2

La fatiga hizo que Elizabeth se quedara dormida; pero no fue un sueño reposado pues estuvo lleno de imágenes. Leila estaba de pie frente a una hilera de sacas con correspondencia de sus admiradores; Leila le leía las cartas; Leila lloraba. «No puedo confiar en nadie… No puedo confiar en nadie…».

Por la mañana, ni se le pasó por la mente salir a hacer la caminata. Se duchó, se recogió el cabello en un moño, se puso un traje cómodo para hacer ejercicios y después de aguardar a que los caminantes hubiesen partido, se dirigió hacia la casa principal. Sabía que Sammy empezaba a trabajar unos minutos después de las siete.

Fue una sorpresa encontrar la oficina de recepción, por lo general impecable, llena de cartas desparramadas encima del escritorio de Dora y en el suelo. Una gran hoja de papel con las palabras: «Ven a verme», firmadas por Min revelaba que había visto el desorden.

¡No era típico de Sammy! Ni una vez, en todos los años que la conocía, había dejado desordenado su escritorio. Era impensable que se arriesgara a dejar todo eso así en la oficina de recepción. Era una forma segura de desatar uno de los famosos exabruptos de Min.

Pero ¿y si no estaba bien? Elizabeth bajó las escaleras corriendo hacia el vestíbulo de la casa principal y se dirigió a la escalera que conducía al ala del personal. Dora tenía un apartamento en el segundo piso. Llamó con firmeza a la puerta, pero no obtuvo respuesta. Sintió que del otro lado del pasillo llegaba el ruido de una aspiradora. La camarera, Nelly hacía mucho tiempo que trabajaba allí y había estado también cuando Elizabeth fue instructora. Fue fácil hacer que abriera la puerta con gran temor, Elizabeth atravesó las cómodas habitaciones: la sala decorada en verde claro y blanco con las plantas que Sammy tanto cuidaba en el borde de la ventana y encima de las mesas; la cama de una plaza bien hecha con su Biblia sobre la mesita de noche.

Nelly señaló la cama.

—No durmió aquí anoche, señorita Lange. ¡Y mire! —Nelly se acercó a la ventana—. Su coche está en el estacionamiento. ¿Cree que se sintió mal y pidió un taxi o algo para ir al hospital? Eso sería muy típico de la señorita Samuels. Ya sabe lo independiente que es.

Pero no había rastro de Dora Samuels en el hospital de Monterrey. Elizabeth aguardó a que Min regresara de la caminata matinal. En un esfuerzo por mantener la mente libre de malos pensamientos, comenzó a ojear la correspondencia de los admiradores. Había pedidos de autógrafos mezclados con cartas de condolencias. ¿Dónde estaba la carta anónima que Dora había planeado fotocopiar?

¿La tendría todavía con ella?