mientras dormía.

—Lo siento.

—Lo que me apena —continuó Lynn, compungida— es que quería llamarla porque últimamente había perdido a dos buenas amigas. Una de ellas era esa pobre mujer a la que asesinaron en su casa el viernes pasado. Seguramente lo habrás leído. Su hijastra de Nueva York descubrió el cuerpo.

—¡Su hijastra de Nueva York! —exclamó Neil.

—¡Ahí es donde leí aquel nombre: en el periódico! —lo interrumpió su madre excitada—. Finnuala. Neil, es la mujer a la que han asesinado.

*****

Cuando volvieron a casa, Robert Stephens le enseñó a Neil el paquete de periódicos para reciclar que había en el garaje.

—Salió en el del sábado veintiocho —le dijo su padre—. Estoy seguro de que está en ese paquete.

—No recordé el nombre inmediatamente porque en el artículo la llamaban Nuala Moore —dijo la madre—. Sólo mencionaban el nombre completo al final.

Al cabo de dos minutos, Neil, con creciente consternación, leía el relato de la muerte de Nuala Moore. Mientras lo hacía, su mente no paraba de ver la cara de felicidad de Maggie cuando le contaba que se había reencontrado con su madrastra y que pensaba ir a visitarla. «Con ella pasé los años más felices de mi infancia», le había dicho.

Maggie, Maggie, pensó Neil. ¿Dónde estaba? ¿Había vuelto a Nueva York? Llamó a su apartamento, pero el mensaje del contestador era el mismo: estaría fuera hasta el día 13.

La dirección de Nuala Moore estaba en el artículo sobre el asesinato, pero cuando llamó a información le dijeron que el número no figuraba en la guía.

—¡Maldición! —exclamó al colgar.

—Neil —le dijo su madre con suavidad—, son las once menos cuarto. Si esa chica todavía está en Newport, en esa casa o en otra, no son horas de buscarla. Ve allí mañana por la mañana, y si no la encuentras pregunta en la comisaría. Hay una investigación criminal en curso, y puesto que ella ha descubierto el cadáver, la policía tiene que saber dónde está.

—Escucha a tu madre, hijo —le aconsejó el padre—. Has tenido un día muy largo. Te sugiero que vayas a descansar.

—Sí, será lo mejor. Gracias a los dos.

Neil besó a su madre, le dio una palmada al padre en el brazo y se dirigió desanimoso a la habitación.

Dolores Stephens esperó a que su hijo cerrara la puerta, y después comentó en voz baja a su marido:

—Creo que Neil al fin ha encontrado una chica que le gusta.