Cuando Elizabeth salió de la oficina de Min, corrió hasta su bungalow, furiosa consigo misma por permitir que Bartlett la enojara. Él diría cualquier cosa, haría lo que fuera para desacreditar su testimonio y ella estaba en sus manos.
Para distraerse, abrió el libreto de la obra de Leila. Pero no podía concentrarse en las palabras.
«¿Eran verdad las acusaciones de Bartlett? ¿Ted había tratado de seducirla?».
Recorrió algunas páginas del libreto y decidió dejarlo para más tarde. Luego, su mirada se detuvo en las anotaciones de Leila en el margen. Sorprendida, se hundió en el sofá y volvió a la primera página.
Merry-Go-Round, comedia por Clayton Anderson.
Leyó rápidamente la obra y luego permaneció un largo rato sumida en sus pensamientos. Por fin, buscó lápiz y papel y comenzó a releerla, pero esta vez lentamente, tomando sus propias notas.
A las dos y media, dejó el lápiz. Había llenado varias hojas de la libreta con sus notas. Se dio cuenta de que no había almorzado y que le dolía mucho la cabeza. Algunas de las anotaciones de Leila en el margen eran indescifrables, pero al fin pudo descifrarlas todas.
Clayton Anderson. El autor de Merry-Go-Round. El acaudalado profesor universitario que había invertido un millón de dólares en su propia obra, pero cuya verdadera identidad nadie conocía. ¿Quién era él? Había conocido a Leila íntimamente.
Llamó al edificio principal. La telefonista le dijo que la baronesa Von Schreiber estaba en su apartamento y que no quería que la molestaran.
—Iré para allá —le dijo Elizabeth—. Dile a la baronesa que tengo que verla.
*****
Min estaba en la cama. Parecía enferma. Su voz carecía del tono autoritario habitual.
—¿Y bien, Elizabeth?
«Me teme», pensó Elizabeth.
—¿Para qué me has hecho venir, Min?
—Porque, te lo creas o no, estaba preocupada por ti, porque te aprecio.
—Te creo. ¿Alguna otra razón?
—Porque me consterna la idea de que Ted se pase el resto de su vida en la cárcel. A veces, la gente hace cosas terribles debido a la furia, porque está fuera de control, cosas que jamás haría si no hubiese perdido la capacidad de imponerse un freno. Creo que eso fue lo que sucedió. Sé que eso le sucedió a Ted.
—¿Qué quieres decir con eso de que «sabes»?
—Nada… Nada. —Min cerró los ojos—. Elizabeth, haz lo que debas hacer. Pero te lo advierto. Tendrás que vivir con la idea de haber destruido a Ted por el resto de tu vida. Algún día, volverás a enfrentarte a Leila. Y creo que ella no te lo agradecerá. Ya sabes cómo se sentía ella después de excederse. Arrepentida. Amorosa. Generosa. Todo eso.
—Min, ¿no hay otra razón por la que quieres que Ted sea absuelto? Tiene que ver con este lugar, ¿no es así?
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que antes de que Leila muriera, Ted pensaba poner un «Cypress Point» en cada uno de sus nuevos hoteles. ¿Qué pasó con ese plan?
—Ted no siguió ningún plan para abrir nuevos hoteles desde la acusación.
—Exacto. De modo que existen dos razones para querer la absolución de Ted. Min, ¿quién es Clayton Anderson?
—No tengo la menor idea. Elizabeth, estoy muy cansada. Tal vez podamos seguir hablando luego.
—Min, vamos. No estás tan cansada. —El tono duro de su voz hizo que Min abriera los ojos y se enderezara sobre las almohadas. «Tenía razón —pensó Elizabeth. No está tan enferma como asustada»—. Min, acabo de leer y releer la obra que estaba haciendo Leila. La vi junto a todos vosotros en el preestreno, pero no le presté atención. Estaba muy preocupada por Leila. Min, el que escribió la obra es alguien que conocía muy bien a Leila. Es por eso que era perfecta para ella. Alguien utilizó incluso la expresión de Helmut en ella: «Una mariposa flotando sobre una nube». Leila también lo advirtió. Hizo una anotación al margen: «Decirle al barón que alguien le está robando la idea». Min…
Se miraron y ambas tuvieron el mismo pensamiento.
—Fue Helmut quien escribió la publicidad para este lugar —murmuró Elizabeth—. Él escribe los boletines diarios. Tal vez, ese rico profesor universitario no exista. Min, ¿fue Helmut quien escribió la obra?
—No… lo… sé. —Min salió de la cama. Llevaba una túnica de seda que de repente parecía demasiado grande para ella, como si se estuviera consumiendo por dentro—. Elizabeth, ¿me disculpas? Tengo que hacer una llamada a Suiza.