De alguna manera, Min logró pasar el resto de la mañana. Estaba demasiado ocupada en responder a las llamadas de la Prensa como para pensar en la escena que se desarrolló en la oficina entre Elizabeth y el abogado de Ted. Todos habían partido inmediatamente después del estallido Bartlett y Elizabeth, furiosos; Craig, acongojado; Scott, con aire sombrío. Helmut se había escapado a la clínica. Había adivinado que quería hablar con él. La había evitado toda la mañana, tal como lo hizo la noche anterior cuando, después de decirle que había oído a Ted atacar a Leila, se encerró en su estudio.
¿Quién diablos le había informado a la Prensa que Elizabeth y Ted estaban allí? Respondió a las insistentes preguntas con su respuesta habitual «No proporcionamos los nombres de nuestros huéspedes». Le dijeron que Elizabeth y Ted habían sido vistos en Carmel. «Ningún comentario».
En cualquier otro momento, le habría encantado la publicidad. ¿Pero ahora? Le preguntaron también si había algo insólito en la muerte de su secretaria. «Por supuesto que no».
Al mediodía, le dijo a la operadora que no le pasara más llamadas y se dirigió al sector femenino de «Cypress Point». Se sintió aliviada al ver que allí la atmósfera era normal. Parecía que ya no se comentaba la muerte de Sammy. Pensó en conversar con los huéspedes sentados alrededor de la piscina. Alvirah Meehan estaba entre ellos. Había visto el coche de Scott y estuvo haciéndole preguntas a Min acerca de su presencia.
Cuando Min regresó al edificio principal, se dirigió directamente a su apartamento. Helmut estaba sentado en el sofá, tomando una taza de té. Estaba pálido.
—Hola, Minna —dijo intentando sonreír.
Ella no le respondió a la sonrisa.
—Tenemos que hablar —le dijo en forma abrupta—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que fuiste esa noche al apartamento de Leila? ¿Mantenías una relación con ella? ¡Dime la verdad!
Hizo ruido con la taza al apoyarla en el plato.
—¡Una relación! Minna, yo odiaba a esa mujer.
Min observó cómo se le encendía el rostro y se apretaba las manos.
—¿Crees que me divertía la forma en que me ponía en ridículo? ¿Una relación con ella? —Dio un puñetazo sobre la mesa—. Minna, tú eres la única mujer de mi vida. Nunca hubo otra desde que te conocí. Te lo juro.
—¡Mentiroso! —Min corrió hasta él, se inclinó y lo tomó por la solapa—. Mírame. Te digo que me mires. Deja de lado el dramatismo y el tono aristocrático. Estabas deslumbrado por Leila. ¿Qué hombre no lo estaba? Cada vez que la mirabas, la desnudabas con los ojos. Todos erais iguales: Ted, Syd, hasta ese estúpido de Craig. Pero tú eras el peor. Amor. Odio. Todo en uno. Y en toda su vida, nunca te esforzaste por nadie. Quiero la verdad. ¿Por qué fuiste a verla aquella noche? —Lo soltó, de repente, agotada.
Helmut se puso de pie de un salto. Con la mano rozó la taza de té que cayó al suelo manchando la mesa y la alfombra.
—Minna, esto no es posible. No permitiré que me trates como un microbio bajo el microscopio. —Miró con desprecio el té derramado—. Manda a alguien a limpiar esto —ordenó—. Tengo que ir a la clínica. La señora Meehan tiene que venir para las inyecciones de colágeno. —Su tono de voz se hizo sarcástico—. Anímate, querida. Como sabes, es otra buena entrada para la caja.
—Vi a esa desagradable mujer hace una hora —le dijo Min—. Ya has hecho otra conquista. Estaba hablando de lo inteligente que eres y de cómo vas a hacerla sentir como una mariposa flotando en una nube. Si oigo que repite esa frase estúpida una vez más…
Min no pudo terminar. A Helmut empezaron a temblarle las rodillas y Min lo sostuvo antes de que cayera al suelo.
—¡Dime qué te pasa! —le gritó—. ¡Qué has hecho!