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Estaba a punto de colocarse el tanque de oxígeno cuando oyó que llamaban a la puerta. Se arrancó la máscara de la cara y logró sacar las mangas del pesado traje de neopreno. Escondió todo el equipo en el armario y luego corrió al baño a abrir el agua de la ducha.

Volvieron a golpear con impaciencia. Terminó de quitarse el traje y lo arrojó detrás del sofá al tiempo que se ponía una bata.

Adoptó un tono molesto y dijo:

—Ya voy, ya voy. —Luego, abrió la puerta.

—¿Por qué has tardado tanto? Tenemos que hablar.

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Eran casi las diez cuando por fin pudo acercarse a la piscina. Llegó justo a tiempo para ver a Elizabeth que regresaba a su bungalow. En su prisa por llegar había rozado una de las sillas del patio. Ella se volvió y él tuvo apenas tiempo de esconderse tras un arbusto.

Mañana a la noche. Todavía existía una posibilidad para que se quedara. Si no, arreglaría otro tipo de accidente.

Al igual que Alvirah Meehan, ella había comenzado a sospechar y despertaría también la sospecha de Scott.

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Ese ruido. Era el de una silla golpeando contra el suelo de baldosas. Sin embargo, la brisa que corría no era lo suficientemente fuerte como para hacer que algo cayera. Se volvió, y por un instante le pareció ver que alguien se movía. Pero era una tontería, ¿por qué iba nadie a esconderse detrás de los árboles?

Aun así, Elizabeth aceleró el paso y se alegró de estar de regreso en su bungalow con la puerta cerrada con llave. Llamó al hospital. Ningún cambio en el estado de Alvirah Meehan.

Tardó bastante en dormirse. ¿Qué se le escapaba? Algo que había sido dicho, y que tendría que haberle llamado la atención… Por fin, la venció el sueño.

*****

Estaba buscando a alguien… Se encontraba en un edificio vacío con paredes oscuras… Su cuerpo ardía de deseo… Tenía los brazos extendidos… ¿Cuál era ese poema que había leído en alguna parte? «Existe alguien, recuerdo sus ojos y sus labios, que me busca en la noche». Lo susurraba una y otra vez… Vio una escalera… Bajó corriendo… Él estaba allí. De espaldas. Se arrojó sobre él y lo abrazó. Él se volvió, la abrazó y la sostuvo en sus brazos. Luego, la besó. «Ted, Ted, te amo»… repitió una y otra vez…

Se despertó bruscamente. Durante el resto de la noche, se mantuvo despierta en aquella cama donde Leila y Ted habían dormido juntos tantas veces, decidida a no volver a dormirse. A no soñar.