Scott interrogó a Cheryl en su bungalow. Estaba decorado en un tapizado de color amarillo, verde y blanco, con alfombra y paredes blancas. Scott sintió la suavidad de la alfombra bajo sus pies. Pura lana. La mejor calidad. Sesenta…, tal vez setenta dólares el metro. ¡Por eso Min tenía ese aspecto! Scott sabía con exactitud cuánto le había dejado el viejo Samuel. No podía quedarle mucho después de lo que había invertido en ese lugar…
A Cheryl no le gustó que la hubiesen llamado por el megáfono para reunirse con él. Ella llevaba su propia versión de la bata habitual de «Cypress Point». Un trozo de tela que no le cubría ni siquiera los pechos y que se levantaba a los costados por los huesos de la cadera. Llevaba el albornoz encima de los hombros. No intentó disimular su impaciencia.
—Tengo clase de gimnasia en diez minutos —le dijo.
—Bueno, espero que llegue a tiempo —respondió Scott. Sintió un nudo en la garganta por el desprecio que le provocaba Cheryl—. Tendrá más posibilidades de lograrlo si me da respuestas directas como por ejemplo que fue usted quien escribió unas cartas bastante desagradables a Leila antes de que muriera.
Tal como lo había anticipado, al principio el interrogatorio fue inútil. Cheryl esquivó sus preguntas con astucia. ¿Anónimos? ¿Por qué tendría interés en enviar anónimos? ¿Separar a Ted y Leila? De casarse no hubiera durado. Leila no era mujer para un solo hombre. Tenía que herirlos antes de que ellos la hirieran a ella. ¿La obra? No tenía idea de cómo habían sido los ensayos de Leila. En realidad, no le interesaba saberlo.
Por fin Scott se cansó.
—Escuche, Cheryl, creo que hay algo que debe saber. No creo que la muerte de Sammy haya sido por causas naturales. La segunda carta anónima que llevaba ha desaparecido.
»Usted fue al escritorio de Sammy y dejó la cuenta escrita con la palabra PAGADO. Había una carta anónima encima de toda la correspondencia. Y luego la carta desapareció. Supongamos que alguien más pudo haber entrado en el área de recepción tan calladamente que, a pesar de que la puerta estaba abierta, ni Min, ni el barón, ni Sammy, la oyeron entrar. ¿No le parece bastante improbable? —No estaba de acuerdo con Cheryl acerca de que Min y el barón hubieran tenido acceso al escritorio de Sammy cuando ella no estaba presente. Se sintió gratificado al ver un dejo de alarma en la mirada de Cheryl. Se pasó la lengua por los labios con un gesto nervioso.
—¿No estará sugiriendo que tuve algo que ver con la muerte de Sammy?
—Estoy sugiriendo que usted tomó la primera carta del escritorio de Sammy y la quiero ahora. Es una prueba del Estado en un juicio por asesinato.
Ella apartó la mirada y, mientras Scott la estudiaba, descubrió una expresión de pánico en su rostro. Siguió la mirada de Cheryl y vio restos de papel chamuscado junto al zócalo inferior de la pared. Cheryl se arrojó desde el sofá para alcanzarlos, pero él fue más rápido.
El trozo de papel barato tenía pegadas tres palabras:
Scott cogió su cartera y guardó con cuidado el trozo de papel.
—Así que fue usted quien robó la carta —le dijo—. Destruir una prueba es un crimen, y puede ir a la cárcel por ello. ¿Dónde está la otra carta? ¿La que Sammy llevaba consigo? ¿También la destruyó? ¿Y cómo se la sacó? Será mejor que se consiga un abogado, señorita.
Cheryl lo aferró de un brazo.
—Scott, por Dios, juro que yo no escribí esas cartas. Juro que la única vez que vi a Sammy fue en la oficina de Min. Muy bien. Saqué la carta del escritorio de Sammy. Pensé que podría ayudar a Ted. Se la mostré a Syd. Él dijo que pensarían que yo las escribí. Él la rompió, no yo. Juro que es todo lo que sé. —Le caían lágrimas por las mejillas—. Scott, cualquier publicidad, cualquier publicación sobre todo esto podría arruinar mis posibilidades de conseguir el papel de Amanda. Scott, por favor.
—No me importa una mierda si la publicidad le arruina la carrera, Cheryl. ¿Por qué no hacemos un trato? Pospondré un poco el interrogatorio formal para que pueda pensar. Tal vez, de repente mejore su memoria. Por su bien, eso espero.