11

—Después de la muerte de Kathy y Teddy, quedé destruido.

Era como si Ted hablara consigo mismo y no con Scott. El automóvil pasó a toda velocidad por el puesto de peaje sin detenerse. La estridente sirena interrumpió la paz de los alrededores; las luces alcanzaban apenas a iluminar un pedazo del camino debido a la densa niebla.

—Craig asumió la dirección de toda la empresa. Le gustaba hacerlo. A veces atendía al teléfono y se hacía pasar por mí. Imitaba mi voz. Por fin tuve que decirle que dejara de hacerlo. Luego, él conoció a Leila primero. Yo se la quité. La razón por la que estaba tan ocupado durante esos meses antes de la muerte de Leila era porque quería comenzar una reorganización. Mi intención era descentralizar su trabajo y dividir sus responsabilidades con otras dos personas. Él se dio cuenta de lo que sucedía.

»Y fue él quien contrató a los detectives para que siguieran a la primera testigo; los detectives que precisamente estaban allí para asegurarse de que no escapara.

Habían llegado. Scott atravesó el césped y se detuvo frente al bungalow de Elizabeth. Salió una camarera corriendo de uno de los cuartos de limpieza. Ted se puso a golpear su puerta.

—¿Dónde está Elizabeth?

—No lo sé —contestó la camarera con tono de preocupación—. Me dio una carta. No me dijo que fuera a salir.

—Déjeme verla.

—No creo…

—Deme la carta.

Scott se puso a leerla.

—¿Dónde está? —preguntó Ted.

—Oh, Dios, esa muchacha loca… La piscina —gritó Scott—. ¡La piscina!

El automóvil aplastó arbustos y flores mientras corría hacia el extremo norte de la piscina. Las luces comenzaron a encenderse en los bungalows.

Llegaron al patio. Se llevaron por delante una mesa con sombrilla que cayó con estrépito al suelo. El automóvil se detuvo junto al borde. Scott dejó las luces encendidas para que iluminaran el agua. Oleadas de neblina brillaban bajo los focos.

Miraron dentro.

—Aquí no hay nadie —dijo Scott, y un profundo temor se apoderó de él. ¿Habrían llegado demasiado tarde?

Ted señaló unas burbujas que llegaban a la superficie.

—Está allí. —Se quitó los zapatos y se arrojó al agua. Llegó al fondo y volvió a subir—. Trae ayuda —gritó y se sumergió otra vez.

Scott buscó una linterna en el automóvil y la encendió justo a tiempo para ver que una figura con traje de buceo subía por la escalerilla al otro lado de la piscina. Sacó la pistola y corrió hacia allí. Con un movimiento violento, el buzo se tiró sobre él y la pistola cayó al suelo mientras Scott caía hacia atrás.

Ted volvió a salir a la superficie. Llevaba un cuerpo en los brazos. Comenzó a nadar hacia la escalerilla mientras Scott, mareado, lograba sentarse. El buzo se arrojó entonces sobre Ted, empujándolo a él y a Elizabeth hacia el fondo.

Mientras recuperaba el aliento, Scott estiró una mano vacilante. Cogió la pistola, apuntó hacia arriba y disparó dos veces. De inmediato, sintió las sirenas de los patrulleros que se dirigían en su dirección.

Ted trataba desesperadamente de sostener a Elizabeth con un brazo mientras que con el otro se defendía de su atacante. Le dolían los pulmones; aún estaba mareado por los efectos del pentotal; sintió que perdía el conocimiento. Trató de golpear contra el grueso traje de goma, pero sus golpes eran inútiles ante ese pecho sólido y macizo.

La máscara de oxígeno. Tenía que sacársela. Soltó a Elizabeth y trató de empujarla con toda su fuerza hacia la superficie. Por un momento, la mano que lo sostenía se relajó. Eso le dio la oportunidad de apoyar la mano sobre la máscara de oxígeno, pero antes de que pudiera quitársela, un poderoso golpe lo echó hacia atrás.

Elizabeth había mantenido la respiración en un enorme esfuerzo por no tragar agua. Dejó el cuerpo fláccido, pero no había forma de librarse de él. Su única esperanza era que, creyéndola inconsciente, se fuera. Apenas sentir los brazos que la rodeaban, ya supo que se trataba de Craig. Lo había forzado a actuar otra vez, pero volvería a salirse con la suya. Poco a poco, Elizabeth caía en la inconsciencia. «Resiste —se dijo. No, era Leila que le pedía que resistiera—. Sparrow, esto es lo que trataba de decirte. No me decepciones ahora. Él piensa que está a salvo. Tú puedes hacerlo, Sparrow».

Sintió que los brazos comenzaban a soltarla. Ella se dejó caer hacia el fondo, tratando de resistir el impulso de salir a la superficie. «Aguarda, Sparrow, aguarda. No dejes que se dé cuenta de que aún sigues consciente».

Luego sintió que alguien la tomaba y trataba de llevarla hacia arriba; eran otros brazos, brazos que la sostenían, que la acunaban. Ted.

Sintió el aire fresco de la noche sobre el rostro, aspiró profundamente y con desesperación. El brazo de Ted la sostenía por el cuello mientras la arrastraba hacia el borde; sintió su propia respiración. Tosía. Se ahogaba.

Y luego, antes de que pudiera verlo, una pesada figura caía sobre ambos. Logró aspirar una gran bocanada de aire antes de volver a hundirse.

Sintió que el brazo de Ted se tensaba. Y que se agitaba. Craig quería matarlos a ambos. Ya nada le importaba más que destruirlos. Ted la apretaba con fuerza y no podía soltarse, pero luego, le dio un fuerte empujón hacia arriba para que llegara a la superficie. Craig no lo permitió: la tomó de un tobillo obligándola a bajar otra vez.

En la superficie, Elizabeth alcanzó a oír los gritos y las sirenas de los autos que se acercaban. Pudo llenarse los pulmones de aire y se sumergió, allí donde Ted seguía luchando por su vida. Sabía dónde estaba Craig; el arco de su descenso quedaba justo encima de su cabeza. Estaba apretándole el cuello a Ted. Bajó los dos brazos. Había luces sobre el agua. Podía ver la silueta de los brazos de Craig, la lucha desesperada del cuerpo de Ted. Sólo tendría una oportunidad.

Ahora. Dio una patada, un movimiento fuerte y cortante. Estaba sobre Craig. En un arranque salvaje, logró poner los dedos debajo de la máscara de la cara. Él trató de agarrarla, pero ella lo esquivó y siguió tirando, tirando hasta lograr arrancarle la máscara.

Elizabeth la aferró entre sus manos mientras Craig, desesperado, trataba de quitársela; la aferró mientras el cuerpo de su agresor era arrastrado hacia la superficie; hasta que sus pulmones estuvieron a punto de estallar. Y no la soltó cuando otros brazos la guiaron en busca del aire.

Por fin podía respirar. Siguió tosiendo y recuperando el aliento mientras Ted entregaba a Craig a uno de los policías que lo rodeaban. Luego, como dos figuras atraídas por una fuerza magnética irresistible, ambos se abrazaron y así, unidos, se dirigieron hacia la escalerilla en el extremo de la piscina.