El despacho de Liam Payne daba a los jardines del Boston Common. Desde que había dejado la empresa de agentes de bolsa en la que trabajaba y había abierto su propia firma de inversiones estaba terriblemente ocupado. Los prestigiosos clientes que se había llevado consigo exigían y recibían su meticulosa atención personal y le tenían absoluta confianza.
No había querido llamar a Maggie demasiado temprano, pero cuando al fin lo hizo, a las once, le fastidió no encontrarla. A partir de entonces le había pedido a su secretaria que llamara cada hora, pero no oyó hasta las cuatro de la tarde la agradable noticia de que la señora Holloway estaba al teléfono.
—Maggie, al fin… —empezó a decir, pero se interrumpió—. ¿Es el pitido de la tetera lo que suena?
—Sí, espera un minuto, Liam. Me estaba preparando un té.
—Temía que hubieras decidido volver a Nueva York —dijo cuando ella volvió al teléfono—. Y no te habría culpado por estar nerviosa en esa casa.
—Pongo mucho cuidado en cerrar las puertas —respondió Maggie, y añadió—: Liam, me alegro de que hayas llamado; tengo que preguntarte algo. Ayer, después de dejar mi equipaje en casa, ¿hablaste con Earl sobre mí?
Liam enarcó las cejas.
—No, en absoluto. ¿Por qué lo preguntas?
Le contó lo de la intempestiva aparición de Earl en la puerta de la cocina.
—¿Dices que quería comprobar si la puerta estaba cerrada con llave sin avisarte? Estás bromeando.
—No, en absoluto. Y además me asustó terriblemente. Ya estaba bastante nerviosa por estar aquí sola, y encima aparece así… Y para colmo, citó algo de que el pesar, como la dicha, salta de una mente a otra. Muy raro.
—Sí, es una de sus frases favoritas. Creo que la cita en todas sus conferencias. A mí también me pone los pelos de punta. —Liam hizo una pausa y suspiró—. Maggie, Earl es mi primo y le tengo mucho cariño, pero es un poco raro y no hay duda de que está obsesionado con el tema de la muerte. ¿Quieres que hable con él sobre la visita que te hizo?
—No, no hace falta. Pero voy a llamar a un cerrajero para que ponga cerraduras seguras.
—Como buen egoísta, eso me hace pensar que vas a que darte un tiempo en Newport.
—Por lo menos dos semanas; lo que había planeado inicialmente.
—Yo iré el viernes. ¿Quieres que cenemos juntos?
—Sí, encantada.
—Maggie, llama a ese cerrajero hoy mismo, ¿de acuerdo?
—Mañana a primera hora.
—Muy bien. Te llamaré mañana.
Liam colgó lentamente. ¿Hasta qué punto debía hablarle a Maggie de Earl?, se preguntó. No quería exagerar las advertencias, pero…
Era evidente que tendría que pensarlo muy bien.