VIERNES 27 DE SEPTIEMBRE

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Caminó con presteza por el paseo Cliff, con el cabello agitado por el recio viento marino que se había levantado a última hora de la tarde. El sol, que había derramado una maravillosa tibieza durante su cenit, ahora era insuficiente contra el viento frío. El cambio en el aire pareció un reflejo del cambio de su propio humor.

Hasta entonces había tenido éxito con su plan de acción, pero con la perspectiva de la fiesta de Nuala, para la que faltaban dos horas, una premonición empezaba a inquietarle. Nuala comenzaba a sospechar y se lo diría a su hijastra. Todo podía empezar a deshacerse.

Los turistas aún no se habían ido de Newport. En realidad había muchos, gente de fuera de temporada que iba a pasar el día, ansiosa de asaltar las mansiones regentadas por la Sociedad de Conservación, la mayoría de las cuales iba a estar cerrada hasta la próxima primavera, para quedarse boquiabierta ante las reliquias del pasado.

Sumido en sus pensamientos se detuvo al llegar a The Breakers, esa joya de la ostentación más maravillosa, ese palacio americano, ejemplo pasmoso de lo que el dinero, la imaginación y el empuje de la ambición podían lograr. Cornelius Vanderbilt II.

y su esposa Alice lo habían hecho construir alrededor de 1890. El propietario, que quedó paralítico por una trombosis en 1895 y murió en 1899, apenas lo había disfrutado.

Se demoró un buen rato delante de The Breakers y sonrió. Era la historia de los Vanderbilt lo que le había dado la idea.

Pero ahora tenía que actuar rápidamente. Se dio prisa y pasó delante de la Universidad Salve Regina, conocida anteriormente como Ochre Court, un despilfarro de cientos de habitaciones cuya silueta se recortaba espléndida sobre el horizonte, con muros de piedra y tejado abuhardillado muy bien conservado. Cinco minutos después se topó con Latham Manor, un edificio suntuoso, toda una réplica en valor y buen gusto a la vulgaridad de The Breakers. La propiedad había caído en el descuido cuando aún vivía el último miembro de la excéntrica familia Latham. Después de recuperarla de la ruina y devolverle gran parte de su magnificencia original, la habían convertido en una residencia para ancianos pudientes que terminaban su vida rodeados de opulencia.

Se detuvo y se deleitó con el majestuoso exterior de mármol blanco de la mansión Latham. Metió la mano en el bolsillo del anorak y sacó un teléfono móvil. Marcó rápidamente y sonrió mientras respondía la voz que esperaba oír. Era una cosa menos de la que tendría que preocuparse más adelante.

—Esta noche no —se limitó a decir.

—Entonces ¿cuándo? —respondió una voz distante, sin comprometerse, tras una breve pausa.

—Todavía no estoy seguro. Tengo que ocuparme de otra cosa —replicó con un tono tajante que no permitía preguntas sobre sus decisiones.

—Sí, por supuesto. Lo siento.

Colgó sin más comentarios, se dio la vuelta y echó a andar deprisa.

Era hora de prepararse para la cena de Nuala.