«¿Tendría que haberle dicho a Scott lo que sospechaba acerca del barón?», se preguntó Elizabeth al entrar en su bungalow. Observó la decoración en blanco y verde esmeralda del empapelado y la gruesa alfombra blanca. Casi imaginaba una sensación de alegría mezclada con la brisa marina.
Leila.
Pelirroja. Ojos verde esmeralda. La piel pálida de los pelirrojos naturales. El pijama de seda blanco que llevaba cuando murió y que debió flotar en el aire durante la caída.
¡Dios mío, Dios mío! Elizabeth cerró la puerta con dos vueltas de llave y se acurrucó en el sofá con la cabeza entre las manos, consternada ante la visión de Leila, flotando en el aire de la noche, camino de su muerte…
Helmut. ¿Él había escrito Merry-Go-Round? Si así era ¿había sacado el dinero de la cuenta de Min en Suiza? Debió de haberse puesto furioso cuando Leila dijo que abandonaba la obra. ¿Furioso hasta qué punto?
Alvirah Mechan. Los asistentes de la ambulancia. La gota de sangre sobre el rostro de Alvirah. El tono incrédulo del paramédico cuando le dijo a Helmut: «¿A qué se refiere con eso de que no empezó a inyectarla?». «¿A quién cree que está engañando?».
Las manos de Helmut oprimiendo el pecho de Alvirah… Helmut colocándole una intravenosa… Debió de ponerse frenético cuando oyó a Alvirah hablar de la «mariposa flotando en una nube». Alvirah había visto un ensayo de la obra. Leila había asociado la frase con Helmut. ¿También lo había hecho Alvirah?
Pensó en el discurso de Min de aquella tarde sobre Ted. Casi había reconocido la culpabilidad de Ted, y luego, trató de persuadirla de que Leila lo había provocado una y otra vez. ¿Sería verdad?
¿Tendría razón Min acerca de que Leila no querría ver a Ted tras las rejas por el resto de su vida? ¿Y por qué estaba ella tan segura acerca de su culpabilidad? Dos días atrás, ella misma afirmaba que debía de haber sido un accidente.
Elizabeth se aferró a las piernas y apoyó la cabeza en las manos.
—No sé qué hacer —murmuró para sí. Nunca se había sentido tan sola.
A las siete, oyó las campanadas que indicaban que comenzaba la hora del cóctel. Decidió comer sola en su bungalow. Era imposible pensar en ir a conversar con cualquiera de aquellas personas, sabiendo que el cuerpo de Sammy yacía en el depósito aguardando ser enviado a Ohio y que Alvirah Meehan luchaba por su vida en el hospital de Monterrey. Dos noches atrás, Sammy había estado en aquel cuarto, con ella. ¿Quién sería el próximo?
A las ocho menos cuarto, Min la llamó.
—Elizabeth, todo el mundo pregunta por ti. ¿Estás bien?
—Por supuesto. Sólo quiero estar tranquila.
—¿Estás segura de que te sientes bien? Debes saber que Ted en particular está muy preocupado.
«Felicitaciones a Min. Nunca se rinde».
—Estoy bien, Min. ¿Puedes hacer que me envíen una bandeja con la cena? Comeré algo ligero y luego iré a nadar. No te preocupes por mí.
Colgó el teléfono. Caminó de un lado a otro de la habitación, deseando ya estar en el agua.
IN AQUA SANITAS, decía la inscripción. Por una vez, Helmut tenía razón. El agua la tranquilizaría, le pondría la mente en blanco.