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A las dos de la tarde, Elizabeth llamó a Syd y le pidió que se reuniera con ella en la piscina olímpica. Cuando ella llegó allí, estaba por comenzar una clase de ballet acuático. Hombres y mujeres con balones hinchables seguían las instrucciones del profesor.

—Sostengan el balón entre las manos; muévanlo de un lado al otro… no, manténganlo bajo el agua… Ahí es donde se hace la fuerza. —Pusieron la música.

Eligió una mesa en el extremo más alejado del patio. No había nadie cerca. Diez minutos después, oyó un ruido detrás de sí y se asustó. Era Syd. Había cortado camino por entre los arbustos; apartó una silla y se sentó. Movió la cabeza en dirección a la piscina.

—Cuando era pequeño, vivíamos en la portería de un edificio. Es sorprendente los músculos que mi madre sacó barriendo con la escoba.

Su tono era agradable, pero su actitud reservada. La camiseta con cuello polo que llevaba y los pantalones cortos revelaban la fuerza de sus brazos y piernas. «Es gracioso —pensó Elizabeth—, siempre consideré a Syd un debilucho, tal vez porque le falta porte. Y es un error».

Ese sonido que había hecho al llegar. ¿Era una silla lo que había oído que movían la noche anterior al salir de la piscina? Y el lunes a la noche creyó haber visto a alguien o algo que se movía. ¿Era posible que la hubiesen estado observando mientras nadaba? La idea era inquietante.

—Para pagar tanto por relajarse, hay bastante gente tensa por aquí —comentó Syd. Se sentó justo frente a ella.

—Y yo soy la más tensa de todos, supongo. Syd, tú habías invertido tu propio dinero en Merry-Go-Round. Tú le llevaste a Leila el libreto. Y también te ocupaste de algunas correcciones Tengo que hablar con el autor, Clayton Anderson. ¿Dónde puedo encontrarlo?

—No tengo la menor idea. No lo conozco. El contrato se negoció a través de su abogado.

—Dime su nombre.

—No.

—Es porque no hay ningún abogado, ¿no es así Syd? Helmut fue quien escribió la obra, ¿no es verdad? Él te la llevó a ti y tú se la llevaste a Leila. Helmut sabía que Min se enojaría si se enteraba del asunto. Esa obra fue escrita por un hombre obsesionado por Leila. Es por eso que la obra habría funcionado para ella.

Syd enrojeció.

—No sabes de qué estás hablando.

Le mostró la nota que Ted le había escrito.

—¿Qué no sé? Cuéntame cuando te reuniste con Ted la noche en que Leila murió. ¿Por qué no me diste esa información hace meses?

Syd estudió la nota.

—¡Y lo puso por escrito! Es más tonto de lo que creía.

Elizabeth se inclinó hacia delante.

—Según esta nota, el barón oyó a Ted luchando con Leila, y Ted te dijo a ti que Leila había muerto. ¿A ninguno de vosotros se os ocurrió ver qué había sucedido, si había alguna posibilidad de ayudarla?

Syd echó la silla hacia atrás.

—Te he escuchado demasiado.

—No, aún no. Syd, ¿por qué fuiste al apartamento de Leila aquella noche? ¿Por qué fue el barón allí? No esperaba a ninguno de los dos.

Syd se puso de pie. La ira le distorsionaba las facciones.

—Escucha, Elizabeth, tu hermana me arruinó cuando dejó la obra. Iba a pedirle que lo reconsiderara. Nunca llegué al edificio. Ted pasó corriendo junto a mí y yo lo seguí. Él me dijo que ella estaba muerta. ¿Quién sobrevive a una caída como ésa? No quise meterme. En ningún momento vi al barón aquella noche. —Le devolvió la carta—. ¿No estás satisfecha? Ted irá a prisión. ¿No es lo que querías?

—No te vayas aún, Syd, todavía tengo que hacerte muchas preguntas. La carta que robó Cheryl. ¿Por qué la destruiste? Podía haberlo ayudado. Pensé que estabas ansioso por ayudarlo.

Syd se dejó caer sobre la silla.

—Mira, Elizabeth, haré un trato contigo. Romper esa carta fue un error de mi parte. Cheryl jura no haber escrito esa carta ni ninguna otra. Y yo la creo.

Elizabeth aguardó. No iba a admitir que Scott también la creía.

—Tienes razón acerca del barón —continuó—, él escribió la obra. Ya sabes cómo se burlaba Leila. Él quería tener poder sobre ella, hacer que le debiera algo. Otro tipo querría llevársela a la cama. —Hizo una pausa—. Elizabeth, si Cheryl no puede irse mañana y asistir a esa conferencia de Prensa, perderá la serie. El estudio no la contratará si descubre que está detenida. Scott te tiene confianza. Convéncelo de que Cheryl no tiene nada que ver con todo esto y te daré una pista acerca de esas cartas.

Elizabeth lo miró. Syd asumió que su silencio era una aceptación. Mientras hablaba, golpeaba la mesa con la punta de los dedos.

—El barón escribió Merry-Go-Round. Tengo los cambios hechos a mano en los primeros libretos. Juguemos a las suposiciones, Elizabeth. Supongamos que la obra es un éxito. El barón ya no necesita a Min. Está cansado del juego de «Cypress Point». Ahora es un escritor de Broadway y siempre junto a Leila. ¿Cómo podía Min evitar que eso sucediera? Asegurándose de que la obra es un fracaso. ¿Cómo lo logra? Destruyendo a Leila. Y ella era quien sabía cómo hacerlo. Ted y Leila estuvieron juntos durante tres años. Si Cheryl hubiera querido entrometerse, ¿por qué iba a esperar tanto?

Syd no aguardó la respuesta. La silla hizo el mismo ruido que había hecho cuando la corrió para sentarse. Elizabeth se quedó mirándolo. Tenía sentido. Casi podía oír a Leila decir: «Oh, Sparrow, Min sí que está caliente con el Soldadito de Juguete. No me gustaría trabar amistad con él. Min me perseguiría con un hacha».

¿O con tijera y goma de pegar?

Syd desapareció de la vista. Elizabeth no pudo ver su sonrisa cuando estuvo fuera de su campo visual.

«Podría llegar a funcionar», pensó Syd. Había estado pensando en cómo jugar esa carta, y ella le había facilitado las cosas. Si le creía, Cheryl podría quedar limpia. La sonrisa desapareció. Podría quedar…

Pero ¿qué sucedería con él?