18

Malcolm Norton, sentado en su despacho de la calle Thames, miraba en su agenda las citas del resto del día. Estaba completamente vacía, gracias a la cancelación de la cita de las dos. No habría sido un gran caso: la demanda de un ama de casa contra su vecino por la mordedura de un perro. Pero había quejas previas contra el perro —otra vecina había repelido el ataque del animal con una escoba—, así que previsiblemente la compañía de seguros estaría ansiosa de llegar a un acuerdo, sobre todo porque los vecinos habían dejado la puerta abierta y el perro estaba suelto.

El problema era que el caso era demasiado fácil. La mujer lo había llamado para decirle que la compañía de seguros le había hecho una oferta satisfactoria. Lo que significa que me he quedado sin tres o cuatro mil dólares, pensó Norton con tristeza.

Lo que no lograba superar era la desagradable noticia de que Nuala Moore, veinticuatro horas antes de su muerte, hubiera decidido secretamente no venderle la casa. Y ahora, encima tenía la hipoteca de doscientos mil dólares que había hecho sobre su casa.

Le había costado muchísimo que Janice accediera a firmar con él la hipoteca. Al final le había hablado del cambio inminente del Acta Wetlands y de los beneficios que esperaba obtener con la reventa de la propiedad de Nuala Moore.

—Mira —le había dicho para que entrara en razón—, estás cansada de trabajar en la residencia, y no paras de decirlo. Es una venta absolutamente legal. La casa necesita una reparación completa. Lo peor que nos puede pasar es que no recalifiquen el terreno, cosa que no sucederá, en cuyo caso hipotecaríamos la casa de Nuala, la arreglaríamos y la venderíamos por trescientos cincuenta.

—Otra hipoteca —había replicado su mujer sarcásticamente—. Dios mío, eres de lo más emprendedor. Yo dejo el trabajo, ¿y tú? ¿Qué harás con tus nuevas riquezas después deque aprueben el Acta Wetlands?

Era, naturalmente, una pregunta que no estaba preparado para responder. Por lo menos hasta que se hubiera efectuado la venta. Y eso, desde luego, ahora ya no sucedería a menos que cambiaran las cosas. Todavía oía las furiosas palabras de Janice del viernes por la noche, cuando regresaron a casa.

—Así que ahora tenemos una hipoteca de doscientos mil dólares más los gastos. Ve directamente al banco a devolverla. No pienso perder mi casa.

—No vas a perderla —le había respondido él; necesitaba tiempo para resolver todo el asunto—. Ya le he dicho a Maggie Holloway que quería verla y sabe que es por la casa. ¿Crees que querrá quedarse en el lugar donde han asesinado a su madrastra? Se marchará de Newport muy pronto. Además, voy a explicarle que durante años ayudé a Nuala y Tim Moore sin cobrarles mis honorarios habituales. La semana que viene habrá accedido a vender la casa.

Era preciso que accediera, se dijo taciturno. Era la única manera que tenía de salir de ese lío.

Sonó el intercomunicador.

—Sí, Barbara —atendió con voz formal. Siempre se cuidaba de no hablar con un tono íntimo cuando ella estaba en la recepción, por si había alguien más.

Por su voz se dio cuenta de que estaba sola.

—Malcolm, ¿puedo hablar contigo un minuto? —dijo, y él percibió inmediatamente que algo iba mal.

Al cabo de un momento ella estaba sentada frente a él, con las manos sobre el regazo y evitando su mirada con aquellos hermosos ojos castaños.

—Malcolm, no sé cómo decirte esto, así que iré al grano. No puedo seguir aquí. Últimamente me siento muy mal conmigo misma. —Vaciló y añadió—: Por mucho que te quiera, eres un hombre casado y no puedo cerrar los ojos ante ese hecho.

—Pero tú me has visto con Janice, sabes cómo es nuestra relación…

—Sí, pero aun así es tu mujer. Es mejor así, créeme. Voy a ir unos meses a casa de mi hija en Vail. Después, cuando vuelva, me buscaré otro trabajo.

—Barbara, no puedes irte así, por favor —rogó súbitamente aterrorizado.

Ella le sonrió con tristeza.

—No, no me iré ahora mismo. Te doy una semana de preaviso.

—Te prometo que antes de que acabe, Janice y yo estaremos separados. ¡Quédate, por favor! No puedo dejar que te vayas.

No después de todo lo que he hecho para no perderte, pensó desesperado.