LUNES 30 DE SEPTIEMBRE

12

Maggie Holloway no estaba satisfecha con la teoría de que un intruso había asesinado a Nuala. Él se había dado cuenta durante el velatorio. Y ahora, en la misa de réquiem, la observaba sacudir la cabeza incrédula mientras el sacerdote hablaba de la violencia absurda que tantas vidas inocentes se cobraba en la actualidad.

Maggie era demasiado lista, demasiado observadora. Se podía convertir fácilmente en una amenaza.

Pero cuando salieron en fila de la iglesia de Saint Mary, se consoló con la idea de que volvería a Nueva York y pondría la casa de Nuala en venta. Y ya sabemos quién aparecerá con la primera oferta antes de que se marche, pensó.

Le alegró ver que Greta Shipley había llegado a la misa acompañada de una enfermera, y que después tuvo que marcharse casi inmediatamente. Maggie seguramente le haría una llamada de cortesía a la residencia antes de irse.

Se agitó nervioso. Por lo menos la misa estaba a punto de acabar. El solista cantaba mientras sacaban lentamente el ataúd de la capilla.

En realidad no le apetecía ir al cementerio, pero no tenía escapatoria. Más tarde volvería… solo. Igual que con los demás, su regalo especial sería un monumento funerario privado para ella.

Salió con las otras treinta personas que acompañaban a Nuala hacia el sitio de su descanso final. Se trataba del cementerio en el que estaban enterrados muchos católicos de familias importantes de Newport. La tumba de Nuala estaba junto a la de su último marido. La inscripción sobre la lápida de mármol pronto estaría terminada. Al lado del nombre de Timothy James Moore, su fecha de nacimiento y defunción, ya estaba el nombre de ella y también la fecha de nacimiento, pronto añadirían la fecha del viernes. También estaba grabado: «Descansa en paz».

Se obligó a parecer solemne mientras leían las oraciones finales… demasiado deprisa, pensó. Pero era evidente que los nubarrones oscuros estaban a punto de descargar una lluvia torrencial.

Cuando terminó el servicio, Irma Woods invitó a todos a tomar un refrigerio en su casa.

Él pensó que sería una torpeza rechazar la invitación; además, era una buena oportunidad para enterarse de cuándo planeaba marcharse Maggie Holloway. Vete, Maggie, pensó. Aquí sólo tendrás problemas.

*****

Al cabo de una hora, mientras los invitados charlaban con bebidas y bocadillos en la mano, se sorprendió al oír que Irma Woods le decía a Maggie que el servicio de limpieza había terminado de ordenar la casa y de quitar todo el polvo esparcido por la policía en busca de huellas dactilares.

—La casa ya está lista para ti, Maggie —le dijo la señora Woods—. Pero ¿estás segura de que estarás bien? Sabes que si quieres, puedes seguir aquí.

Él se acercó como por casualidad e intentó oír mientras les daba la espalda.

—No, no estaré nerviosa en casa de Nuala —decía Maggie—. Y me quedaré las dos semanas que pensaba para arreglar todo y, por supuesto, para visitar a Greta Shipley en Latham Manor tal como ella me pidió. —El hombre se quedó rígido mientras ella añadía—: Señora Woods, ha sido usted muy amable. No sé cómo agradecérselo. Me gustaría hacerle una pregunta. Cuando Nuala vino a verla el viernes por la mañana con el testamento manuscrito, ¿usted no le preguntó nada? Quiero decir, ¿no se sorprendió de que estuviera tan ansiosa de firmarlo y llevarlo al notario enseguida?

A él le pareció que pasaba una eternidad antes de que la señora Woods diera su mesurada respuesta.

—Pues sí, me sorprendió. Al principio me pareció algo impulsivo. Nuala se había sentido muy sola desde la muerte de Tim, y estaba encantada de haberte encontrado. Pero cuando me enteré de su muerte, pensé que había algo más. Como si Nuala supiera que podía pasarle algo espantoso.

El hombre se acercó a la chimenea, donde había un grupo de personas conversando. Respondía a los comentarios, pero su mente funcionaba a toda velocidad. Maggie visitaría a Greta Shipley. ¿Cuánto sabía Greta? ¿Hasta qué punto sospechaba? Había que hacer algo. No se podía correr ningún riesgo.

Greta. Obviamente no estaba bien de salud. Todo el mundo la había visto salir de la iglesia con ayuda. Todo el mundo creería que la conmoción por la muerte de su amiga había contribuido a su infarto mortal. Inesperado, por supuesto, pero ninguna sorpresa.

Lo siento, Greta, pensó.