Chet Brower, comisario de policía de Newport, estaba de pie mientras el fotógrafo hacía su trabajo de la escena del crimen. Además del hecho de que alguien había sido salvajemente asesinado en su jurisdicción —Nuala Moore había sufrido múltiples golpes en la cabeza—, había algo que le preocupaba.
Hacía meses que nadie denunciaba robos en la zona. Ese tipo de delitos se disparaba cuando se cerraban las casas en invierno y se convertían en blanco favorito de los desvalijadores. Era asombroso cuántas casas no tenían aún alarma, pensó Brower. Y era asombroso, también, cuántas personas no se molestaban en colocar en las puertas cerrojos de seguridad.
El comisario había acudido en el primer coche patrulla que atendió la llamada. Al llegar, la mujer que se identificó como hijastra de la señora Moore señaló la ventana de la fachada. Brower miró dentro y vio la misma escena. Antes de forzar la puerta principal, él y el detective Jim Haggerty fueron hacia la parte trasera de la casa. Con cuidado de no tocar el pomo para no borrar posibles huellas dactilares, comprobaron que la puerta estaba abierta y entraron.
Debajo de la cacerola, completamente quemada, seguía encendido el fuego. El olor acre de patatas calcinadas tapaba uno más agradable: cordero asado, según registró la mente de Chet Brower. Apagó los fogones de la cocina antes de pasar a la sala, a través del comedor.
No se había dado cuenta de que la hijastra los seguía hasta que llegaron al cuerpo y oyó un gemido.
—Oh, Nuala, Finn… u… ala… —dijo Maggie antes de caer de rodillas y tender la mano hacia el cuerpo, pero él se la cogió.
—¡No la toque!
En ese momento sonó el timbre y el comisario recordó que la mesa estaba puesta para una cena con invitados. A los pocos minutos, los agentes llevaron a la hijastra y los otros invitados a la casa de un vecino y les pidieron que permanecieran allí hasta que Brower hablara con ellos.
—Comisario.
Brower levantó la vista. Era Eddie Sousa, un policía novato.
—Algunos de los que esperan para hablar con usted empiezan a ponerse nerviosos.
El hábito de Brower de fruncir el entrecejo, tanto cuando pensaba como cuando algo lo fastidiaba, hizo que la frente se le arrugara. Esta vez por fastidio.
—Iré dentro de diez minutos —respondió irritado.
Antes de salir, recorrió una vez más la casa. Estaba toda revuelta, hasta habían puesto patas arriba el taller del segundo piso. Los materiales de pintura estaban en el suelo, como si, tras examinarlos, los hubieran desechado; cajones y armarios vacíos. No muchos intrusos que acabaran de cometer un asesinato se hubieran tomado la molestia de registrarlo todo tan meticulosamente, razonó. Además, por el aspecto general de la casa, se notaba que hacía tiempo que no se invertía dinero en ella. ¿Qué podían robar?, se preguntó.
Los dormitorios del segundo piso habían sido sometidos al mismo registro. Uno de ellos estaba bastante ordenado, excepto por los cajones y el armario. Habían quitado la ropa de cama y era evidente que las sábanas estaban recién cambiadas. Brower supuso que era la habitación que la víctima había preparado para la hijastra.
Todas las cosas del dormitorio principal estaban desparramadas. El joyero de piel rosa, igual al que él le había regalado a su mujer en una ocasión, estaba abierto y las joyas, obviamente de fantasía, diseminadas sobre la cómoda de arce.
Brower tomó nota mental de preguntar a los amigos de Nuala Moore si ésta poseía alguna joya valiosa.
Se quedó un rato estudiando el desorden del cuarto. Quienquiera que lo hubiera hecho, no era un vulgar ladrón ni un drogadicto, decidió. El asesino, o la asesina, buscaba algo. Por lo que se veía, Nuala Moore se había dado cuenta de que su vida estaba en peligro, porque había corrido intentando escapar y la habían golpeado por detrás. Podía haberlo hecho tanto un hombre como una mujer. No hacía falta mucha fuerza.
También notó algo más: Nuala estaba en la cocina preparando la cena cuando llegó el intruso. Trató de escapar de su agresor por el comedor, lo que significaba que éste le bloqueaba la puerta de la cocina. La puerta por la que había entrado el asesino seguramente estaba abierta, porque no parecía forzada. A menos que la señora Moore le hubiese franqueado el paso. Brower tomó nota de revisar si era el tipo de cerradura que se cerraba con el pestillo o había que echarle llave.
Dejó al detective Haggerty para que esperara al juez de instrucción y fue a hablar con los invitados.