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A las cuatro y media, la enfermera Zelda Markey terminó su guardia y se presentó, tal como le habían indicado, en la oficina del doctor William Lane. Sabía que le echarían una bronca y sabía por qué: Greta Shipley se había quejado de ella. Muy bien, la enfermera Markey estaba preparada para el doctor Lane.

Míralo, pensó con desprecio mientras él la observaba con ceño desde el otro lado del escritorio. Apostaría a que no sabe la diferencia entre varicela y sarampión, ni entre taquicardia y angina de pecho.

Fruncía el entrecejo, pero las reveladoras gotas de sudor que le perlaban la frente le indicaron lo incómoda que se sentía por esa sesión. Decidió facilitarle las cosas porque sabía muy bien que la mejor defensa es un buen ataque.

—Doctor —empezó—, sé exactamente lo que va a decirme: que la señora Shipley se ha quejado de que entro en su habitación sin llamar. La verdad es que últimamente la señora Shipley está durmiendo mucho y me preocupa un poco. Probablemente no sea más que una reacción emocional a la muerte de sus amigas, pero le aseguro que abro la puerta sólo cuando, después de llamar repetidamente, no me responde.

Vio un destello de incertidumbre en los ojos del médico.

—Entonces, señorita Markey, le sugiero que si la señora Shipley no responde al cabo de un rato razonable, abra la puerta apenas y vuelva a llamarla. La verdad es que empieza a ponerse muy nerviosa con todo este asunto y quiero pararlo antes de que se convierta en un problema.

—Pero, doctor Lane, si yo no hubiera estado en su habitación hace dos noches, cuando tuvo ese desvanecimiento, podría haberle sucedido algo terrible.

—Se recuperó enseguida y fue una cosa sin importancia. Le agradezco su preocupación, pero no quiero más quejas. ¿Está claro, señorita Markey?

—Por supuesto, doctor.

—¿La señora Shipley va a cenar aquí?

—Sí, y además con una invitada, la señorita Holloway, hijastra de la señora Moore. La señora Lane ya está informada. La señorita Holloway recogerá el material de pintura de la señora Moore.

—Comprendo. Gracias, señorita Markey.

En cuanto la enfermera se marchó, Lane telefoneó a su mujer.

—¿Por qué no me has dicho que Maggie Holloway cenaría aquí esta noche? —le espetó en cuanto Odile contestó.

—¿Y por qué es tan importante? —repuso ella.

—Porque… —Lane respiró hondo. Era mejor no decir ciertas cosas—. Quiero saber qué huéspedes se quedan a cenar porque me gusta pasar a saludarlos.

—Lo sé, querido. Ya he arreglado que nosotros también cenemos esta noche en la residencia. La señora Shipley rechazó sin mucha cortesía mi invitación a que ella y su invitada se sentaran en nuestra mesa. Pero al menos podrás charlar un rato con Maggie Holloway antes de la cena.

—De acuerdo… —Se interrumpió como si quisiera decir algo más pero hubiera cambiado de idea—. Dentro de diez minutos estaré en casa.

—Será lo mejor, si quieres ducharte y cambiarte. —La risa aguda y chillona de Odile le crispó los nervios—. Después de todo, querido, si las reglas insisten en que los huéspedes deben vestirse para la cena, creo que el director y su esposa tienen que dar ejemplo, ¿no te parece?