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—¡Elizabeth! —La voz sorprendida de Min le hizo dar un salto—. ¿Pasa algo malo? ¿Dónde está Sammy?

Los equipos deportivos de Min y Helmut hacían juego; Min llevaba el cabello negro recogido en un moño, pero el maquillaje apenas disimulaba las desacostumbradas arrugas alrededor de los ojos, los párpados hinchados. El barón, como siempre, parecía estar en pose, con las piernas ligeramente separadas, las manos entrelazadas en la espalda, la cabeza inclinada hacia delante, los ojos con aire de sorpresa e inocencia.

Elizabeth les contó rápidamente lo sucedido. Sammy no estaba; no había dormido en su cama.

Min pareció alarmada.

—Yo bajé alrededor de las seis. Encontré las luces encendidas, la ventana abierta y la fotocopiadora funcionando. Me enojé. Pensé que Sammy estaba volviéndose descuidada.

—¡La fotocopiadora estaba encendida! Entonces bajó a la oficina anoche. —Elizabeth atravesó la habitación—. ¿Alcanzaste a ver si la carta que quería fotocopiar estaba en la máquina?

No estaba allí, pero junto a la fotocopiadora Elizabeth encontró la bolsa de plástico con la que habían envuelto la carta.

En quince minutos habían organizado un grupo de búsqueda. De mala gana, Elizabeth tuvo que aceptar los ruegos de Min para que no llamara de inmediato a la Policía.

—Sammy estuvo muy enferma el año pasado —le recordó Min—. Tuvo un ataque leve y se sintió desorientada. Pudo haberle sucedido de nuevo. Ya sabes cómo odia molestar. Tratemos de encontrarla primero.

—Esperaré hasta el mediodía —anunció Elizabeth con tono rotundo—, y luego informaré sobre su desaparición. Por lo que sabemos, si tuvo algún tipo de ataque, puede estar perdida en algún lugar de la playa.

—Minna le dio trabajo a Sammy por lástima —intervino Helmut—. La esencia de este lugar es la privacidad y la reclusión. Si viene la Policía, la mitad de los invitados harán las maletas y se marcharán.

Elizabeth enrojeció de rabia, pero fue Min quien respondió.

—Se han ocultado demasiadas cosas por aquí —dijo en un tono calmo—. Demoraremos en llamar a la Policía por el bien de Sammy, no por el nuestro.

Juntos volvieron a colocar las cartas desparramadas en las bolsas.

—Ésta es la correspondencia de Leila —les dijo Elizabeth. Anudó los extremos de las bolsas—. Más tarde, las llevaré a mi bungalow. —Estudió los nudos y quedó satisfecha al comprobar que nadie podría deshacerlos sin romper las bolsas.

—¿Entonces, piensas quedarte? —Helmut trató de que su tono sonara jovial, pero no lo consiguió.

—Por lo menos, hasta encontrar a Sammy —respondió Elizabeth—. Ahora, consigamos ayuda.

*****

El grupo de búsqueda estaba compuesto por los empleados más antiguos y de más confianza: Nelly, la camarera que le había abierto la puerta del apartamento de Dora; el chófer; el jardinero principal. Permanecían de pie, a una distancia prudencial del escritorio de Min, aguardando instrucciones.

Fue Elizabeth quien les habló.

—Para proteger la intimidad de la señorita Samuels, no queremos que nadie sospeche que existe algún problema. —Luego, procedió a dividir las responsabilidades—. Nelly, busca en los bungalows desocupados. Pregunta a las demás empleadas si han visto a Dora. Hazlo con indiferencia. Jason, ponte en contacto con las compañías de taxi, pregunta si han venido a recoger aquí a una persona entre las nueve y media de anoche y las siete de esta mañana. —Le hizo señas al jardinero—. Quiero que se busque en cada rincón del jardín. —Se volvió hacia Min y el barón—. Min, tú revisa la casa y el área de mujeres. Helmut, comprueba si no está en algún lugar de la clínica. Yo recorreré los alrededores.

Consultó el reloj.

—Recuerden, tenemos hasta el mediodía para encontrarla. Cuando Elizabeth se dirigió hacia la salida, se dio cuenta de que no había hecho la concesión por Min y por Helmut, sino porque sabía que ya era demasiado tarde para Sammy.