A Scott Alshorne no le gustaba tener una muerte sospechosa y otra casi muerte sospechosa sin resolver. Dora Samuels había sufrido un leve ataque justo antes de morir. ¿Cuánto tiempo antes? Alvirah Meehan tenía una gota de sangre en la cara que sugería una inyección. El informe de laboratorio mostró un nivel muy bajo de azúcar en la sangre, posiblemente el resultado de una inyección. Los esfuerzos del barón le habían salvado la vida. ¿Y eso qué aclaraba?
No había podido localizar al marido de la señora Meehan hasta la una de la mañana, hora de Nueva York. Él alquiló un avión y llegó a las siete de la mañana, hora local. A la tarde temprano, Scott fue hasta el hospital para hablar con él.
Scott no podía creer lo que veía: Alvirah Meehan, muy pálida, respirando con dificultad y conectada a unas máquinas. Se suponía que la gente como ella no se enfermaba. Estaba demasiado llena de vida. El hombre corpulento que estaba de espaldas pareció no notar su presencia. Estaba inclinado, susurrándole algo a Alvirah.
Scott le tocó un hombro.
—Señor Meehan, soy Scott Alshorne, sheriff del condado de Monterrey. Siento lo sucedido con su esposa.
Willy Meehan señaló con la cabeza el lugar donde estaban las enfermeras.
—Ya me informaron sobre su estado. Pero le aseguro que ella se pondrá bien. Le he dicho que si se muere y me deja, iba a gastarme todo el dinero en una rubia callejera. Ella no dejará que eso suceda, ¿no es verdad, querida? —Comenzaron a rodarle lágrimas por las mejillas.
—Señor Meehan, tengo que hablar con usted unos minutos.
*****
Podía sentir que Willy se acercaba, pero no podía comunicarse con él. Alvirah nunca se había sentido tan débil. Ni siquiera podía mover una mano, estaba tan cansada…
Y tenía que decirle algo. Sabía lo que le había sucedido. Todo estaba muy claro ahora. Tenía que esforzarse por hablar. Trató de mover los labios, pero no pudo. Quiso mover un dedo. Willy tenía la mano apoyada sobre la suya y no pudo juntar la fuerza como para hacerle entender que estaba tratando de comunicarse.
Si tan sólo pudiera mover los labios, llamar su atención. Estaba hablando de los viajes que harían juntos. La irritaba que no pudiera escucharla. «Cállate y escucha… —quería gritarle—. Oh, Willy, por favor, escucha…».
La conversación fuera de la sala de cuidados intensivos no fue satisfactoria. Alvirah era «fuerte como un toro». Nunca se enfermaba. No tomaba ningún medicamento. Scott ni se molestó en preguntar si existía la posibilidad de que se drogara. No existía y no quería ofender a ese hombre tan angustiado.
—Estaba tan ansiosa por hacer este viaje —dijo Willy Mechan—. Incluso estaba escribiendo artículos para el Globe. Tendría que haber visto lo excitada que estaba cuando le mostraron cómo grabar las conversaciones de la gente.
—¡Escribía artículos! —Exclamó Scott—. ¿Grababa lo que la gente decía?
En ese momento, apareció una enfermera.
—¿Señor Meehan, puede entrar? Está tratando de hablar. Queremos que usted le hable.
Scott entró detrás de él. Alvirah luchaba por mover los labios.
—Vo… vo…
Willy la tomó de la mano.
—Estoy aquí, querida, estoy aquí.
El esfuerzo era demasiado. Se estaba cansando mucho. Se quedaría dormida en cualquier momento. Si tan sólo pudiera pronunciar una palabra para advertirles. Con un esfuerzo tremendo, Alvirah logró pronunciar esa palabra. Lo hizo en un tono lo suficientemente alto como para oírla ella misma.
—Voces —dijo.